Su mar es el asfalto, la muchedumbre, el humo.
Como una gran orca de múltiples ojos
varada entre cláxones y semáforos ciegos
el estertor de la noche acuesta su luna
en el rubí de un cartel parpadeante.
Cada día hay una oración de desayunos que humean prontitud,
el cristal de las habitaciones eleva su párpado
para que el aire pueble las miasmas del deseo.
Cruzan los pasillos los mil idiomas del mundo
en rostros de piel húmeda, aún sin despertar.
Desde mi escondrijo veo un film que no desvirtúa la nocturnidad de los vidrios:
piernas en un gimnasio que trotan sobre una cinta azul,
el vaso de güisqui entre los dedos del comercial,
de madrugada el camión de la basura cruje
como un reloj mecánico.
El hotel quisiera partir hacia las islas del sur,
pero los nautas no ignoran que ya están en la isla que soñaron,
junto a la ciudad amante que hoy les abraza como un amigo feliz.
martes, 31 de diciembre de 2019
lunes, 30 de diciembre de 2019
El tiempo sin tu agua
El tiempo sin tu agua es un árido transcurrir.
Yo te enseñé el mar,
el mar de mi infancia,
el mar que habita en mis ojos,
el mar salvaje que me ahoga.
Tú trajiste un río en calma, lento como un saurio en la duna,
imagen de ti y de tu sangre transparente.
Río y mar, agua dulce y salina sobre los cuerpos,
huellas en la arena, piel que desnuda otra piel,
un ángel compartido bajo la luz de agosto.
Juntos los sueños son un único sueño,
las ciudades se paran como relojes vencidos,
atardeceres de jardines sin sol,
barcas columpiándose con un rumor de sirenas en los remos.
Y siempre el agua que fluye por tus muslos,
ágil orilla de la edad,
cauce en que sumerges el miedo de ser.
Un día el manantial se agotará
como se agota la luz en la penumbra.
Ese día tú verás un lago quieto,
un lago de cristal
en el que nadará la memoria de la vida que fuimos.
Yo te enseñé el mar,
el mar de mi infancia,
el mar que habita en mis ojos,
el mar salvaje que me ahoga.
Tú trajiste un río en calma, lento como un saurio en la duna,
imagen de ti y de tu sangre transparente.
Río y mar, agua dulce y salina sobre los cuerpos,
huellas en la arena, piel que desnuda otra piel,
un ángel compartido bajo la luz de agosto.
Juntos los sueños son un único sueño,
las ciudades se paran como relojes vencidos,
atardeceres de jardines sin sol,
barcas columpiándose con un rumor de sirenas en los remos.
Y siempre el agua que fluye por tus muslos,
ágil orilla de la edad,
cauce en que sumerges el miedo de ser.
Un día el manantial se agotará
como se agota la luz en la penumbra.
Ese día tú verás un lago quieto,
un lago de cristal
en el que nadará la memoria de la vida que fuimos.
domingo, 29 de diciembre de 2019
La paseante
No vive la luz en la penumbra de agosto.
Adultos que juegan en un parque inventado,
comercios renegridos, rótulos sin neón.
Un candil y la música,
la geometría de las baldosas dibuja un panal,
sin veletas la fachada gris,
sin gloria el horizonte de la multitud.
Tu sed camina con el labio izado
como una trompeta azul que interpretara en silencio
la canción de los sueños.
Nace la metamorfosis de la mariposa
en la crisálida del estío,
un marfil oscuro se exhibe en el rigor de las manos vencidas,
el misterio de los árboles calla
si el otoño madura.
Hay pararrayos que se vuelven hacia ti,
patios en sombra que te miran,
ventanas sin voz que ocultan el devenir de tus piernas
entre los visillos ajados.
Pero yo sé que tan solo eres aire,
urdimbre tejida por la claridad del deseo
en esta noche
sin luna.
Adultos que juegan en un parque inventado,
comercios renegridos, rótulos sin neón.
Un candil y la música,
la geometría de las baldosas dibuja un panal,
sin veletas la fachada gris,
sin gloria el horizonte de la multitud.
Tu sed camina con el labio izado
como una trompeta azul que interpretara en silencio
la canción de los sueños.
Nace la metamorfosis de la mariposa
en la crisálida del estío,
un marfil oscuro se exhibe en el rigor de las manos vencidas,
el misterio de los árboles calla
si el otoño madura.
Hay pararrayos que se vuelven hacia ti,
patios en sombra que te miran,
ventanas sin voz que ocultan el devenir de tus piernas
entre los visillos ajados.
Pero yo sé que tan solo eres aire,
urdimbre tejida por la claridad del deseo
en esta noche
sin luna.
viernes, 27 de diciembre de 2019
El soñador
Sales a la noche con el colt enfundado,
te sientes más solo que Gary Cooper,
más rápido que Billy el niño.
Los automóviles y los letreros luminosos
niegan el relámpago del fogonazo,
la caída de un cuerpo herido de muerte.
Así es tu vida, una ficción múltiple
-mañana serás blade runner bajo la lluvia-
sin trenes que paren para llevarte a casa.
jueves, 26 de diciembre de 2019
Ahora que vuelves
Tú llegaste en un tobogán blanco. Aquí
son las olas segundos de un horario que transcurre.
Habitabas el frío con la escarcha de tus ojos,
me decías que los juegos eran graffitis en las tapias,
columpios sin pintar, un suburbio de plantas azules.
Buscábamos el calor común y la historia por descubrir,
a cada lado de las calles sonreían los sueños
como vírgenes astutas tras sus celdas. Tal vez
el otoño vista de nuevo con sus ocres la deidad de tu nombre,
el reloj está callado y las palabras laten en tu corazón
ocultas entre los confines de la multitud. Yo pensé
en las torres que no vi, deduje que un abrazo
es un asombro sin luna, que cada estación
no es solo un tiempo vacío, sino diálogos en cafés,
playas encendidas, nieve en tus ojos, flores altivas
en los bulevares. Te cubres con las enaguas y el canesú
porque los años se disfrazan con la piel que tú le ofreces
a la noche. Casi todos los lugares invocan el estertor de los besos,
en el maquillaje de los trenes hay un hilo que une las perlas del amor.
No podrá este poema rescatar la luz de los espejos; ahora que vuelves,
cuando la carne se aja en un rictus de olvido, quiero tu voz, tu silencio,
tu calma que nunca finge.
son las olas segundos de un horario que transcurre.
Habitabas el frío con la escarcha de tus ojos,
me decías que los juegos eran graffitis en las tapias,
columpios sin pintar, un suburbio de plantas azules.
Buscábamos el calor común y la historia por descubrir,
a cada lado de las calles sonreían los sueños
como vírgenes astutas tras sus celdas. Tal vez
el otoño vista de nuevo con sus ocres la deidad de tu nombre,
el reloj está callado y las palabras laten en tu corazón
ocultas entre los confines de la multitud. Yo pensé
en las torres que no vi, deduje que un abrazo
es un asombro sin luna, que cada estación
no es solo un tiempo vacío, sino diálogos en cafés,
playas encendidas, nieve en tus ojos, flores altivas
en los bulevares. Te cubres con las enaguas y el canesú
porque los años se disfrazan con la piel que tú le ofreces
a la noche. Casi todos los lugares invocan el estertor de los besos,
en el maquillaje de los trenes hay un hilo que une las perlas del amor.
No podrá este poema rescatar la luz de los espejos; ahora que vuelves,
cuando la carne se aja en un rictus de olvido, quiero tu voz, tu silencio,
tu calma que nunca finge.
martes, 24 de diciembre de 2019
La ciudad interior
Esta ciudad son mis vértebras y mi sangre.
Tú quisieras una danza de días perennes
bajo el redil de mi sombra,
quisieras la raíz del futuro vestida de estandartes,
quisieras que el amor poblara tu corazón
con la fe de la eternidad.
Ahora intuyes que no hay golondrinas en los besos
ni barcos en los iris que viajen
hacia las islas de los duendes.
¡Es tan frágil la campana del tiempo!,
hoy tu carne vibra bajo la luz de un farol desahuciado,
gimen las palabras como si el azul cayera en nieve
sobre las copas vacías.
He visto un equinoccio encender la luz del recuerdo,
caminabas sobre el pretil del acantilado
y se abría el mar como un vientre de melancolía.
Tú y yo creamos un laberinto de plazas amarillas y cristal ambiguo,
supimos que la noche llama al fuego
como la virtud llama al pecado
de las costumbres mudas,
escribimos en el ojo de la lluvia
códigos sin patria que nadie entendió.
Pero la ciudad que conocí, es también tu sangre y tus vértebras
y si camino por los espacios de su piel hollo tu luz,
esa luz que me recibe insomne
a cada segundo que te pienso.
Tú quisieras una danza de días perennes
bajo el redil de mi sombra,
quisieras la raíz del futuro vestida de estandartes,
quisieras que el amor poblara tu corazón
con la fe de la eternidad.
Ahora intuyes que no hay golondrinas en los besos
ni barcos en los iris que viajen
hacia las islas de los duendes.
¡Es tan frágil la campana del tiempo!,
hoy tu carne vibra bajo la luz de un farol desahuciado,
gimen las palabras como si el azul cayera en nieve
sobre las copas vacías.
He visto un equinoccio encender la luz del recuerdo,
caminabas sobre el pretil del acantilado
y se abría el mar como un vientre de melancolía.
Tú y yo creamos un laberinto de plazas amarillas y cristal ambiguo,
supimos que la noche llama al fuego
como la virtud llama al pecado
de las costumbres mudas,
escribimos en el ojo de la lluvia
códigos sin patria que nadie entendió.
Pero la ciudad que conocí, es también tu sangre y tus vértebras
y si camino por los espacios de su piel hollo tu luz,
esa luz que me recibe insomne
a cada segundo que te pienso.
lunes, 23 de diciembre de 2019
El otro Spiderman
Acuclillado sobre la gárgola como la araña de un dios.
El azul y el rojo colorean mi piel, una red de hilos cruza las cornisas,
envuelve el espectro de las chimeneas, viste el palomar
con sus ventanas tapiadas.
Los gatos huyen al ver mi sombra en los alares.
Para ti soy el joven tímido que apenas te mira. Yo me ocupo
de salvarte de tus miedos cuando recibes el día
con la inseguridad del mañana entre los ojos.
En el silencio de la noche me duele que no conozcas
esa parte de mí que cuida tus sueños.
Es otra manera de ser un héroe vivir en la ternura.
domingo, 22 de diciembre de 2019
Leve como una pompa de jabón en la que estalla el infinito
Quién trazó la línea donde vive el tiempo.
En el espejo que soy amanece un rostro de piel llorosa,
quizá fue abril un año impar,
quizá en la casa aún no hubiera amanecido.
Como un relámpago la voz que seduce,
el temblor del aire en las hojas del abedul,
un murmullo de secretos sin ayer
escrito en las paredes de una habitación desnuda.
Quiere la memoria un jardín bajo el mar de los tritones
que gritan a las fieles aves del silencio;
allí están los dígitos del nacimiento y está la duda aclarada,
en el espacio que abandonan las hormigas de la juventud
crecen un padre y una madre, un trabajo,
la rutina como savia de un árbol caduco.
Alguna vez los horizontes que seguimos se bifurcaron en la niebla,
como rosas de azar los caminos,
como vientos sin color las azules aguas que soñamos.
Existió una ciudad de bruma, jaspeada de ocres,
tejida en un mosaico de teselas dormidas,
izada desde el carmín de unos labios sin paz.
Vi países que poblaron los bolsillos de los nigromantes;
me lo dijiste, sí me dijiste que había águilas junto a los campanarios
y ballenas de oro bajo los puentes
y brujas sin escobas que reían como crueles cornejas
en los engranajes de olvidados relojes.
No tenemos más patria que la luz,
escucha el corazón de plata de la estatua que soy,
te hablará de las hojas caídas, de los oscuros ejes
donde giran los recuerdos,
te dirá que el amor fue un simún cálido
que levantó las enaguas de un abril inmortal.
Yo sé que cuando duermes los planetas del paraíso se paran
porque habita en ti un universo de mitos
que te convierten en la ceniza de todos los fuegos
que quemamos juntos.
Ahora mírame y deja que el sol ilumine la faz de tu estatura,
tan frágil como una pompa de jabón que levita
y resplandece antes de estallar en su arco iris de fulgor.
jueves, 19 de diciembre de 2019
La cucaracha
Algo les dije a los guardias, algo dije.
La fábrica de sueños enmudece
y en el grisú de las minas no canta el petirrojo.
Juan murió de hambre porque vivía en un plato de sopa vacío.
Cuando llueve se excitan las calandrias,
por una vez vuelan libres hasta que caen mojadas por la luz.
En el híper hay una oferta de abrazos mecánicos
escrita en el idioma de ningún país.
Esta cucaracha no me olvida.
Viene a mí, tranquila como un monje,
exacta como un lápiz que inventa un círculo.
Y es que nunca me siento solo cuando, atentamente, la miro.
La fábrica de sueños enmudece
y en el grisú de las minas no canta el petirrojo.
Juan murió de hambre porque vivía en un plato de sopa vacío.
Cuando llueve se excitan las calandrias,
por una vez vuelan libres hasta que caen mojadas por la luz.
En el híper hay una oferta de abrazos mecánicos
escrita en el idioma de ningún país.
Esta cucaracha no me olvida.
Viene a mí, tranquila como un monje,
exacta como un lápiz que inventa un círculo.
Y es que nunca me siento solo cuando, atentamente, la miro.
miércoles, 18 de diciembre de 2019
Las razones de la marginalidad
Porque una ciudad cabe en la sombra del viento,
porque hay orillas de agua y meteoros entre los límites de la luz,
porque un sol revienta la sinrazón del abecedario de la urbe,
porque las calles se doblan en ardides y sudan estertores de linfa,
porque el humo y la sangre son lo mismo,
porque los labios sufren bajo el estruendo como pájaros rotos,
porque las miserias son azules y los sueños callan tras el rictus del infeliz,
porque un mar de alcohol desayuna en los vientres
porque los niños se desquician y lloran risas,
porque muero junto al árbol caído y las hortensias secas,
porque te llamo y te nombro, aunque ya no estés aquí.
porque hay orillas de agua y meteoros entre los límites de la luz,
porque un sol revienta la sinrazón del abecedario de la urbe,
porque las calles se doblan en ardides y sudan estertores de linfa,
porque el humo y la sangre son lo mismo,
porque los labios sufren bajo el estruendo como pájaros rotos,
porque las miserias son azules y los sueños callan tras el rictus del infeliz,
porque un mar de alcohol desayuna en los vientres
porque los niños se desquician y lloran risas,
porque muero junto al árbol caído y las hortensias secas,
porque te llamo y te nombro, aunque ya no estés aquí.
lunes, 16 de diciembre de 2019
Cuando los barcos regresan
Son seis las curvas que rodean el faro.
Hay rizos en el horizonte como si el gran monstruo
sintiera el beso del aire en su inmensidad.
Es diciembre y ya no nace la flor del tojo,
la lluvia rompe el azul del mar con nubes
que se arraciman bajo un sol incauto.
Todo es un collar de plata, un mercurio de grises
donde las gaviotas sueñan un temblor de redes.
El haz del faro, de pronto, resucita a los mitos:
el Nautilus, la sirena madre, el pulpo de quince brazos
que abarca con su sombra el renacer de las mareas.
En la hora tardía del crepúsculo regresan las naves del olvido,
guardan en las sentinas cisnes de Arabia, maravillas en sus vientres,
ecos que no invocan certezas, solo historias de piratas
que nadie creyó y que esta noche, al pie de los acantilados escucho,
como una letanía que el viento regala a mi inocencia de niño.
viernes, 13 de diciembre de 2019
La canción de Malala
Tengo una sed blanca en el corazón.
Mi lápiz es sangre, sangre de mi vida
que subraya la luz de la palabra.
Existe en el dorso de la fe una locura mentirosa
donde la esclavitud grita cadenas, mudez, servidumbre.
Yo sé que la libertad vive en una página de tiempo,
en la memoria que es un poso de ocultos signos
en los que ríe la aventura del saber.
No me importa desafiar a la muerte,
no me importan los lobos que atan mi carne
y sojuzgan al débil con su metralla de cobardía.
Escribiré en los surcos de la ceniza
una canción de ardientes flores;
mi voz nunca dejará de ser trino,
una voz que quiere paraísos que la afirmen
en su lucha que es la lucha de todas las niñas
que caminan sin miedo.
jueves, 12 de diciembre de 2019
La luz perdida
Hay una flor de vida de la que surge un oasis.
Otro teatro se alza, bambalinas y títeres en la noche,
frenesí y miedo en la carne, tu nueva carne que brota.
El lloro es una llamada ancestral,
voz de urgencia que viste la raíz con la unigénita canción de la especie.
Se desgajó el árbol que tú eras, tan altivo y seguro,
dedos de alambre ejecutan una danza prensil
contra tu rostro que, sin ayer, sonríe.
Nuevas doctrinas, el crisol de los horarios,
la ingravidez del sueño en otros paraísos
que invoquen la paz y la quietud de antaño.
Nacerán rutas imaginarias en los ojos del mañana,
un fulgor de días felices que se esperan como lluvia cálida
sobre los soliloquios vacíos. Hay una nostalgia extraña en el dolor
de haber perdido la propia luz, pero tú das gracias hoy por la luz
de este hijo que con su existir te alumbra.
Otro teatro se alza, bambalinas y títeres en la noche,
frenesí y miedo en la carne, tu nueva carne que brota.
El lloro es una llamada ancestral,
voz de urgencia que viste la raíz con la unigénita canción de la especie.
Se desgajó el árbol que tú eras, tan altivo y seguro,
dedos de alambre ejecutan una danza prensil
contra tu rostro que, sin ayer, sonríe.
Nuevas doctrinas, el crisol de los horarios,
la ingravidez del sueño en otros paraísos
que invoquen la paz y la quietud de antaño.
Nacerán rutas imaginarias en los ojos del mañana,
un fulgor de días felices que se esperan como lluvia cálida
sobre los soliloquios vacíos. Hay una nostalgia extraña en el dolor
de haber perdido la propia luz, pero tú das gracias hoy por la luz
de este hijo que con su existir te alumbra.
lunes, 9 de diciembre de 2019
La pantera de un sueño
Es impronunciable la boca en que ahora vives.
Un vestido de satén, el cíngulo y la figa,
el azabache como lágrima negra,
vaporoso el pliegue que embalsama la caléndula.
El kohl dibuja un rayo de ónices perfectos,
atmósfera de tinte en la mixtura dulce.
La leontina y el dorado, la diadema y las uñas rojas
-servidumbre de centinelas, imán nacarado que absorbe el aire-
desordenando la voz, el eco y la ceniza.
El perfil son tantos perfiles en tantos espejos de la desmemoria.
He visto tus alas marchitarse y el rondó del mar cubrirse de púrpura.
Sabes que en el teatro de mundo nunca cantan los ruiseñores,
sabes que el correr del galgo desafía a la noche.
Hay un círculo en ti que oscurece la llama,
será que una vez fuiste la pantera de un sueño,
la sombra que acompaña a la luz,
el pretérito que tizna el fulgor del cuásar.
Un vestido de satén, el cíngulo y la figa,
el azabache como lágrima negra,
vaporoso el pliegue que embalsama la caléndula.
El kohl dibuja un rayo de ónices perfectos,
atmósfera de tinte en la mixtura dulce.
La leontina y el dorado, la diadema y las uñas rojas
-servidumbre de centinelas, imán nacarado que absorbe el aire-
desordenando la voz, el eco y la ceniza.
El perfil son tantos perfiles en tantos espejos de la desmemoria.
He visto tus alas marchitarse y el rondó del mar cubrirse de púrpura.
Sabes que en el teatro de mundo nunca cantan los ruiseñores,
sabes que el correr del galgo desafía a la noche.
Hay un círculo en ti que oscurece la llama,
será que una vez fuiste la pantera de un sueño,
la sombra que acompaña a la luz,
el pretérito que tizna el fulgor del cuásar.
domingo, 8 de diciembre de 2019
Ventana cerrada
Cabalga sobre el haz del faro un labio abierto.
Cae la espuma como un desnudo cae en la sed del amante.
Ya es de noche junto a tu párpado, blondas tiznadas,
canesús imberbes, cintas de colores,
zapatos de cristal en el arcón azul.
Trazan los pájaros sobre el mar un dibujo de hilos flamígeros,
son los fuegos de la bahía que estallan y mueren,
que estallan y mueren.
Es curioso este silencio de esperma derramado,
esta caricia del aire que busca entre tus pómulos refugio.
Dicen que el amor posa su voz en los espejos dormidos,
dicen que hay un mañana que solo conoce el ayer.
Es tan difícil vivir en la cordura.
Cae la espuma como un desnudo cae en la sed del amante.
Ya es de noche junto a tu párpado, blondas tiznadas,
canesús imberbes, cintas de colores,
zapatos de cristal en el arcón azul.
Trazan los pájaros sobre el mar un dibujo de hilos flamígeros,
son los fuegos de la bahía que estallan y mueren,
que estallan y mueren.
Es curioso este silencio de esperma derramado,
esta caricia del aire que busca entre tus pómulos refugio.
Dicen que el amor posa su voz en los espejos dormidos,
dicen que hay un mañana que solo conoce el ayer.
Es tan difícil vivir en la cordura.
sábado, 7 de diciembre de 2019
La seducción es la sombra del amor
Deja ya a tu fantasma quieto.
El diálogo son nubes escritas por una voz y otra voz;
forman nudos del sentir, equívocos que fulguran
antes que el rayo de la mirada conviva con el pensamiento.
Qué índice, o anular o codo envuelve la elegía última;
querrás el vicio y la pausa, el licor en la lengua
igual que un alegre diablo o un mudo acróbata.
Al fin los silencios seducen a la verdad
y se presiente la cercanía del tacto tras la risa entregada.
Cuando la vejez llegue recuerda que también fuiste amor,
amor en sueños, después de la huida.
Amor que se calcina entre las llamas del olvido,
amor invisible bajo la raíz del páramo.
El diálogo son nubes escritas por una voz y otra voz;
forman nudos del sentir, equívocos que fulguran
antes que el rayo de la mirada conviva con el pensamiento.
Qué índice, o anular o codo envuelve la elegía última;
querrás el vicio y la pausa, el licor en la lengua
igual que un alegre diablo o un mudo acróbata.
Al fin los silencios seducen a la verdad
y se presiente la cercanía del tacto tras la risa entregada.
Cuando la vejez llegue recuerda que también fuiste amor,
amor en sueños, después de la huida.
Amor que se calcina entre las llamas del olvido,
amor invisible bajo la raíz del páramo.
viernes, 6 de diciembre de 2019
El desafío
Recorrí los caminos del pánico antes de que se hiciera la luz.
Llevaba la piel por fuera y los vestidos por dentro,
la lengua en el filo de un tajo.
Mi casa era un revés oscuro,
seductora y sombría como un lupanar,
con murales de sangre y vértebras
en los andamios donde fulgía mi ser.
Cuando te hablé no dije palabras,
no supe escribir en el aire el dulzor de un verso
ni entendí nunca que la estrategia de la araña
es un don de la noche.
Y es que somos retratos de un cuerpo en el bisel del cristal,
mirada que se multiplica en la fiebre de la luna,
lágrima que brota de un desliz.
Me llevo del espejo mi voz, la que me habla en silencio,
la que me dice que solo yo desafío a la muerte;
a la muerte de todos, no.
A mi muerte.
Llevaba la piel por fuera y los vestidos por dentro,
la lengua en el filo de un tajo.
Mi casa era un revés oscuro,
seductora y sombría como un lupanar,
con murales de sangre y vértebras
en los andamios donde fulgía mi ser.
Cuando te hablé no dije palabras,
no supe escribir en el aire el dulzor de un verso
ni entendí nunca que la estrategia de la araña
es un don de la noche.
Y es que somos retratos de un cuerpo en el bisel del cristal,
mirada que se multiplica en la fiebre de la luna,
lágrima que brota de un desliz.
Me llevo del espejo mi voz, la que me habla en silencio,
la que me dice que solo yo desafío a la muerte;
a la muerte de todos, no.
A mi muerte.
jueves, 5 de diciembre de 2019
Edades
Plantígrada isla de universos invictos, cromosoma azul.
Gen de hojas escarlata, Nautilus de vida que recoge
las llagas de mi paso. Cráteres en el ovillo de la ingle,
labios que retuercen el signo del mañana y el amor
de la matrona y la vigilancia de la ausencia en los dos dedos
próximos del azar que dicen sí a la noche del infante
con sus rodillas turgentes de comunión y blancura.
La trayectoria del águila, miel de cielo, cielo de miel,
dulces garras de infinitud, y yo, ah! yo, el plumaje
en su corona, almacén invicto que cruza las aceras del mar
y me sumerge en el vino de tu nombre, de los nombres ,
del hilo títere que roba estíos-esos carámbanos de calor
en las vísceras, la multiplicidad de sexos, desnudez del perfil
contra el tragaluz invisible-. Un resplandor en tu hombro de plata,
a mi lado, junto al candil oscuro de la ubre, en la orilla
que es un molde de tu silencio, a través del crisol,
de la incógnita que guarda osarios de catedral
cuando te viertes en música como un remanso
que el agua arroja al fulgor de la luna en su cresta.
Y sí, cuál el oro, falso oro, céfiro del grito y la lujuria,
en el parásito hogar que sufre las telarañas sin madre,
la voz insólita de la camada en mi frente rota
de anciano sin párpados ni ojos, ni vidrios abiertos
a la claridad. El tiempo es la razón del tiempo,
aquí viven las cenizas sobre un pedestal
alto como los geiseres que desafían el brillo de la luz,
su caída de lava frágil, su ascua evanescente
que inclina el deseo y lo atrofia con sus amantes alas de senectud.
Gen de hojas escarlata, Nautilus de vida que recoge
las llagas de mi paso. Cráteres en el ovillo de la ingle,
labios que retuercen el signo del mañana y el amor
de la matrona y la vigilancia de la ausencia en los dos dedos
próximos del azar que dicen sí a la noche del infante
con sus rodillas turgentes de comunión y blancura.
La trayectoria del águila, miel de cielo, cielo de miel,
dulces garras de infinitud, y yo, ah! yo, el plumaje
en su corona, almacén invicto que cruza las aceras del mar
y me sumerge en el vino de tu nombre, de los nombres ,
del hilo títere que roba estíos-esos carámbanos de calor
en las vísceras, la multiplicidad de sexos, desnudez del perfil
contra el tragaluz invisible-. Un resplandor en tu hombro de plata,
a mi lado, junto al candil oscuro de la ubre, en la orilla
que es un molde de tu silencio, a través del crisol,
de la incógnita que guarda osarios de catedral
cuando te viertes en música como un remanso
que el agua arroja al fulgor de la luna en su cresta.
Y sí, cuál el oro, falso oro, céfiro del grito y la lujuria,
en el parásito hogar que sufre las telarañas sin madre,
la voz insólita de la camada en mi frente rota
de anciano sin párpados ni ojos, ni vidrios abiertos
a la claridad. El tiempo es la razón del tiempo,
aquí viven las cenizas sobre un pedestal
alto como los geiseres que desafían el brillo de la luz,
su caída de lava frágil, su ascua evanescente
que inclina el deseo y lo atrofia con sus amantes alas de senectud.
lunes, 2 de diciembre de 2019
La cara oculta de tu luna
Imaginarte en el revés de la luz
como la penumbra que llora.
Tu mudez es un grifo roto, un labio de piedra,
un desliz que suspira antes de arder.
Concebirte detrás del lienzo que transparenta los eclipses.
Rugir o morir en las vértebras del sueño
al alcance exacto del culmen.
Ya tu sombra es tu sombra y muere.
Del ojo triste de la luna no nacen llamas.
Hay en tu espalda una verdad
como hay en las máscaras un rastro de dolor.
Algún día los espejos no te verán
porque ya te habrás ido del lugar al que nunca llegaste.
Solo eres tú en mí la delgadez de un signo,
la semilla donde crecen las flores tempranas,
demasiado tempranas para concebir
el sudor del tiempo.
como la penumbra que llora.
Tu mudez es un grifo roto, un labio de piedra,
un desliz que suspira antes de arder.
Concebirte detrás del lienzo que transparenta los eclipses.
Rugir o morir en las vértebras del sueño
al alcance exacto del culmen.
Ya tu sombra es tu sombra y muere.
Del ojo triste de la luna no nacen llamas.
Hay en tu espalda una verdad
como hay en las máscaras un rastro de dolor.
Algún día los espejos no te verán
porque ya te habrás ido del lugar al que nunca llegaste.
Solo eres tú en mí la delgadez de un signo,
la semilla donde crecen las flores tempranas,
demasiado tempranas para concebir
el sudor del tiempo.
viernes, 29 de noviembre de 2019
Paisaxe irmandiño
“Os gorriones corren tras os falcóns”
Frase popular entre “Os irmandiños”
A humillación é o enjambre dos poderosos.
Desde a fortaleza cega
vese un mundo insomne
de sombras perdidas en campos sen luz.
Deste surco, do mísero arcón da desgraza,
ante a voz hipócrita da podremia non saciada,
desde os pequenos lugares próximos ao mar,
na llanura das hondonadas tristes,
no humilde leito onde dormen a miseria e o deshonor
álzase un soliloquio compartido
que arrastra lúas no seu ventre
e arroxa ao pé dos castelos
un queixume infinito de llagas sen perdón,
de bosques que non cobren o silencio.
Hai rostros de azar que converten a historia nun himno.
A vergonza é un crisol que non ampara a pedra,
árbores familiares debuxados como feridas na memoria dos gules,
o paso breve das azadas sobre a cinza do tempo.
Foron vítores de liberdade
e camiños envorcados ao furor,
tamén follas esparcidas coa firmeza da valentía
e un orgullo máis nobre que a paz dos reis.
Alonso de Lanzós, Osorio, Joan Branco, puños dun soño altivo,
estigmas de deus, varas de xustiza, bandeiras de humanidade
contra a cruel sátira
dos apelidos
infames.
PAISAJE IRMANDIÑO
“Los gorriones corren tras los halcones”
Frase popular entre “los irmandiños”
La humillación es el enjambre de los poderosos.
Desde la fortaleza ciega
se ve un mundo insomne
de sombras perdidas en campos sin luz.
De este surco, del mísero arcón de la desgracia,
ante la voz hipócrita de la podredumbre no saciada,
desde los pequeños lugares próximos al mar,
en la llanura de las hondonadas tristes,
en el humilde lecho donde duermen la miseria y el deshonor
se alza un soliloquio compartido
que arrastra lunas en su vientre
y arroja al pie de los castillos
un lamento infinito de llagas sin perdón,
de bosques que no cubren el silencio.
Hay rostros de azar que convierten la historia en un himno.
La vergüenza es un crisol que no ampara la piedra,
árboles familiares dibujados como heridas en la memoria de los gules,
el paso breve de las azadas sobre la ceniza del tiempo.
Fueron vítores de libertad
y caminos volcados al furor,
también hojas esparcidas con la firmeza de la valentía
y un orgullo más noble que la paz de los reyes.
Alonso de Lanzós, Osorio, Joan Branco, puños de un sueño altivo,
estigmas de dios, varas de justicia, banderas de humanidad
contra la cruel sátira
de los apellidos
infames.
*La revuelta irmandiña fue una revolución social ocurrida en Galicia entre 1.467 y 1.469 donde campesinos, pequeños burgueses y artesanos se alzaron contra los abusos y el despotismo con que los trataba la nobleza gallega. Con el apoyo inicial del rey de Castilla comenzaron la revuelta que se centró en el asalto a los castillos y fortalezas de los nobles. Pasados dos años no pudieron resistir más y una coalición de la nobleza con el apoyo del rey de Portugal venció a los irmandiños. Se la considera una de las primeras revueltas sociales de Europa.
Frase popular entre “Os irmandiños”
A humillación é o enjambre dos poderosos.
Desde a fortaleza cega
vese un mundo insomne
de sombras perdidas en campos sen luz.
Deste surco, do mísero arcón da desgraza,
ante a voz hipócrita da podremia non saciada,
desde os pequenos lugares próximos ao mar,
na llanura das hondonadas tristes,
no humilde leito onde dormen a miseria e o deshonor
álzase un soliloquio compartido
que arrastra lúas no seu ventre
e arroxa ao pé dos castelos
un queixume infinito de llagas sen perdón,
de bosques que non cobren o silencio.
Hai rostros de azar que converten a historia nun himno.
A vergonza é un crisol que non ampara a pedra,
árbores familiares debuxados como feridas na memoria dos gules,
o paso breve das azadas sobre a cinza do tempo.
Foron vítores de liberdade
e camiños envorcados ao furor,
tamén follas esparcidas coa firmeza da valentía
e un orgullo máis nobre que a paz dos reis.
Alonso de Lanzós, Osorio, Joan Branco, puños dun soño altivo,
estigmas de deus, varas de xustiza, bandeiras de humanidade
contra a cruel sátira
dos apelidos
infames.
PAISAJE IRMANDIÑO
“Los gorriones corren tras los halcones”
Frase popular entre “los irmandiños”
La humillación es el enjambre de los poderosos.
Desde la fortaleza ciega
se ve un mundo insomne
de sombras perdidas en campos sin luz.
De este surco, del mísero arcón de la desgracia,
ante la voz hipócrita de la podredumbre no saciada,
desde los pequeños lugares próximos al mar,
en la llanura de las hondonadas tristes,
en el humilde lecho donde duermen la miseria y el deshonor
se alza un soliloquio compartido
que arrastra lunas en su vientre
y arroja al pie de los castillos
un lamento infinito de llagas sin perdón,
de bosques que no cubren el silencio.
Hay rostros de azar que convierten la historia en un himno.
La vergüenza es un crisol que no ampara la piedra,
árboles familiares dibujados como heridas en la memoria de los gules,
el paso breve de las azadas sobre la ceniza del tiempo.
Fueron vítores de libertad
y caminos volcados al furor,
también hojas esparcidas con la firmeza de la valentía
y un orgullo más noble que la paz de los reyes.
Alonso de Lanzós, Osorio, Joan Branco, puños de un sueño altivo,
estigmas de dios, varas de justicia, banderas de humanidad
contra la cruel sátira
de los apellidos
infames.
*La revuelta irmandiña fue una revolución social ocurrida en Galicia entre 1.467 y 1.469 donde campesinos, pequeños burgueses y artesanos se alzaron contra los abusos y el despotismo con que los trataba la nobleza gallega. Con el apoyo inicial del rey de Castilla comenzaron la revuelta que se centró en el asalto a los castillos y fortalezas de los nobles. Pasados dos años no pudieron resistir más y una coalición de la nobleza con el apoyo del rey de Portugal venció a los irmandiños. Se la considera una de las primeras revueltas sociales de Europa.
miércoles, 27 de noviembre de 2019
Tus vientos
Aquella caricia del céfiro en la hondonada.
Tú conoces la piel cobriza del vendaval, su trino,
su aullar de sombra. Antes tu rostro vivió en la nieve,
cubierto de ventisca y alud. Oculta en las amuras
del galeón, sufres el fragor de la vida cuando el tifón
arroja sobre ti un sueño de agua. Aire de susurro cómplice
ante un labio en frenesí, brisa lánguida bajo un portal de agosto,
el misterio del ulular que roza los vidrios ajados. Retumba en el cristal
una voz, es la voz del trueno que no calla. En mi memoria
la lluvia del Nordés como un rocío de espigas mojadas
por el crepúsculo. Está tan dentro de ti el respirar de la luna
con sus veletas azules, tan próximo el rizo de la ola, la serpentina
de un tornado que te llevó hasta la quietud donde se mecen los días sin alba.
lunes, 25 de noviembre de 2019
La canción heredada
Todos los ejércitos del agua en una lágrima.
Y no la lluvia, ni el manantial, ni la piel húmeda
en un charco de sudor. Tu jersey de espiga
es un mapa sin países. Lo mismo que un recuerdo
se puebla de lunas y él solo rompe en claridad, así tu voz.
Yo dije aquellas palabras en el confín de la sed,
sonaban a escarcha de un abeto frágil. Yo pregunté
porqué el resplandor gime en la cordura del plenilunio
como una avispa de la muerte. En tus rizos el poso
blando de la nube, la raíz albina de los silencios.
A menudo me hablas, hablándote, y yo te espío
tras el perfil con que me imagino en sueños. Te entretienes
sola, las rodillas al aire, faros de carne o títeres
que dibujan tu ayer. Escúchame cuando finjo,
quiéreme porque soy tú en los espejos, susurra
la nostalgia que se desborda en la edad tardía
como una canción heredada que musitas sin fe
bajo el tendido de un jardín sin flores ni luciérnagas.
Y no la lluvia, ni el manantial, ni la piel húmeda
en un charco de sudor. Tu jersey de espiga
es un mapa sin países. Lo mismo que un recuerdo
se puebla de lunas y él solo rompe en claridad, así tu voz.
Yo dije aquellas palabras en el confín de la sed,
sonaban a escarcha de un abeto frágil. Yo pregunté
porqué el resplandor gime en la cordura del plenilunio
como una avispa de la muerte. En tus rizos el poso
blando de la nube, la raíz albina de los silencios.
A menudo me hablas, hablándote, y yo te espío
tras el perfil con que me imagino en sueños. Te entretienes
sola, las rodillas al aire, faros de carne o títeres
que dibujan tu ayer. Escúchame cuando finjo,
quiéreme porque soy tú en los espejos, susurra
la nostalgia que se desborda en la edad tardía
como una canción heredada que musitas sin fe
bajo el tendido de un jardín sin flores ni luciérnagas.
sábado, 23 de noviembre de 2019
Desperté sin ti
Soñé con un iris poblado de futuro. En su verde
el otro verde del tiempo y del azar. Era tu iris de bosque húmedo,
llovido de luz y claridad, luminaria de mis ojos opacos,
débiles como un hilo de escarcha. Soñé con tu cuerpo de junco
cimbreándose al sol, nadando entre olas cantoras,
rendido a la luz de una playa absurda. Soñé con tu risa
en los balcones de ciudades sin historia, tu voz de río en calma,
tus manos ágiles, aladas, vírgenes. Soñé con el temblor
de la noche y la música, soñé con tus labios humedecidos
de deseo. Soñé la aurora en el pont neuf de París, abrazados
a la sed del azul, con la felicidad postrera de los amantes suicidas.
Desperté sin ti, en tu ausencia y vi en el espejo el resplandor
de tu huida hacia otro lugar, hacia otro tiempo, que ya no es éste.
el otro verde del tiempo y del azar. Era tu iris de bosque húmedo,
llovido de luz y claridad, luminaria de mis ojos opacos,
débiles como un hilo de escarcha. Soñé con tu cuerpo de junco
cimbreándose al sol, nadando entre olas cantoras,
rendido a la luz de una playa absurda. Soñé con tu risa
en los balcones de ciudades sin historia, tu voz de río en calma,
tus manos ágiles, aladas, vírgenes. Soñé con el temblor
de la noche y la música, soñé con tus labios humedecidos
de deseo. Soñé la aurora en el pont neuf de París, abrazados
a la sed del azul, con la felicidad postrera de los amantes suicidas.
Desperté sin ti, en tu ausencia y vi en el espejo el resplandor
de tu huida hacia otro lugar, hacia otro tiempo, que ya no es éste.
viernes, 22 de noviembre de 2019
La despedida
Desvestir el guante y acariciar la paloma.
¿Has soñado con el ventrílocuo sin alma?
Esmerilado el cristal, roído de iconos en el trasluz de la mesa.
Tu índice me invoca como un laberinto de enigmas.
Raspan la suela de mis pasos el lomo de las culebras.
Si te hablo tu faz es un perfil, si callo
el volcán de tu labios me calcina, indomable.
¿Cuál el musgo que cubrió la palabra
de hongos verdes y estrellas azules?
Dos tazas de café que mueren, la música silabea
una hormona de luz, los vasos son diamantes en la bruma,
islas donde vive el recuerdo. Y conversamos, tú en tu desnudez,
yo desde el acantilado del tiempo y la memoria.
Qué suave el murmullo de este bar,
qué doblez en la pianola,
qué océano engulle hálitos de licor ausente.
No te le levantes, no finjas un don en las escamas
que siembran el misterio y los ojos de candil,
la estela de un rubor encanecido.
Te vas en ese camello de arabia, dócil como una sábana
que el aire orea, quizá las pompas de jabón
lleven en su vientre un nombre, quizá sigan vacías
la preguntas que no te hice.
¿Has soñado con el ventrílocuo sin alma?
Esmerilado el cristal, roído de iconos en el trasluz de la mesa.
Tu índice me invoca como un laberinto de enigmas.
Raspan la suela de mis pasos el lomo de las culebras.
Si te hablo tu faz es un perfil, si callo
el volcán de tu labios me calcina, indomable.
¿Cuál el musgo que cubrió la palabra
de hongos verdes y estrellas azules?
Dos tazas de café que mueren, la música silabea
una hormona de luz, los vasos son diamantes en la bruma,
islas donde vive el recuerdo. Y conversamos, tú en tu desnudez,
yo desde el acantilado del tiempo y la memoria.
Qué suave el murmullo de este bar,
qué doblez en la pianola,
qué océano engulle hálitos de licor ausente.
No te le levantes, no finjas un don en las escamas
que siembran el misterio y los ojos de candil,
la estela de un rubor encanecido.
Te vas en ese camello de arabia, dócil como una sábana
que el aire orea, quizá las pompas de jabón
lleven en su vientre un nombre, quizá sigan vacías
la preguntas que no te hice.
miércoles, 20 de noviembre de 2019
Querida hija
Se te cayó la nube de la infancia, un cristal
escondió tu cuerpo como un fantasma de la noche.
Te acercaste al Olimpo cotidiano con rubís en los ojos
y la felicidad recóndita de los últimos lobeznos.
El amor fue una lluvia de rosales sobre tu frente impúber.
Los años eligen su canción como la sangre elige
el cauce donde duerme la paz.
Si me miro en los espejos es mi sombra quien responde,
si te hablo susurro las palabras que creí mágicas,
aquellas que incendiaron tu risa. Hay un talud
que agiganta el misterio del presente. Yo lo sé
como sé que al caminar creo bosques de umbría
donde tú te abrigas, bajo mi pecho, bajo mis manos
que acarician sin pausa la sed de un corazón infausto.
escondió tu cuerpo como un fantasma de la noche.
Te acercaste al Olimpo cotidiano con rubís en los ojos
y la felicidad recóndita de los últimos lobeznos.
El amor fue una lluvia de rosales sobre tu frente impúber.
Los años eligen su canción como la sangre elige
el cauce donde duerme la paz.
Si me miro en los espejos es mi sombra quien responde,
si te hablo susurro las palabras que creí mágicas,
aquellas que incendiaron tu risa. Hay un talud
que agiganta el misterio del presente. Yo lo sé
como sé que al caminar creo bosques de umbría
donde tú te abrigas, bajo mi pecho, bajo mis manos
que acarician sin pausa la sed de un corazón infausto.
lunes, 18 de noviembre de 2019
Paseo nocturno junto al mar
Ya no sé si lo que me llega es el arpegio de la ola
o un grito arcano que surge como una metáfora
en mis oídos de agua.
La noche está poblada de camellos alados,
llueve y la lluvia es un sonrisa de bocas entreabiertas
que sudan el color negro de un coro de ángeles.
La soledad vive en la orilla de los portales,
portales salinos en mapas de océanos que nadie ve
-tan solo la espuma que va poblando su nido-
la arena confunde su ser de caracolas y algas
en una piel verde y fluorescente
contra el haz de un faro antiguo.
Escucho la brevedad de mi aliento,
humedecido, nube de palabras que excitan la luz,
rocío en mi vientre que busca una sirena de hombros ágiles
que se pose como un desliz en la carne atónita.
Conozco el perfil del litoral,
las barcas duermen tranquilas como un león hastiado,
en la punta del dique una farola amarillea las redes,
les da el sentido del amanecer, las dota de un calor insomne.
Me pierdo en el rumor cansino de este mar sin orgullo,
las falaces gaviotas picotean la arena
con el martillo perfecto de sus picos
y hablan las cicatrices en la dulzura de esta nocturnidad
de invisibles estrellas, su eco sobre el mar es un cielo invertido,
una sima de fulgor y fantasías azules.
Aquí lloran los monstruos de la noche
y yo solo siento un clamor de fiebre en el corazón,
un archipiélago que se muestra en la negra quietud de mis sentidos,
alzado, en suspenso como una pérgola de sal y agua
que me seduce, y casi siempre, me mata.
o un grito arcano que surge como una metáfora
en mis oídos de agua.
La noche está poblada de camellos alados,
llueve y la lluvia es un sonrisa de bocas entreabiertas
que sudan el color negro de un coro de ángeles.
La soledad vive en la orilla de los portales,
portales salinos en mapas de océanos que nadie ve
-tan solo la espuma que va poblando su nido-
la arena confunde su ser de caracolas y algas
en una piel verde y fluorescente
contra el haz de un faro antiguo.
Escucho la brevedad de mi aliento,
humedecido, nube de palabras que excitan la luz,
rocío en mi vientre que busca una sirena de hombros ágiles
que se pose como un desliz en la carne atónita.
Conozco el perfil del litoral,
las barcas duermen tranquilas como un león hastiado,
en la punta del dique una farola amarillea las redes,
les da el sentido del amanecer, las dota de un calor insomne.
Me pierdo en el rumor cansino de este mar sin orgullo,
las falaces gaviotas picotean la arena
con el martillo perfecto de sus picos
y hablan las cicatrices en la dulzura de esta nocturnidad
de invisibles estrellas, su eco sobre el mar es un cielo invertido,
una sima de fulgor y fantasías azules.
Aquí lloran los monstruos de la noche
y yo solo siento un clamor de fiebre en el corazón,
un archipiélago que se muestra en la negra quietud de mis sentidos,
alzado, en suspenso como una pérgola de sal y agua
que me seduce, y casi siempre, me mata.
sábado, 16 de noviembre de 2019
Las cadenas del amor
Queridos lugares de bruma y recuerdo,
piel que es otra piel en el pedestal de un flujo.
Siempre anclado a la sombra de piedra,
nunca ágil como el viento que imanta la luz.
Vuelves al nido pero ya no eres pájaro,
la lluvia ha perdido el color, su racimo no florece bajo tu alféizar.
Escribes el poema de un fantasma que al fin vistió la noche.
Y te ves en el mismo lugar donde la luna reflejó el maquillaje de tu juventud.
La ginebra ya no tiene rostro y las palabras dudan de su destino de humo y vómitos.
El único regreso confunde un símbolo con la ternura.
Porque habitas el lado frágil de una tempestad callada,
el frío eclipse de una virtud que lloró su cárcel
cuando pensaste que verla de nuevo apagaría el temblor salvaje
que un día fuisteis.
piel que es otra piel en el pedestal de un flujo.
Siempre anclado a la sombra de piedra,
nunca ágil como el viento que imanta la luz.
Vuelves al nido pero ya no eres pájaro,
la lluvia ha perdido el color, su racimo no florece bajo tu alféizar.
Escribes el poema de un fantasma que al fin vistió la noche.
Y te ves en el mismo lugar donde la luna reflejó el maquillaje de tu juventud.
La ginebra ya no tiene rostro y las palabras dudan de su destino de humo y vómitos.
El único regreso confunde un símbolo con la ternura.
Porque habitas el lado frágil de una tempestad callada,
el frío eclipse de una virtud que lloró su cárcel
cuando pensaste que verla de nuevo apagaría el temblor salvaje
que un día fuisteis.
viernes, 15 de noviembre de 2019
El acuario
Cómo concebí este sueño acuoso de ojos y membranas,
de piel lunar y aletas que giran en un acuario turbio.
Hay una ciudad de rodillas, enhebrada de algas,
roca estéril en la ternura del limo, robots blancos
caminan por el jardín de los tritones, un coro
de sirenas iza una catedral de escamas donde viven
los pájaros del agua y las lombrices que se ocultan
de la astucia de los pulpos. Mi casa es un viejo galeón
de amuras oxidadas, los cardúmenes ejecutan
su baile entre las cuencas vacías de los marinos,
se hundió la memoria bajo doblones de oro, perlas,
plata del potosí. Qué dulce el rumor de las conchas,
me inquieta, me seduce la aventura del calamar
con su danza de diosa de brazos múltiples
y el impulso de la tinta como una nube de ébano.
Hay calles de plancton donde transitan las horas
azules de las ballenas, la risa de los delfines, el hambre
infantil de un tiburón ácrata. Pero yo vivo aquí, en este
sueño diminuto, junto al coral de plástico y a la locura
de los peces de colores; soy el tridente o el arpón
que preside la noche de esta pequeña ciudad,
ciudad atrapada en cristal; como mi vida,
como tu vida, bajo el agua inaudible.
miércoles, 13 de noviembre de 2019
De nubes, charcos y geometrías
Sal a la lluvia y finge ser un poema triste.
Esas gotas llevan un nombre dentro,
el nombre del olvido, agua vertida en la luz.
Es una canción el murmullo del manantial.
Borbotea el corazón como jardín entregado
a la húmeda risa de Tláloc.
En el cristal las lágrimas viejas se parecen a las lágrimas nuevas,
el juego del delfín en la orilla del vidrio traslúcido.
Ahora ya conoces lo que es la tenacidad de la marea,
la que los charcos ambicionan al rebosar su celo
sobre la árida faz de una calle.
Piensa en la geometría,
su artificio dibuja nubes poliédricas,
desvaídas sentencias del álgebra,
incógnitas perfectas en los nimbos,
ecuaciones ortodoxas en los misterios del agua.
Quien ha visto llover un sueño no esconde jamás su amargor.
Mis hombros buscan el fruto secuencial de la lluvia,
el amante don que roza la piel con su voz líquida,
el dique donde muere el silencio que acompaña
el vértigo de mis pies; estos pies que salpican al azar
con la alegría infantil de los condenados.
*Tláloc, dios de la lluvia azteca.
Esas gotas llevan un nombre dentro,
el nombre del olvido, agua vertida en la luz.
Es una canción el murmullo del manantial.
Borbotea el corazón como jardín entregado
a la húmeda risa de Tláloc.
En el cristal las lágrimas viejas se parecen a las lágrimas nuevas,
el juego del delfín en la orilla del vidrio traslúcido.
Ahora ya conoces lo que es la tenacidad de la marea,
la que los charcos ambicionan al rebosar su celo
sobre la árida faz de una calle.
Piensa en la geometría,
su artificio dibuja nubes poliédricas,
desvaídas sentencias del álgebra,
incógnitas perfectas en los nimbos,
ecuaciones ortodoxas en los misterios del agua.
Quien ha visto llover un sueño no esconde jamás su amargor.
Mis hombros buscan el fruto secuencial de la lluvia,
el amante don que roza la piel con su voz líquida,
el dique donde muere el silencio que acompaña
el vértigo de mis pies; estos pies que salpican al azar
con la alegría infantil de los condenados.
*Tláloc, dios de la lluvia azteca.
lunes, 11 de noviembre de 2019
Así son los recuerdos
Cómo entretejías la ola, la luz y el silencio.
Un trigal en el mar tu pelo, un rayo
de alambique entre el aire, racimo áureo
de la mañana. Y tu mudez en el perfil
que incita a la noche y vierte pétalos
rojos bajo mi sombra. Es inmortal
el junco que, enhiesto, se cruza
con la mirada azul del pájaro.
Se creó un oasis de paz donde habita
el hallazgo feliz de seguirte. A veces
soy microscopio y vigilo tus latidos,
el sudor y el efluvio que desdeña la aurora.
Otras veces el mapa de tu ser me puebla
y duerme en mí tu ceniza. Los años
blanquean el surco que un día creí
légamo; así son los recuerdos, así
su máscara que siempre me oculta
el mármol frío de tu nombre.
Un trigal en el mar tu pelo, un rayo
de alambique entre el aire, racimo áureo
de la mañana. Y tu mudez en el perfil
que incita a la noche y vierte pétalos
rojos bajo mi sombra. Es inmortal
el junco que, enhiesto, se cruza
con la mirada azul del pájaro.
Se creó un oasis de paz donde habita
el hallazgo feliz de seguirte. A veces
soy microscopio y vigilo tus latidos,
el sudor y el efluvio que desdeña la aurora.
Otras veces el mapa de tu ser me puebla
y duerme en mí tu ceniza. Los años
blanquean el surco que un día creí
légamo; así son los recuerdos, así
su máscara que siempre me oculta
el mármol frío de tu nombre.
sábado, 9 de noviembre de 2019
La lluvia de azúcar
Hay una rosa de sangre en el viento.
Ya verás cómo relucen los copos blancos del aullido,
la memoria es un ramo celeste
en el ombligo de tu sed.
Fuiste árbol.
No sé qué árbol de horas sin luz,
fuiste la orilla de un río y su paz,
el ojo que dejas en las alcantarillas no nació ayer,
se despoja del sueño como una ninfa triste.
Si me oyes responde al sol,
el sol son tus hombros o las caderas que ocultas
bajo el horizonte de unos músculos en celo.
Y vendrás, porque eres ritmo y pálpito,
tu balanceo nubla el rumor del manantial,
te eliges en la sombra, en los cristales
en los ecos que reverberan al fulgor de tu paso.
La lluvia de azúcar cae sin cromosomas,
lánguida como la muerte, desnuda como el perdón,
hay raíces perfectas que adornan mi renuncia
a mojarte, a vivirte.
Solo busqué las alas imposibles de un dromedario
o la rapidez del caracol
o la senda amiga del águila
o la bondad del gusano lejos de su orificio.
Tan fácil el eclipse cuando tu espalda
acoge el sufrir de los atletas- su deidad es la fuga
y su laurel la razón-sin querer,
sin el azul de las mariposas,
entretenida en tu don de diamantes,
insolente como el cántaro que escupe su leche
contra la vida.
Me oirás en tus vocablos,
un adjetivo susurrará para ti el dulzor de la noche
y dos delfines arrullarán tu sueño junto a las hojas caídas,
al albor cuando nadie escucha cómo los párpados
y su musgo se excitan hasta doler,
hasta sentir el rocío fértil de la carne entre las ingles.
Ya verás cómo relucen los copos blancos del aullido,
la memoria es un ramo celeste
en el ombligo de tu sed.
Fuiste árbol.
No sé qué árbol de horas sin luz,
fuiste la orilla de un río y su paz,
el ojo que dejas en las alcantarillas no nació ayer,
se despoja del sueño como una ninfa triste.
Si me oyes responde al sol,
el sol son tus hombros o las caderas que ocultas
bajo el horizonte de unos músculos en celo.
Y vendrás, porque eres ritmo y pálpito,
tu balanceo nubla el rumor del manantial,
te eliges en la sombra, en los cristales
en los ecos que reverberan al fulgor de tu paso.
La lluvia de azúcar cae sin cromosomas,
lánguida como la muerte, desnuda como el perdón,
hay raíces perfectas que adornan mi renuncia
a mojarte, a vivirte.
Solo busqué las alas imposibles de un dromedario
o la rapidez del caracol
o la senda amiga del águila
o la bondad del gusano lejos de su orificio.
Tan fácil el eclipse cuando tu espalda
acoge el sufrir de los atletas- su deidad es la fuga
y su laurel la razón-sin querer,
sin el azul de las mariposas,
entretenida en tu don de diamantes,
insolente como el cántaro que escupe su leche
contra la vida.
Me oirás en tus vocablos,
un adjetivo susurrará para ti el dulzor de la noche
y dos delfines arrullarán tu sueño junto a las hojas caídas,
al albor cuando nadie escucha cómo los párpados
y su musgo se excitan hasta doler,
hasta sentir el rocío fértil de la carne entre las ingles.
viernes, 8 de noviembre de 2019
El despertar
Rompe la claridad en la ceniza del cuadro.
La mañana está pálida como un niño hambriento.
El silencio tintinea en los cristales con su seriedad
de pájaro que duerme. No hay cuerpos, solo las hadas
de la memoria y las risas que ahora son el tictac
de un reloj desahuciado. Los muebles desgastan su piel,
en su esqueleto la herencia íntima de los nombres,
el fulgor como una cicatriz en el rebumbio del azar.
Y los pasos, y las camas por hacer y el olor o la savia
de los rostros, la luna en el espejo invertido, la cómoda
vestida de plata, el crucifijo sobre el cabezal, la madera
y sus enanos verdes que jamás asoman.
miércoles, 6 de noviembre de 2019
Mi sangre
Te veo en el ramal infinito donde habitan los rostros.
Hay un viaje de glándulas en tu ser y mil orificios,
arterias cuya muesca resplandece como un sol
al paso del oxígeno puro. Y, sin premeditación,
cómo transportas los sucesos invisibles que bullen
en el plasma igual que náufragos en un mar purpúreo.
Cada latido impulsa tu nobleza, la diástole o la sístole
son las hermanas que besan tu raíz antes del efluvio.
Giras en el capilar, encumbras la vida en un sueño
de árboles gigantes hasta el jardín en que depositas
tu lágrima roja, ese óbolo que renace al morir. Tu color
me recuerda a una aurora virgen o al fruto perfecto
del fresón maduro. Tu río es un episodio que crece
en el abandono porque se sabe círculo y memoria
de una estirpe. Siento el fluir de tu inmortal ejército,
la luz que siembra una semilla en mi corazón, el presagio
que, una vez cumplido, cerrará mis ojos con la voz de un ángel.
Hay un viaje de glándulas en tu ser y mil orificios,
arterias cuya muesca resplandece como un sol
al paso del oxígeno puro. Y, sin premeditación,
cómo transportas los sucesos invisibles que bullen
en el plasma igual que náufragos en un mar purpúreo.
Cada latido impulsa tu nobleza, la diástole o la sístole
son las hermanas que besan tu raíz antes del efluvio.
Giras en el capilar, encumbras la vida en un sueño
de árboles gigantes hasta el jardín en que depositas
tu lágrima roja, ese óbolo que renace al morir. Tu color
me recuerda a una aurora virgen o al fruto perfecto
del fresón maduro. Tu río es un episodio que crece
en el abandono porque se sabe círculo y memoria
de una estirpe. Siento el fluir de tu inmortal ejército,
la luz que siembra una semilla en mi corazón, el presagio
que, una vez cumplido, cerrará mis ojos con la voz de un ángel.
lunes, 4 de noviembre de 2019
Solo una calle entre nosotros
Hay una distancia de sombra que surca la luz.
Bajo el portal el delirio de las hormigas entre el musgo.
A veces la lluvia es un rostro de paz,
tus visillos esconden madejas de algodón,
su transparencia invita al fantasma de mis sueños
a dormir en la nieve de tu piel.
Se oye el tráfico, también el dolor de la luna
cuando mis ojos atisban tu quietud.
Sangra el dulce del naranjo ante la reja orneada,
los balcones yacen como cementerios sin sed
-un clavel, diez rosas, el duro cactus,
las margaritas de pétalos azules-
vestidos de claridad en la memoria de agosto.
Te asomas curvando el pelo ya entretejido
con los ribetes del organdí
donde se escribe la inicial del amor,
solo escuchas el viento como un ajedrez
que te invita a la perdición de los grillos inútiles.
Hay un surco de asfalto, insólito, un puente de lianas
oscurecidas por el mercurio y la sal.
En mis rodillas la pasión de seguir una voz
o un perfil de mujer sin censura
ni silencio.
El último tren hablará por mí,
entonces la calle será el éxtasis de la proximidad
en un solo cuerpo, una sola vida
bajo el orden invisible de las cigarras sedientas.
Bajo el portal el delirio de las hormigas entre el musgo.
A veces la lluvia es un rostro de paz,
tus visillos esconden madejas de algodón,
su transparencia invita al fantasma de mis sueños
a dormir en la nieve de tu piel.
Se oye el tráfico, también el dolor de la luna
cuando mis ojos atisban tu quietud.
Sangra el dulce del naranjo ante la reja orneada,
los balcones yacen como cementerios sin sed
-un clavel, diez rosas, el duro cactus,
las margaritas de pétalos azules-
vestidos de claridad en la memoria de agosto.
Te asomas curvando el pelo ya entretejido
con los ribetes del organdí
donde se escribe la inicial del amor,
solo escuchas el viento como un ajedrez
que te invita a la perdición de los grillos inútiles.
Hay un surco de asfalto, insólito, un puente de lianas
oscurecidas por el mercurio y la sal.
En mis rodillas la pasión de seguir una voz
o un perfil de mujer sin censura
ni silencio.
El último tren hablará por mí,
entonces la calle será el éxtasis de la proximidad
en un solo cuerpo, una sola vida
bajo el orden invisible de las cigarras sedientas.
sábado, 2 de noviembre de 2019
La canción del aire
Se abre mi boca y recibe rostros, viento y sal.
Un boca pequeña,
taraceada por surcos de légamo,
sufridora fauce
apenas húmeda,
pared de piel en su orden liso,
jardín de palabras sin resuello contra la grieta,
la virginidad de un opúsculo,
saliva incandescente
en la orilla de una verdad muda.
Respiro todo el cosmos invisible,
las hojas de noviembre en mi cerviz,
árboles de otro tiempo, lápidas de mármol con números de esparto,
la metamorfosis del volcán que hiende mi lengua,
fábrica de papilas o herencia en el rubor
de un presagio ya muerto.
El aire danza en la noche con el alma del niño que azulea,
la colina y el río suenan a campanas rojas,
hay una doblez de ciudades o templos que no logro decir,
que duran como dura una cruz
en la congoja del mártir.
Yo sé que el olor de las plazas,
el dulce latido que nombra la luz,
los ojos sin espíritu del anciano,
el círculo de los vocablos
que giran sobre las norias de los lugares rotos
me buscan en mi refugio anárquico,
pulmón de infinitas habitaciones: lámpara, espejo, sombra.
Tibia la oscuridad entre los párpados
bajo la nervadura de una flor de sangre.
A veces un hálito frío de invierno penetra mi débil razón,
los orificios y su bosque atrapan el oxígeno
con la avidez de quien oculta su estertor a la luz;
y lloro en silencio mientras acompaso mi respirar
al ritmo de las olas que, vagamente, ahítas de espuma
jamás estallan.
Así aprendí que la vida sigue la canción del aire,
que el azar es como un frágil suvenir de volátiles ejércitos
contra los que nada pueden
el deseo
ni la memoria
ni el olvido.
Un boca pequeña,
taraceada por surcos de légamo,
sufridora fauce
apenas húmeda,
pared de piel en su orden liso,
jardín de palabras sin resuello contra la grieta,
la virginidad de un opúsculo,
saliva incandescente
en la orilla de una verdad muda.
Respiro todo el cosmos invisible,
las hojas de noviembre en mi cerviz,
árboles de otro tiempo, lápidas de mármol con números de esparto,
la metamorfosis del volcán que hiende mi lengua,
fábrica de papilas o herencia en el rubor
de un presagio ya muerto.
El aire danza en la noche con el alma del niño que azulea,
la colina y el río suenan a campanas rojas,
hay una doblez de ciudades o templos que no logro decir,
que duran como dura una cruz
en la congoja del mártir.
Yo sé que el olor de las plazas,
el dulce latido que nombra la luz,
los ojos sin espíritu del anciano,
el círculo de los vocablos
que giran sobre las norias de los lugares rotos
me buscan en mi refugio anárquico,
pulmón de infinitas habitaciones: lámpara, espejo, sombra.
Tibia la oscuridad entre los párpados
bajo la nervadura de una flor de sangre.
A veces un hálito frío de invierno penetra mi débil razón,
los orificios y su bosque atrapan el oxígeno
con la avidez de quien oculta su estertor a la luz;
y lloro en silencio mientras acompaso mi respirar
al ritmo de las olas que, vagamente, ahítas de espuma
jamás estallan.
Así aprendí que la vida sigue la canción del aire,
que el azar es como un frágil suvenir de volátiles ejércitos
contra los que nada pueden
el deseo
ni la memoria
ni el olvido.
jueves, 31 de octubre de 2019
Noche de insomnio bajo el agua y la luz
Si acaso la pluma se hiciera hielo
o el carmín de tu boca bosque
o los azules imberbes
un misil de carne en la llanura.
Si los ojos del gato lloraran
y las espigas guardadas en el neceser
se volvieran negras como el luto de los ángeles.
Si el mar de tinta, el mar al que le crecen alas,
el mar de los niños en la playa de magma,
el mar del sol implacable y la tormenta
y la alegría del bucanero, fuera un jardín
de agua y cristal.
¿Por qué el mar que no existe?
Todo es una pregunta y todo se acuesta en tu espalda.
Trenes de suburbio, tiznados como una lengua ácida,
maquillajes en los pubs sedientos de humo y palabras invisibles,
el terco amanecer de los nudillos que guardo en las axilas.
Y tú, el margen de la piedra,
el eco de la fuente que absorbe tu voz bajo la luz herida.
Ser circunstancia húmeda, sudor de pilares,
focos contra la vieja catedral, amarilleando el deseo.
Ya te dije que vivía tu perfil en la aguja del pórtico,
a la sombra del atlante, en el cirio apagado,
en el coro y en los tubos de níquel,
en el atrio y en el negro corazón de Belcebú,
en el canto de la liturgia que ampara esta cueva
que no es tu virtud sino la fruta del vómito.
Qué hogar, qué luz sin vida,
qué líquidos sin color bajo tu falda,
en qué silaba muere el viento,
cuándo se alza la nube de arsénico
que se filtra en tu ombligo y lame el dolor.
Hay futuro, siempre hay futuro en una página vacía,
escribe tu alud de ginebras en mi cintura,
algún día sabrás que la realidad vive en los calendarios deshojados,
sin abrigo, en el silencio de las lámparas rotas,
como aves que al morir la noche lanzan un graznido de rosales
al contraluz, hacia el espejo que te despierta con su voz amarga,
y su certidumbre de surcos en la piel
con cortinas oscuras que ya no blanquearán jamás
bajo el continuo deslizar de los pájaros muertos.
o el carmín de tu boca bosque
o los azules imberbes
un misil de carne en la llanura.
Si los ojos del gato lloraran
y las espigas guardadas en el neceser
se volvieran negras como el luto de los ángeles.
Si el mar de tinta, el mar al que le crecen alas,
el mar de los niños en la playa de magma,
el mar del sol implacable y la tormenta
y la alegría del bucanero, fuera un jardín
de agua y cristal.
¿Por qué el mar que no existe?
Todo es una pregunta y todo se acuesta en tu espalda.
Trenes de suburbio, tiznados como una lengua ácida,
maquillajes en los pubs sedientos de humo y palabras invisibles,
el terco amanecer de los nudillos que guardo en las axilas.
Y tú, el margen de la piedra,
el eco de la fuente que absorbe tu voz bajo la luz herida.
Ser circunstancia húmeda, sudor de pilares,
focos contra la vieja catedral, amarilleando el deseo.
Ya te dije que vivía tu perfil en la aguja del pórtico,
a la sombra del atlante, en el cirio apagado,
en el coro y en los tubos de níquel,
en el atrio y en el negro corazón de Belcebú,
en el canto de la liturgia que ampara esta cueva
que no es tu virtud sino la fruta del vómito.
Qué hogar, qué luz sin vida,
qué líquidos sin color bajo tu falda,
en qué silaba muere el viento,
cuándo se alza la nube de arsénico
que se filtra en tu ombligo y lame el dolor.
Hay futuro, siempre hay futuro en una página vacía,
escribe tu alud de ginebras en mi cintura,
algún día sabrás que la realidad vive en los calendarios deshojados,
sin abrigo, en el silencio de las lámparas rotas,
como aves que al morir la noche lanzan un graznido de rosales
al contraluz, hacia el espejo que te despierta con su voz amarga,
y su certidumbre de surcos en la piel
con cortinas oscuras que ya no blanquearán jamás
bajo el continuo deslizar de los pájaros muertos.
martes, 29 de octubre de 2019
Tus cabellos
Has pensado si son sangre también, venas finísimas
que estallan en color. Cientos, miles de miles
como un ejército que se expone al sol, al agua,
a un microcosmos o a una jungla impenetrable.
La edad atosiga su brillo, mata la raíz, ejerce
una costumbre de páramo y caen como árboles
exhaustos; sus hilos blancos, refulgen en la noche
son heridas del tiempo inviolable. En la juventud
crecieron libres, frondosos, esquejes que la luna premia;
después su hogar fue un hombro, la canción del peine,
un alud de añoranzas que cruza la oronda senectud
del cráneo. Sois un espejo de muerte o un símbolo
de infelices sombras. En esta fotografía acicalas
con el hueco de tu mano un rizo rebelde y piensas
que la vida es como el aire que se posa en la luz
y se escapa, así la almendra que tus cabellos dejan
en el arcoíris fugitivo del pasado.
lunes, 28 de octubre de 2019
Mi gato
Lleva en su iris un carámbano de luna.
Si maúlla caen las hojas del peral.
Es grácil su cuerpo peludo, me roza
con la insolencia del adiós en la mirada.
Hay días- o noches- que sube a los tejados
y espera el zureo del palomar como un canto
de alegres difuntos. Ocupa el lugar de mi madre,
igual que ella se amodorra y estira sus patas
de títere sobre el algodón del sofá. Yo lo alimento
con espinas y lúpulo, le doy un rostro y le pido
que me enseñe a caminar en el silencio
con la altivez de los príncipes. Algunas mañanas
se asoma al ventanal con sus ojos grandes,
azules de océano, y finge ser el antiguo dios
de un Egipto enterrado. No le pondré ningún nombre
ni dibujaré la elegancia con que se desliza entre el yeso
y las paredes ajadas. Mi gato no es mi gato,
mi gato sueña con junglas y paraísos perdidos,
no sabe que en esta casa reina como un malhechor
reina en su guarida.
sábado, 26 de octubre de 2019
Los silencios
¿Qué dicen los silencios de la casa?
Hablan los espejos, pulidos como el metal del alma,
hablan los ojos del televisor y las macetas áridas,
habla el mercurio del azogue y los relojes parados
en noviembre, habla el cajón que es tu memoria,
tu edad y tus miedos. Hablan los domingos
con su orla de bienaventuranza, habla el párpado
entreabierto a la claridad. Le hablas tú al sol,
rayo en la curva de un mueble, le hablas al infante
que una vez fuiste, te habla un ratón perdido
en el zócalo rajado, le hablas al perdón
y a todos sus nombres.
¿A quién pertenece el silencio de esta casa?
Vives aquí con la fiel costumbre y el fulgor del aire,
vives solo, o eso crees, porque tu sombra pisa el tiempo,
la baba se deshace en humus y sientes la luz
y el calor y el tránsito como polen que fertiliza
el orgullo del desdén. Te hablas a escondidas
como una tarántula en su hilo invicto, me hablas
al responderte-y eres un eco azul-. Le hablas al dolor
y a la oscuridad y a las voces que no entiendes.
Hablamos en la umbría de los parques
y en los paseos donde el mar escupe un oráculo.
Los silencios de esta casa no existen, se desdoblan,
mueren vírgenes en unos labios que se abren
y recitan la canción de la vida, que es una canción muda.
Hablan los espejos, pulidos como el metal del alma,
hablan los ojos del televisor y las macetas áridas,
habla el mercurio del azogue y los relojes parados
en noviembre, habla el cajón que es tu memoria,
tu edad y tus miedos. Hablan los domingos
con su orla de bienaventuranza, habla el párpado
entreabierto a la claridad. Le hablas tú al sol,
rayo en la curva de un mueble, le hablas al infante
que una vez fuiste, te habla un ratón perdido
en el zócalo rajado, le hablas al perdón
y a todos sus nombres.
¿A quién pertenece el silencio de esta casa?
Vives aquí con la fiel costumbre y el fulgor del aire,
vives solo, o eso crees, porque tu sombra pisa el tiempo,
la baba se deshace en humus y sientes la luz
y el calor y el tránsito como polen que fertiliza
el orgullo del desdén. Te hablas a escondidas
como una tarántula en su hilo invicto, me hablas
al responderte-y eres un eco azul-. Le hablas al dolor
y a la oscuridad y a las voces que no entiendes.
Hablamos en la umbría de los parques
y en los paseos donde el mar escupe un oráculo.
Los silencios de esta casa no existen, se desdoblan,
mueren vírgenes en unos labios que se abren
y recitan la canción de la vida, que es una canción muda.
jueves, 24 de octubre de 2019
El invisible raíl
Lo que verás es tu ayer en la ola fugaz de la playa.
Qué pide la noche al silencio, qué ansia tu cuerpo
perdido en la hojarasca de un parque sin lujuria.
Te abrazo con el osario alegre. Soy el orden de las estrellas
en un hemistiquio de luz, soy la pregunta que la nieve
rechaza en su dormida efigie de manto y agua azul.
Me atrae un equinoccio que ronda la semilla de tu piel,
la flor de un tatuaje, la noche en la almendra virgen del ataúd
que llevas bajo la axila, deuda y misterio de los ojos húmedos.
Has subido, encarnada y frágil, hasta la red híspida del palomar.
Sobre los tejados el aullido que lanzas enfría la hoguera
que en los suburbios es un fanal o un carmesí aventado
por el miedo. ¿Escuchas cómo el invisible raíl, la cicatriz
inmortal de los trenes sin alma te responde en la negrura,
te convierte en hambre de exilio o en océano sin islas?
Solo tres o cuatro palabras equivalen al cerrojo o a los espejos
que invocan la fragilidad del pasado. Si no crees en la hoja
herida, entrégame el perfil de la mañana, el ruiseñor que surge
para ser canto en mi centro, en el justo espacio donde habitan
la ruindad y el frenesí de los orates.
Qué pide la noche al silencio, qué ansia tu cuerpo
perdido en la hojarasca de un parque sin lujuria.
Te abrazo con el osario alegre. Soy el orden de las estrellas
en un hemistiquio de luz, soy la pregunta que la nieve
rechaza en su dormida efigie de manto y agua azul.
Me atrae un equinoccio que ronda la semilla de tu piel,
la flor de un tatuaje, la noche en la almendra virgen del ataúd
que llevas bajo la axila, deuda y misterio de los ojos húmedos.
Has subido, encarnada y frágil, hasta la red híspida del palomar.
Sobre los tejados el aullido que lanzas enfría la hoguera
que en los suburbios es un fanal o un carmesí aventado
por el miedo. ¿Escuchas cómo el invisible raíl, la cicatriz
inmortal de los trenes sin alma te responde en la negrura,
te convierte en hambre de exilio o en océano sin islas?
Solo tres o cuatro palabras equivalen al cerrojo o a los espejos
que invocan la fragilidad del pasado. Si no crees en la hoja
herida, entrégame el perfil de la mañana, el ruiseñor que surge
para ser canto en mi centro, en el justo espacio donde habitan
la ruindad y el frenesí de los orates.
martes, 22 de octubre de 2019
Quizá tú ya pensaste
Quizá tú ya pensaste, alguna vez,
qué significa la luz.
Un rayo se posa en tu nombre y se enciende la luna,
llama la aurora al ventanal y se derrama su aliento
como polen de vida.
En la deidad del sol no hay sombras ausentes,
en el atardecer los paraguas de la noche se abren contra el fulgor
y se acuesta la nube y regresan los pájaros
hacia el nido blanco que relumbra.
Dora la luz los campos vírgenes,
las espigas tempranas elevan sus coronas
como alfanjes purísimos,
en el perfil del cristal muere la ceniza de la luz
ahíta de silencio y de paz.
Vibrante el día de agosto, canícula que ciega el sudor,
éxtasis luminoso en el arenal, cuerpos de bronce
en las acequias del mar.
Pero qué nos regala, entonces, la luz.
Te diré que es la razón por la que existen mis ojos y los tuyos,
el terciopelo suave de su caída
es un don de agua riente,
rompe su cabellera la negritud
como el desnudo de un dios ilumina el perdón.
Yo no sé qué significa la luz,
solo recibo su constancia de madre amante,
su eterna canción de flores altivas,
el eco que en mis párpados deja el fluido invisible de su ardor,
el misterio, sin pausa, que dona
al crear un mundo
en los cimientos de mi corazón.
qué significa la luz.
Un rayo se posa en tu nombre y se enciende la luna,
llama la aurora al ventanal y se derrama su aliento
como polen de vida.
En la deidad del sol no hay sombras ausentes,
en el atardecer los paraguas de la noche se abren contra el fulgor
y se acuesta la nube y regresan los pájaros
hacia el nido blanco que relumbra.
Dora la luz los campos vírgenes,
las espigas tempranas elevan sus coronas
como alfanjes purísimos,
en el perfil del cristal muere la ceniza de la luz
ahíta de silencio y de paz.
Vibrante el día de agosto, canícula que ciega el sudor,
éxtasis luminoso en el arenal, cuerpos de bronce
en las acequias del mar.
Pero qué nos regala, entonces, la luz.
Te diré que es la razón por la que existen mis ojos y los tuyos,
el terciopelo suave de su caída
es un don de agua riente,
rompe su cabellera la negritud
como el desnudo de un dios ilumina el perdón.
Yo no sé qué significa la luz,
solo recibo su constancia de madre amante,
su eterna canción de flores altivas,
el eco que en mis párpados deja el fluido invisible de su ardor,
el misterio, sin pausa, que dona
al crear un mundo
en los cimientos de mi corazón.
domingo, 20 de octubre de 2019
Dédalo se lamenta por la muerte de Ícaro
*Cuadro de Anton Van Dyck
No es fácil convertirse en pájaro
cuando el cuerpo es otro
y la experiencia solo conoce
el surco de la tierra o la ola del mar.
Esta aguja, este hilo, la pez, el sudor de la tela,
el plumaje suave con que vestí las noches de la amada
son ahora un germen de libertad sin límites.
Mira como se agita el armazón
y sorbe al aire
igual que un amante escucha
el susurro ambiguo de las mariposas.
Deja que se impulse la armonía de las alas contra el horizonte,
y verás que no persiguen un deseo, se acomodan a la luz,
simulan el recorrido o el peregrinaje de los albatros,
de las garzas marinas, de las gaviotas perdidas
entre la niebla.
Ciñe el cuero bruñido a tus hombros,
aprende del ágil enigma de los cernícalos,
no finjas ser un astro cuando solo eres la imitación de un sueño.
Yo te quería lejos del infeliz Minotauro.
Te quería hijo de una isla blanca
sin engaños ni venganzas
ni misterio.
Me acerco a ti cuando el sol me hiere,
como una lluvia de oro rocías las nubes con tu canto
y no presientes el calor
ni su mortandad azul.
Has caído como un títere roto.
Te recibe el aliento de la bruma
y un sudario de ninfas en el barniz de tu inocencia.
Quisiera ser tú y renacer en la memoria,
quisiera que tu hogar fuera el país donde crecen los frutales,
aquellos que de niño te alimentaron
antes de tu muerte, en la mitad de tu vida.
viernes, 18 de octubre de 2019
Bajo tu paraguas
Dicen que aquí los minutos son húmedos
como un violín que llora. Semillas en el cristal
de iris traslúcido, zumo de brevas bajo el dintel.
Qué ciudad rompe las estrías de la luna
y se viste con el rumor de la piedra y la caricia del agua.
Pasos de niño sin un reflejo de luz,
olores de mercado en las branquias de la noche.
Me acostumbré a no soñar con palomas
y fui un lagarto contra el gris de la nube,
un ruiseñor en los balcones de la juventud.
Hubo jardines de púas blancas y una imagen solitaria
de pájaros comiéndose el corazón de un hombre.
Me nacieron alas de orgullo y, sin querer,
piaba en los trenes como un loco que no cree en su locura.
A fuerza de imaginar un sol, seguí las huellas de tu piel
hasta el confín de la música y me oculté en la piedad
de los antros oscuros, solo para ser tu sombra o tu delirio.
Y llueve, llueve aquí, en los lugares sin alma,
en la ceniza del desdén. Cada vez que el cielo agita
su catarata ángeles líquidos, yo recuerdo
que bajo tu paraguas había luz, un hogar de hojas secas,
un desliz y un nido tan dulce como la inmortalidad de los sueños.
como un violín que llora. Semillas en el cristal
de iris traslúcido, zumo de brevas bajo el dintel.
Qué ciudad rompe las estrías de la luna
y se viste con el rumor de la piedra y la caricia del agua.
Pasos de niño sin un reflejo de luz,
olores de mercado en las branquias de la noche.
Me acostumbré a no soñar con palomas
y fui un lagarto contra el gris de la nube,
un ruiseñor en los balcones de la juventud.
Hubo jardines de púas blancas y una imagen solitaria
de pájaros comiéndose el corazón de un hombre.
Me nacieron alas de orgullo y, sin querer,
piaba en los trenes como un loco que no cree en su locura.
A fuerza de imaginar un sol, seguí las huellas de tu piel
hasta el confín de la música y me oculté en la piedad
de los antros oscuros, solo para ser tu sombra o tu delirio.
Y llueve, llueve aquí, en los lugares sin alma,
en la ceniza del desdén. Cada vez que el cielo agita
su catarata ángeles líquidos, yo recuerdo
que bajo tu paraguas había luz, un hogar de hojas secas,
un desliz y un nido tan dulce como la inmortalidad de los sueños.
miércoles, 16 de octubre de 2019
Pasajeros
Nada, ni humo, ni silencio, ni bocinas en los ojos.
Domingo estéril como un pájaro que cae tras el vuelo,
domingo de rezos invisibles en las solapas negras,
domingo de trenes agonizantes en el suburbio de un andén.
Tanto pedí a las horas que en un círculo de luz
durmiera tu seno, estación húmeda en la tarde de noviembre
con hilos de escarcha en la testuz de viejas locomotoras,
con la fe del gusano en los vagones de letras desleídas
y un rumor de ejes arcaico.
No esperaba tu presencia
porque yo era fiebre en un baúl de objetos sin edad,
era la prisión de los relojes
o el turbio destino de los mercancías
después de gritar su nube.
Pero te acomodaste junto a mi sombra,
perfil blanco en el cristal, el redoble del vagón
como un caballo herido entre tus piernas.
Y ya todo fue tránsito,
locura de arpegios en la quietud,
una estatua que llora
o se ensimisma
sin querer
perdida en los paisajes
y en el tiempo.
A menudo me recuerdas
a un gorrión que agoniza entre las vías
después de haber pasado
el último tren de la noche.
Domingo estéril como un pájaro que cae tras el vuelo,
domingo de rezos invisibles en las solapas negras,
domingo de trenes agonizantes en el suburbio de un andén.
Tanto pedí a las horas que en un círculo de luz
durmiera tu seno, estación húmeda en la tarde de noviembre
con hilos de escarcha en la testuz de viejas locomotoras,
con la fe del gusano en los vagones de letras desleídas
y un rumor de ejes arcaico.
No esperaba tu presencia
porque yo era fiebre en un baúl de objetos sin edad,
era la prisión de los relojes
o el turbio destino de los mercancías
después de gritar su nube.
Pero te acomodaste junto a mi sombra,
perfil blanco en el cristal, el redoble del vagón
como un caballo herido entre tus piernas.
Y ya todo fue tránsito,
locura de arpegios en la quietud,
una estatua que llora
o se ensimisma
sin querer
perdida en los paisajes
y en el tiempo.
A menudo me recuerdas
a un gorrión que agoniza entre las vías
después de haber pasado
el último tren de la noche.
lunes, 14 de octubre de 2019
Aquel río tuyo
Puede que el día escriba un signo blanco en la herida,
puede. Está la luz de las horas, limpia como un árbol inverso
que asoma su raíz, está el viento adulto y su olor de flores
escarchadas. Tú quieres un río, el río de tu infancia,
lóbrego y gris, ausente de pájaros, vestido de niebla.
Yo quiero la insolencia del mar sobre un espejo de algas,
relampagueante, en su cenit de ola, el haz de un faro antiguo.
Nos buscan los laberintos que encubren el pavor de la araña,
también los rostros más viejos que atisban tu andar
bajo una lluvia impenetrable. Es curiosa la vida si lo piensas,
hija del agua y su transparencia, junco que brota en la arena de mi playa,
nunca supe que tú eras la ninfa de sal y yo el pez dorado
que se ancla a la corriente de aquel río tuyo
que ahora, por última vez, siento en mi boca.
puede. Está la luz de las horas, limpia como un árbol inverso
que asoma su raíz, está el viento adulto y su olor de flores
escarchadas. Tú quieres un río, el río de tu infancia,
lóbrego y gris, ausente de pájaros, vestido de niebla.
Yo quiero la insolencia del mar sobre un espejo de algas,
relampagueante, en su cenit de ola, el haz de un faro antiguo.
Nos buscan los laberintos que encubren el pavor de la araña,
también los rostros más viejos que atisban tu andar
bajo una lluvia impenetrable. Es curiosa la vida si lo piensas,
hija del agua y su transparencia, junco que brota en la arena de mi playa,
nunca supe que tú eras la ninfa de sal y yo el pez dorado
que se ancla a la corriente de aquel río tuyo
que ahora, por última vez, siento en mi boca.
sábado, 12 de octubre de 2019
La visita de Morta
Te acercas con el olor a incienso de los calendarios,
sin telarañas en los párpados, como un ave desnuda
que pía luz. Conoces la caída de la noche y el orgullo
de los murciélagos, has roto la ceniza de los visillos
con la luna triste de tu seno. Si abres las alas
me encontrarás dormido y seré tu isla, tu ruiseñor,
tu hoguera azul. Y me llevarás a lo oscuro donde
al fin escucharé el latido de los muertos.
sin telarañas en los párpados, como un ave desnuda
que pía luz. Conoces la caída de la noche y el orgullo
de los murciélagos, has roto la ceniza de los visillos
con la luna triste de tu seno. Si abres las alas
me encontrarás dormido y seré tu isla, tu ruiseñor,
tu hoguera azul. Y me llevarás a lo oscuro donde
al fin escucharé el latido de los muertos.
jueves, 10 de octubre de 2019
Historia de un mendigo
*Fotografía de Lee Jeffries
Aquí no hay un espejo, cuánto hace que no me miro
en un espejo, seré tacto, barba hirsuta, olor de chaqueta
muerta, de ropa muerta, de muerto en andrajos. Salir
a la orilla del esputo, el que dejé ayer junto a la alcohólica
que ríe con dientes podridos, isla y agujeros, invierno
de dragones, viento que es un amigo, igual que la lluvia
o el hambre, tuve país, hogar y futuro, hoy las ratas
me acompañan mientras arrastro el violín de mis zapatos
sobre un suelo de voraces gusanos a los que alimento
con el orín que, lentamente, corre, como vena o río azul
hasta el desleído oráculo de las baldosas. Quise, amé
el rojo océano desde el lugar incontinente de una ciudad ardida.
Para qué venir a poblar los sueños, hay rastros y gotas
de sangre y varices sobre las farolas, hay estómagos
desvirgados que cuelgan de los frutales, y túneles
de alcanfor con cartones dibujados por falsos profetas.
Humo de colillas, alcohol de garrafa, mugre y vicio
como un chicle que se escupe amargo. Perdí el reloj
y ya no sé el día, conozco un refugio bajo una roca
donde el mar no llega, ni llega el claxon de los mercedes,
ni el oro blanco de los mentirosos, ni el fétido aliento
de los ricos, ni la dulce rutina de los que mueren
en sus trabajos. Soy un mundo subterráneo
en un acuario de abalorios, pero es tan mía la luz,
tan mío este instante, que solo con el desprecio reirá mi ser.
miércoles, 9 de octubre de 2019
Lo qué le diré al tiempo
¿Qué decirle al tiempo que no sepa?
Dios de agujas y arenas, microscópico ser,
rutina que gotea una luz sombría. Yo le diré
que mi vida está guardada bajo la nieve,
le diré que lo efímero es un jardín de flores inolvidables,
que un soplo de quietud, el éxtasis de un beso,
el sol de la experiencia, el amor entregado
sobreviven al eclipse, al sudor de la piedra,
al maldito puñal de las horas.
En este singular instante en que respiro tiempo,
inconsciente del segundo que me lanza, lentamente, a la caída,
yo mixturo letras, letras infantiles, anárquicas, torpes,
letras que divagan y mienten, letras sin ayer ni mañana
porque las llevo escritas en la piel, en el corazón y en el silencio.
Quisiera un alud cuajado de historias sin futuro,
nada significa la verdad de otro si no hay un roce,
una comunión o un desengaño. De mármol y acero
mis vivencias sin sombra, vestidas de suspiros y humo.
Le diré al tiempo, que vive en mí una inmortalidad
que no es la de las fotografías, ni la de las estatuas
ni la de los vídeos furtivos. Una inmortalidad
que fluye con la sangre y amenaza al rutinario existir
con su locura. En ella está la savia gris de la especie.
Sabed, amigos míos, que sois inmortales.
Tal vez lo descubráis un día en la breve lucidez
de un pensamiento.
Dios de agujas y arenas, microscópico ser,
rutina que gotea una luz sombría. Yo le diré
que mi vida está guardada bajo la nieve,
le diré que lo efímero es un jardín de flores inolvidables,
que un soplo de quietud, el éxtasis de un beso,
el sol de la experiencia, el amor entregado
sobreviven al eclipse, al sudor de la piedra,
al maldito puñal de las horas.
En este singular instante en que respiro tiempo,
inconsciente del segundo que me lanza, lentamente, a la caída,
yo mixturo letras, letras infantiles, anárquicas, torpes,
letras que divagan y mienten, letras sin ayer ni mañana
porque las llevo escritas en la piel, en el corazón y en el silencio.
Quisiera un alud cuajado de historias sin futuro,
nada significa la verdad de otro si no hay un roce,
una comunión o un desengaño. De mármol y acero
mis vivencias sin sombra, vestidas de suspiros y humo.
Le diré al tiempo, que vive en mí una inmortalidad
que no es la de las fotografías, ni la de las estatuas
ni la de los vídeos furtivos. Una inmortalidad
que fluye con la sangre y amenaza al rutinario existir
con su locura. En ella está la savia gris de la especie.
Sabed, amigos míos, que sois inmortales.
Tal vez lo descubráis un día en la breve lucidez
de un pensamiento.
sábado, 5 de octubre de 2019
Analítica sensorial
Vista:
Película que no acaba,
espejo de la vida en pasos dormidos,
cercanía de lugares que rebotan en mí,
la eternidad en un segundo de paz
cuando los ojos se abren a la luz
Tacto:
La huella del frío o del calor no sirve,
áspera la lija o el esparto,
suave la seda y el algodón,
desnuda tu piel se entrega a la caricia
donde mueren, al fin, mis dedos.
Olfato:
Tu perfume me provoca un aullido en la memoria.
El olor de un seno tan próximo,
el humo en las costillas incubando noche,
el aroma salino de un mar en calma,
un pan recién horneado entre las manos.
Gusto:
Dulce tu pezón como leche que mana,
acre el sabor de la mentira,
agrio el poso de la sangre en la boca,
picor del ovillo que oculta tu vientre.
Oído:
Se adivina tu ser por los tacones ágiles,
voces de mercurio, motos que invaden la luz
con estrías de carámbano,
música que escucho a solas
en una habitación sin alma,
el murmullo de los espejos,
el silbido del hombre libre.
Película que no acaba,
espejo de la vida en pasos dormidos,
cercanía de lugares que rebotan en mí,
la eternidad en un segundo de paz
cuando los ojos se abren a la luz
Tacto:
La huella del frío o del calor no sirve,
áspera la lija o el esparto,
suave la seda y el algodón,
desnuda tu piel se entrega a la caricia
donde mueren, al fin, mis dedos.
Olfato:
Tu perfume me provoca un aullido en la memoria.
El olor de un seno tan próximo,
el humo en las costillas incubando noche,
el aroma salino de un mar en calma,
un pan recién horneado entre las manos.
Gusto:
Dulce tu pezón como leche que mana,
acre el sabor de la mentira,
agrio el poso de la sangre en la boca,
picor del ovillo que oculta tu vientre.
Oído:
Se adivina tu ser por los tacones ágiles,
voces de mercurio, motos que invaden la luz
con estrías de carámbano,
música que escucho a solas
en una habitación sin alma,
el murmullo de los espejos,
el silbido del hombre libre.
viernes, 4 de octubre de 2019
A partir de hoy
A partir de hoy seré tu androide.
Por piel un pedazo de latón, por rostro una mueca
que alterna colores, por movimiento la elipse
que repito infinita
sin que nada me perturbe.
Hablaré con voz fría,
voz metálica,
voz servil de eunuco,
pondré mi mejor sonrisa entre dos sílabas de hierro.
Guardaré en mi interior
un corazón de aluminio
que reluzca al fondo de mi tórax;
jamás diré miedo,
ni piedad,
ni alegría.
Si te extraña lo que digo
entiende que mis luces
son semáforos racionales;
que no te haré sufrir
ni me podrás amar,
que te serviré como perro fiel
hasta que mueras.
Por piel un pedazo de latón, por rostro una mueca
que alterna colores, por movimiento la elipse
que repito infinita
sin que nada me perturbe.
Hablaré con voz fría,
voz metálica,
voz servil de eunuco,
pondré mi mejor sonrisa entre dos sílabas de hierro.
Guardaré en mi interior
un corazón de aluminio
que reluzca al fondo de mi tórax;
jamás diré miedo,
ni piedad,
ni alegría.
Si te extraña lo que digo
entiende que mis luces
son semáforos racionales;
que no te haré sufrir
ni me podrás amar,
que te serviré como perro fiel
hasta que mueras.
jueves, 3 de octubre de 2019
¿Quién soy ahora?
Oye la palabra muda,
la que se vierte en el silencio para ti.
De las cosas no puedo decir su patria,
me acompañaron como si solo conocieran el naufragio de mis manos,
la caricia que un recuerdo posa en el rostro enmohecido.
Más allá, en el esplendor de la isla
dejé otra isla donde ya no volverá a oírse mi voz.
Me gusta el canto de la lluvia,
su rumor constante de violines húmedos,
de gotas sin nombre en la desmemoria de los pájaros.
Y si llueve veo como un surco nace en el óvalo de tu cara,
rotos los visillos, reflejo de luna líquida
en el crisol de tus mejillas.
A veces imagino árboles que alimentan el caudal del río,
lloran y el musgo es un pañuelo que suda su dolor.
¿Quién soy ahora?
Soy el icono del mar en un poster,
soy la música de las golondrinas en una cruz móvil,
soy el espejo donde vive la sombra.
Soy un número, un delfín, una nube, una herida.
Soy el aire que tú expeles después de nutrirte,
el corazón sin luz que ansía la noche esdrújula,
el muro que edifica para ti
el guardián del olvido.
miércoles, 2 de octubre de 2019
Ya estás aquí
Ah!, qué habitación, océano de color.
Un mar entre grecas y paredes,
horizonte de alcayatas, madre oruga,
mosca amiga que ronronea ávida de azúcar,
y el vigor arácnido, telar en la cornisa,
en el duro zócalo que fue divinidad engalanada,
hormigas en rombo, hormigas como un seductor anuncio
de portátiles sherpas en la jungla perdida de un oasis.
Merodea el moscardón la calva del abuelo,
surge la mariposa entre las voces
y columpia la estratagema que cualquier palabra esconde.
Labora la araña en la esquina del ventanal,
en el televisor Spiderman va soltando
redes de nylon sobre edificios virtuales.
¿Dónde el carábido, la pulga de Laika,
tu pata orante que hierve en mi sexo?
Ya estás aquí, querida Mantis
lunes, 30 de septiembre de 2019
No volveré a hablar con tu sombra
Cuando me visita tu sombra, yo elijo hablarte.
Te digo lo que mi sombra piensa, que no es igual
que lo que dice mi cuerpo. Me sorprende
la inquietud de madre que muestra el gris amorfo
en que te desdoblas. Quizá debiera entender
que no hablo contigo, que a tu sombra le duele
este desconcierto. Le hablaré al espejo
y al ventanal donde a veces te acodas,
con la esperanza de que al fin me oigas
y así yo escuche tu silencio.
Te digo lo que mi sombra piensa, que no es igual
que lo que dice mi cuerpo. Me sorprende
la inquietud de madre que muestra el gris amorfo
en que te desdoblas. Quizá debiera entender
que no hablo contigo, que a tu sombra le duele
este desconcierto. Le hablaré al espejo
y al ventanal donde a veces te acodas,
con la esperanza de que al fin me oigas
y así yo escuche tu silencio.
domingo, 29 de septiembre de 2019
Te reconozco, aunque no te conozco
Abro mi boca contra el aire,
pequeña la máscara que iza tus senos
y decide la longitud donde el pájaro
escribirá su tardanza.
Hay un hilo de algodón sin ojales,
sonámbulo como la fiebre que seduce a la ternura;
me visito en el mañana cuando la luz me posea
y me posea tu cuerpo,
tu danza, tu meteoro
en la brillante atmósfera de los jardines iluminados.
Nos define el ladrar de cualquier perro,
tras el rostro de las mujeres que vi
un demonio travestido organiza los itinerarios
en que posaré el tiempo.
Allí, en el alambre que los músculos tensan,
en la voz que digo a solas, en la silueta que vaga,
delfín alegre, bajo la caracola de la ciudad,
en el centro exacto de un mapa que nadie dibujó
habita el origen del silencio.
Ya sé tu nombre y el hogar que llevas en tu ombligo
-tan desnudo, tan breve, como la vida de un insecto-,
sé del marfil y el oro que tus uñas exhiben
en los páramos azules de la bibliotecas.
Un swing de jazz acompaña el sándalo de tu mesa,
y la copa, la copa virgen que no has probado
es un túmulo de castidad,
un cardumen de sueños prohibidos.
En mi piel no encuentro los tatuajes que mi memoria transmuta,
no existe el rastro, ni la huella que persiga
a la dalia encarnada.
Un color imposible barniza tu cráneo,
esparces tu cabello y gotas de liquen
dejan una humedad de bosque en mis entrañas.
Se suicida el mar que compartimos
mientras en la sed de los cines
la ficción está más viva que el presente.
Un ojo singular ve a los estorninos como nubes de carne,
como una cicatriz en el ojo blanco de la luna.
Cada cosa será en el devenir un sudor frío,
un gorjeo de palomas muertas
en el escalón que nunca volverás a pisar
porque su materia se habrá convertido en recuerdo.
pequeña la máscara que iza tus senos
y decide la longitud donde el pájaro
escribirá su tardanza.
Hay un hilo de algodón sin ojales,
sonámbulo como la fiebre que seduce a la ternura;
me visito en el mañana cuando la luz me posea
y me posea tu cuerpo,
tu danza, tu meteoro
en la brillante atmósfera de los jardines iluminados.
Nos define el ladrar de cualquier perro,
tras el rostro de las mujeres que vi
un demonio travestido organiza los itinerarios
en que posaré el tiempo.
Allí, en el alambre que los músculos tensan,
en la voz que digo a solas, en la silueta que vaga,
delfín alegre, bajo la caracola de la ciudad,
en el centro exacto de un mapa que nadie dibujó
habita el origen del silencio.
Ya sé tu nombre y el hogar que llevas en tu ombligo
-tan desnudo, tan breve, como la vida de un insecto-,
sé del marfil y el oro que tus uñas exhiben
en los páramos azules de la bibliotecas.
Un swing de jazz acompaña el sándalo de tu mesa,
y la copa, la copa virgen que no has probado
es un túmulo de castidad,
un cardumen de sueños prohibidos.
En mi piel no encuentro los tatuajes que mi memoria transmuta,
no existe el rastro, ni la huella que persiga
a la dalia encarnada.
Un color imposible barniza tu cráneo,
esparces tu cabello y gotas de liquen
dejan una humedad de bosque en mis entrañas.
Se suicida el mar que compartimos
mientras en la sed de los cines
la ficción está más viva que el presente.
Un ojo singular ve a los estorninos como nubes de carne,
como una cicatriz en el ojo blanco de la luna.
Cada cosa será en el devenir un sudor frío,
un gorjeo de palomas muertas
en el escalón que nunca volverás a pisar
porque su materia se habrá convertido en recuerdo.
viernes, 27 de septiembre de 2019
Qué extraña la nieve
Qué extraña la nieve, mota que deja el pájaro frío,
brizna en el ojal del hombre sin ardor,
volátil su arquitectura,
barniz lechoso que en un suspiro viste el cemento.
Yo no sé qué es la nieve,
la confundo con una plegaria,
un rocío, un maná
escondido entre las nubes.
Solo quiero sentir la escarcha
bajo la suela de este zapato
donde se oculta el agua
como una bendición escondida.
Ya es de noche, entre la negritud
lágrimas blancas transitan el aire,
descienden ofrecidas por la mano invisible de un dios
que, lánguidamente, muestra a la luz su copa de hielo.
O, también, el soplido que junta los estratos,
los cúmulos, el viento que recoge un lloro,
el lloro de los ángeles con su voz aterida,
la sombra gris que va soltando cristales líquidos
como pestañas que se cierran bajo el peso del blancor.
Nieve que bendice las plazas
con remolinos de historias proclives al azar,
árbol de diciembre, faroles encendidos,
luminaria en las fachadas,
un candil entre los huesos de quien se azora
ante la yesca y su crepitar de chispas insomnes.
Sí, nieva en la ciudad en la que nunca nevó,
y yo escucho el silencio y miro en el umbral
el paso lento de los copos,
hacia el suicidio,
hacia el éxtasis con que mueren las gotas en la luz.
miércoles, 25 de septiembre de 2019
Todo lo guardo para ti
Entiéndeme, todo lo guardo para ti.
Esta lluvia en mi mano la aprieto y es un nido,
un estanque, una lágrima en donde crecerá una flor.
Cada segundo se vuelve pensamiento y yo lo recojo,
lo mimo, porque en ese pensamiento tu imagen
brilla y sonríe, y me dice algo que, al fin, me salva.
En el hogar, las cosas tuyas penetran el calor de mi carne,
se posan en el corazón, me habitan para que yo
no entienda qué es el olvido. Todo lo guardo para ti,
mi voz no es la misma cuando susurra en tu voz
lo que esperas oír. Y si estoy lejos vives en mí,
eres tú la que pasea los puentes, nada en los ríos,
pisa las calles húmedas, como si yo solo fuera lluvia.
Entiéndeme, hay luz en tu sombra, cada tarde
escucho un trinar de pájaros que repiten tu nombre.
Y sé que lo que guardo en realidad es el futuro, una semilla
de amor que va calando, invisible, en la raíz del tiempo.
El tiempo que compartimos juntos, aunque no estés presente.
Esta lluvia en mi mano la aprieto y es un nido,
un estanque, una lágrima en donde crecerá una flor.
Cada segundo se vuelve pensamiento y yo lo recojo,
lo mimo, porque en ese pensamiento tu imagen
brilla y sonríe, y me dice algo que, al fin, me salva.
En el hogar, las cosas tuyas penetran el calor de mi carne,
se posan en el corazón, me habitan para que yo
no entienda qué es el olvido. Todo lo guardo para ti,
mi voz no es la misma cuando susurra en tu voz
lo que esperas oír. Y si estoy lejos vives en mí,
eres tú la que pasea los puentes, nada en los ríos,
pisa las calles húmedas, como si yo solo fuera lluvia.
Entiéndeme, hay luz en tu sombra, cada tarde
escucho un trinar de pájaros que repiten tu nombre.
Y sé que lo que guardo en realidad es el futuro, una semilla
de amor que va calando, invisible, en la raíz del tiempo.
El tiempo que compartimos juntos, aunque no estés presente.
martes, 24 de septiembre de 2019
Mi cita con la sirena
Nunca nadé ni conocí el mar,
jamás escuché el canto dulce,
sonoro, líquido que danza sobre las olas
como un resplandor.
No intenté mirar bajo tu vientre
que en la tarde brillaba,
nácar, coral, que se agita
impasible.
Me dijeron que las sirenas se arrebolan,
coquetean, maldicen el rostro ajado de los hombres
antes de que la cópula encienda el grito,
mitad éxtasis, mitad muerte, en su voz.
Pero yo solo veo la carne pura, la sonrisa,
los gestos que seducen, un cigarrillo
que sostiene tu mano, el iris azul
que cautiva mi sed.
Bajo la mesa zigzaguea una cola perlada,
buscas el oro del mar en el aire,
fantaseas con océanos que desvirguen, eternamente,
tu traición.
Me hablas y te hablo.
Tú para mí eres la ninfa que conoció a Odiseo,
yo para ti soy el marino
que solo sabía nadar en sueños.
Quizá la noche
nos encuentre desnudos en una isla inventada.
jamás escuché el canto dulce,
sonoro, líquido que danza sobre las olas
como un resplandor.
No intenté mirar bajo tu vientre
que en la tarde brillaba,
nácar, coral, que se agita
impasible.
Me dijeron que las sirenas se arrebolan,
coquetean, maldicen el rostro ajado de los hombres
antes de que la cópula encienda el grito,
mitad éxtasis, mitad muerte, en su voz.
Pero yo solo veo la carne pura, la sonrisa,
los gestos que seducen, un cigarrillo
que sostiene tu mano, el iris azul
que cautiva mi sed.
Bajo la mesa zigzaguea una cola perlada,
buscas el oro del mar en el aire,
fantaseas con océanos que desvirguen, eternamente,
tu traición.
Me hablas y te hablo.
Tú para mí eres la ninfa que conoció a Odiseo,
yo para ti soy el marino
que solo sabía nadar en sueños.
Quizá la noche
nos encuentre desnudos en una isla inventada.
domingo, 22 de septiembre de 2019
Para no ser recuerdo
Sabéis, algún día seremos estatuas o fotogramas
o un recuerdo que perdura en la voz de un familiar
o de un amigo. Pero qué perdón hay en la distante luz
de los ojos, del misterio, del chispazo que un día sin nombre
encendió en ti la imagen nunca olvidada, los hechos
anacrónicos sobre el columpio infantil en el que descubriste
cómo reía la vida. Yo soy estatua de carne, me recordarán
en algún lugar, porque siempre lucí como un corazón entregado,
aunque también fui el último al que todos miran en una fotografía
de celebración, quizá alguien sueñe conmigo y sea su fantasma
o la pesadilla que pronto quisiera olvidar. Nuestro paso
efímero ama la confusión, se cría en el silencio
y no reconoce jamás la flores ni las tumbas.
Como un idiota me busco en el gesto de mármol
de las estatuas, en la multitud de las fotografías grupales,
en la nada que provoco para no ser recuerdo.
o un recuerdo que perdura en la voz de un familiar
o de un amigo. Pero qué perdón hay en la distante luz
de los ojos, del misterio, del chispazo que un día sin nombre
encendió en ti la imagen nunca olvidada, los hechos
anacrónicos sobre el columpio infantil en el que descubriste
cómo reía la vida. Yo soy estatua de carne, me recordarán
en algún lugar, porque siempre lucí como un corazón entregado,
aunque también fui el último al que todos miran en una fotografía
de celebración, quizá alguien sueñe conmigo y sea su fantasma
o la pesadilla que pronto quisiera olvidar. Nuestro paso
efímero ama la confusión, se cría en el silencio
y no reconoce jamás la flores ni las tumbas.
Como un idiota me busco en el gesto de mármol
de las estatuas, en la multitud de las fotografías grupales,
en la nada que provoco para no ser recuerdo.
viernes, 20 de septiembre de 2019
Las olas
Es cierto, las olas siempre mueren en la playa.
Pero qué altivez exhiben, qué rizo blanco
encumbrándose como un potro líquido,
qué concilio de pájaros atrae su danza.
Tu vida es una ola, abrázala, ízala,
que el sol descubra el desafío que siembras,
crece y arrójate sin miedo hacia el dolor
de la caída, solo así habrás cumplido
el destino de las olas, brillar en la noche,
morir como un secreto inabarcable.
Bajo el faro
Soy el molusco de piel aceitunada, enredado en la luz
que, vertical, visita mi nuca, haz del faro, resplandor
mágico taladrado por la lluvia. Llegué como si otro
por mí dejara el cuerpo de ayer en el abandono,
aquí entre hibiscos, arena, tristes hormigas, nada
en la variopinta red de sus arcadias. Estoy,
desnudo y vestido, cíclope que mira la hostilidad
del mar, negrura de vómitos perlados, incontinente
sincronía de olas que la madrugada inventa bajo su luz,
rumores de voces en el áspero viernes de la caída,
gaviotas que traen en sus picos las espumas del océano,
muescas de barcos que se agitan en el vientre oscuro
del líquido infinito, lánguidos los muros que el agua forma
en lontananza, el brillo sobre el lomo de los arroaces
denuncia la masculinidad del imperio, qué mentira
sin son los pulpos los que elevan su calavera blanda
en las cuevas de los abismos sin paz, plantas que susurran
un idioma de peces, de crustáceos que giran sobre sí mismos
para espantar las nasas, el vampiro que teje epitafios
para la gula de las mesas cocinadas en rojo, conversaciones,
algarabía, obscenidad cuando los músculos de las bocas
tragan el alma viva de un animal que se impulsa entre las anémonas,
que arrastra el limo, las estrellas de mar, las rocosidades
en cuyas grietas asoma una luna, otra luna, luna de sirenas,
de Nautilus, de enormes cetáceos que han nacido muertos,
de cardúmenes en deriva hacia el suicidio, plásticos sin color,
húmedos, olor a sal marina, arrecia el hondo quejido de la noche,
el faro cumple su camino hollando el aire, la piel del mar,
el silencio de los pesqueros que ahora duermen mientras
yo vigilo que se cumpla la razón de la vida, el por qué
un hombre desde su soledad alza los párpados hacia el agua
infinita como si fuera un dios que quiere anunciar la ruta salvadora,
el regreso de la sima muerta.
que, vertical, visita mi nuca, haz del faro, resplandor
mágico taladrado por la lluvia. Llegué como si otro
por mí dejara el cuerpo de ayer en el abandono,
aquí entre hibiscos, arena, tristes hormigas, nada
en la variopinta red de sus arcadias. Estoy,
desnudo y vestido, cíclope que mira la hostilidad
del mar, negrura de vómitos perlados, incontinente
sincronía de olas que la madrugada inventa bajo su luz,
rumores de voces en el áspero viernes de la caída,
gaviotas que traen en sus picos las espumas del océano,
muescas de barcos que se agitan en el vientre oscuro
del líquido infinito, lánguidos los muros que el agua forma
en lontananza, el brillo sobre el lomo de los arroaces
denuncia la masculinidad del imperio, qué mentira
sin son los pulpos los que elevan su calavera blanda
en las cuevas de los abismos sin paz, plantas que susurran
un idioma de peces, de crustáceos que giran sobre sí mismos
para espantar las nasas, el vampiro que teje epitafios
para la gula de las mesas cocinadas en rojo, conversaciones,
algarabía, obscenidad cuando los músculos de las bocas
tragan el alma viva de un animal que se impulsa entre las anémonas,
que arrastra el limo, las estrellas de mar, las rocosidades
en cuyas grietas asoma una luna, otra luna, luna de sirenas,
de Nautilus, de enormes cetáceos que han nacido muertos,
de cardúmenes en deriva hacia el suicidio, plásticos sin color,
húmedos, olor a sal marina, arrecia el hondo quejido de la noche,
el faro cumple su camino hollando el aire, la piel del mar,
el silencio de los pesqueros que ahora duermen mientras
yo vigilo que se cumpla la razón de la vida, el por qué
un hombre desde su soledad alza los párpados hacia el agua
infinita como si fuera un dios que quiere anunciar la ruta salvadora,
el regreso de la sima muerta.
miércoles, 18 de septiembre de 2019
La carta
Se cae el vaso de mi mano.
Noche de luz dormida y grillos a coro.
En la terraza, el eco de agosto es tu cuerpo desnudo.
Ya sé que el presente vive en otra estación,
la primavera no se esconde, clama en el color
y perfuma los rincones, brilla en la negritud
con los estandartes de la alegría.
Ayer escuchábamos la música dulce
de una canción francesa, recordé tu carta
-le carte du tendre- digna, pulcra, directa
como un golpe en las entrañas.
La misma carta que guardo en mi bolsillo
esta noche de abril que juega a ser verano:
charlas nocturnas bajo el parral,
el vino rojo sobre tu tez, la risa y tu piel,
después, cuando el jadeo compite
con el sueño de las cigarras y la imagen discreta de la luz.
Se cae el vaso de mi mano, vacío como la palabra
que nadie escucha.
*"le carte du tendre"(la tarjeta de la oferta)canción de Georges Moustaki.
Noche de luz dormida y grillos a coro.
En la terraza, el eco de agosto es tu cuerpo desnudo.
Ya sé que el presente vive en otra estación,
la primavera no se esconde, clama en el color
y perfuma los rincones, brilla en la negritud
con los estandartes de la alegría.
Ayer escuchábamos la música dulce
de una canción francesa, recordé tu carta
-le carte du tendre- digna, pulcra, directa
como un golpe en las entrañas.
La misma carta que guardo en mi bolsillo
esta noche de abril que juega a ser verano:
charlas nocturnas bajo el parral,
el vino rojo sobre tu tez, la risa y tu piel,
después, cuando el jadeo compite
con el sueño de las cigarras y la imagen discreta de la luz.
Se cae el vaso de mi mano, vacío como la palabra
que nadie escucha.
*"le carte du tendre"(la tarjeta de la oferta)canción de Georges Moustaki.
lunes, 16 de septiembre de 2019
La alumna pasajera
El bolígrafo como un trofeo entre los labios,
tu mirada encuentra un nido en la mirada amiga.
No escribes frases oscuras ni idolatras la mecánica
de los textos, la invencible levedad de los programas.
Te hacen gracia mis hombros encorvados, mi ademan
de tortuga vieja, estos brazos que columpian
las explicaciones como las aspas idiotas
de un ventilador inútil.
Leo con altivez los renglones de los libros, mi voz exhausta
analiza las metáforas, los engarzados hemistiquios,
la solemnes figuras retóricas de un poema anacrónico.
Pero seducen más tus ojos que son desliz, provocación
y estímulo de un suspiro fugaz. Abres las piernas
y las bragas exhiben tu plenitud en el sexo húmedo,
en el rictus que, invencible, estremece tu cuerpo.
Han sido cincuenta los minutos en que mi corazón
imaginó la islas de tus senos, nunca más
volvió tu desnudez de flor omnívora
a comer en los segundos de mi clase.
tu mirada encuentra un nido en la mirada amiga.
No escribes frases oscuras ni idolatras la mecánica
de los textos, la invencible levedad de los programas.
Te hacen gracia mis hombros encorvados, mi ademan
de tortuga vieja, estos brazos que columpian
las explicaciones como las aspas idiotas
de un ventilador inútil.
Leo con altivez los renglones de los libros, mi voz exhausta
analiza las metáforas, los engarzados hemistiquios,
la solemnes figuras retóricas de un poema anacrónico.
Pero seducen más tus ojos que son desliz, provocación
y estímulo de un suspiro fugaz. Abres las piernas
y las bragas exhiben tu plenitud en el sexo húmedo,
en el rictus que, invencible, estremece tu cuerpo.
Han sido cincuenta los minutos en que mi corazón
imaginó la islas de tus senos, nunca más
volvió tu desnudez de flor omnívora
a comer en los segundos de mi clase.
domingo, 15 de septiembre de 2019
Luna
Te conservo luna en los bolsillos.
Como un amuleto torpe
o una canica alegre que muta.
Tantas veces te encontré
sobre el perfil de una colina,
rielando en un mar oscuro,
en las plazas sin edad,
en los ojos blancos de la ternura.
Es impávida tu cicatriz, globo
que incita el aura salvaje del aullido.
Te marchas con un vientre cuneiforme,
renaces oronda como una moneda
en el jardín de las constelaciones
y te exhibes, me seduces con una luz tardía
que ya no quiero.
Como un amuleto torpe
o una canica alegre que muta.
Tantas veces te encontré
sobre el perfil de una colina,
rielando en un mar oscuro,
en las plazas sin edad,
en los ojos blancos de la ternura.
Es impávida tu cicatriz, globo
que incita el aura salvaje del aullido.
Te marchas con un vientre cuneiforme,
renaces oronda como una moneda
en el jardín de las constelaciones
y te exhibes, me seduces con una luz tardía
que ya no quiero.
sábado, 14 de septiembre de 2019
El otoño soy yo
De niño no conocí las estaciones.
Solo había horarios, calor o frío,
libertad de tiempo, flores y hojas caídas.
De niño no sabes que la edad es el monstruo
que devora a esa luna que te abraza.
El verano siempre regresa con la alegría de la luz
y el desnudo de los cuerpos, la primavera
me viste con el aroma y el color
de tus noches, el invierno es el frío y la escarcha,
el aire denso y la lumbre que crepita en el hogar.
Pero el otoño soy yo, árbol de raíz vieja,
de ramas escuálidas, de nidos hambrientos
en el jardín de los pájaros que, lejos de mí, emigran.
Solo había horarios, calor o frío,
libertad de tiempo, flores y hojas caídas.
De niño no sabes que la edad es el monstruo
que devora a esa luna que te abraza.
El verano siempre regresa con la alegría de la luz
y el desnudo de los cuerpos, la primavera
me viste con el aroma y el color
de tus noches, el invierno es el frío y la escarcha,
el aire denso y la lumbre que crepita en el hogar.
Pero el otoño soy yo, árbol de raíz vieja,
de ramas escuálidas, de nidos hambrientos
en el jardín de los pájaros que, lejos de mí, emigran.
Disfruta de la noche
Un laberinto de luz en la arena.
El humus de las playas
y la canción del barquero en la isla.
La luna en los pulgares
mientras llora el acontecer furtivo del naufragio.
Hay un ósculo húmedo en los arrecifes,
yo sé que es el cariño de las gaviotas
o la vigilia de los peces que se agitan sobre algas.
No vuelan pájaros al desnudar el confín,
cruces de amapolas, de líneas y ángeles
en el sudor frío de mi voz.
Vendrá la sed de los inviernos
y el corazón de las campanas.
Vendrán pajaritas en los cuellos que se alzan
como bigotes monstruosos,
y vendrá la desnudez con su rotundidad de sexo y nubes,
de alcohol invertebrado .
Virgen tu escultura, un intruso entre los líquenes del parterre
dice palabras redondas, burbujas de pez que seducen mis labios.
Regresa al rumor de la plaza oscura,
descubre en tus oídos la verdad del duende
cuando se ríe del destino en el muladar de tu boca.
Disfruta de la noche que es tu única patria.
El humus de las playas
y la canción del barquero en la isla.
La luna en los pulgares
mientras llora el acontecer furtivo del naufragio.
Hay un ósculo húmedo en los arrecifes,
yo sé que es el cariño de las gaviotas
o la vigilia de los peces que se agitan sobre algas.
No vuelan pájaros al desnudar el confín,
cruces de amapolas, de líneas y ángeles
en el sudor frío de mi voz.
Vendrá la sed de los inviernos
y el corazón de las campanas.
Vendrán pajaritas en los cuellos que se alzan
como bigotes monstruosos,
y vendrá la desnudez con su rotundidad de sexo y nubes,
de alcohol invertebrado .
Virgen tu escultura, un intruso entre los líquenes del parterre
dice palabras redondas, burbujas de pez que seducen mis labios.
Regresa al rumor de la plaza oscura,
descubre en tus oídos la verdad del duende
cuando se ríe del destino en el muladar de tu boca.
Disfruta de la noche que es tu única patria.
miércoles, 11 de septiembre de 2019
Contra el tiempo
Es un féretro de aire el suspiro.
Quisieras la iconografía indeleble de un retrato,
o la palabra esculpida en el núcleo de una fecha
o el prensil maquillaje de los sentidos en un oasis de luna.
Te han dejado la noche y el desnudo,
el azar rompió su nieve sobre ti
y, sin querer, continúas por el camino
que alguien dibujó en las acequias del silencio.
A veces el reloj escupe en tus oídos su deidad
y es cuando piensas
que la dicha es la memoria del olvido.
Quisieras la iconografía indeleble de un retrato,
o la palabra esculpida en el núcleo de una fecha
o el prensil maquillaje de los sentidos en un oasis de luna.
Te han dejado la noche y el desnudo,
el azar rompió su nieve sobre ti
y, sin querer, continúas por el camino
que alguien dibujó en las acequias del silencio.
A veces el reloj escupe en tus oídos su deidad
y es cuando piensas
que la dicha es la memoria del olvido.
lunes, 9 de septiembre de 2019
Sonidos
Me han acompañado los sonidos
como un ángel tutelar.
El giro de la llave, lento, táctil
abriéndose a la luz de la casa,
el cuerpo detrás, su paso sobre el primer baldosín,
ya raído.
Las voces, la de mi interior y las de afuera,
la mía hacia el corazón y el llanto,
hacia la esperanza
tras vocablos familiares de cariño
o susurros en mi oído
tan, dulcemente, infantil.
Cuáles los dispersos, agitándose los unos con los otros,
de peces u hormigas, colmenas al aire,
cardúmenes en el mar de este día.
Y el que vive en la historia de los objetos:
la música puntual del reloj,
la llamada de un teléfono repetida a intervalos de azar,
las puertas cerrándose como párpados de intimidad,
una conversación, casi muda,
porque alguien habla consigo
y con el alma del poemario que lee.
Y, también, el que fluye por las venas,
sangre rumorosa entre túneles líquidos,
el constante latir de un corazón afiebrado,
arrullo íntimo, canción dormida.
O la duda, la pasión, el desafío, el miedo,
la alegría de la voz
que cada despertar, cada tarde, cada noche
te dice y te escucha,
hermano del hermano que es tu sombra.
Siempre los sonidos regalan una composición de vida,
un sueño de cercanía sin materia
entre dos silencios que huyen.
Ven, palabra, la que, al fin, me dices,
ven músculo de tu garganta que convierte el sentimiento en eufonía,
ven oración, voz de pájaro, piel de animal
que se roza y emite un hondo señuelo de amor.
Ven, sobre todo tú,
con el tul y la sonrisa,
entregada, como el haz que me puebla y me vence,
hacia el grito que el placer dibuja en mis labios sellados.
como un ángel tutelar.
El giro de la llave, lento, táctil
abriéndose a la luz de la casa,
el cuerpo detrás, su paso sobre el primer baldosín,
ya raído.
Las voces, la de mi interior y las de afuera,
la mía hacia el corazón y el llanto,
hacia la esperanza
tras vocablos familiares de cariño
o susurros en mi oído
tan, dulcemente, infantil.
Cuáles los dispersos, agitándose los unos con los otros,
de peces u hormigas, colmenas al aire,
cardúmenes en el mar de este día.
Y el que vive en la historia de los objetos:
la música puntual del reloj,
la llamada de un teléfono repetida a intervalos de azar,
las puertas cerrándose como párpados de intimidad,
una conversación, casi muda,
porque alguien habla consigo
y con el alma del poemario que lee.
Y, también, el que fluye por las venas,
sangre rumorosa entre túneles líquidos,
el constante latir de un corazón afiebrado,
arrullo íntimo, canción dormida.
O la duda, la pasión, el desafío, el miedo,
la alegría de la voz
que cada despertar, cada tarde, cada noche
te dice y te escucha,
hermano del hermano que es tu sombra.
Siempre los sonidos regalan una composición de vida,
un sueño de cercanía sin materia
entre dos silencios que huyen.
Ven, palabra, la que, al fin, me dices,
ven músculo de tu garganta que convierte el sentimiento en eufonía,
ven oración, voz de pájaro, piel de animal
que se roza y emite un hondo señuelo de amor.
Ven, sobre todo tú,
con el tul y la sonrisa,
entregada, como el haz que me puebla y me vence,
hacia el grito que el placer dibuja en mis labios sellados.
domingo, 8 de septiembre de 2019
Sin palabras
Hay abriles de escarcha en la palabra.
Yo quería que el signo fuera carne
y, no, eufonía en mi voz.
Yo quería que en tus pupilas se iluminara un verso
sin hemistiquios ni luna.
Yo quería que un adjetivo te cubriera la piel
porque el frío de la vida aún te hiere.
Nada dije de mi corazón febril
ni de las orquídeas de una frase que oculté en el bolsillo.
Fue muda la consigna por no herir a la noche,
fue ceniza el oro del deseo en tus labios azules,
fue duda el temblor de mis manos ahítas de silencio.
Tú solo mirabas más allá del tiempo,
a la desnudez de un farol sombrío,
al cristal oscuro de una habitación desecha.
Yo quería atarte con palabras de zafiro,
quería ser el felino que habitara tus pasos.
Sé-sabes- que la última verdad es la primera,
que el adiós es un disfraz que el ventrílocuo recita
en la penumbra o en el sigilo.
Ahora llueve en tus ojos
y, en los míos, una mirada
aún quisiera decir
te amo.
Yo quería que el signo fuera carne
y, no, eufonía en mi voz.
Yo quería que en tus pupilas se iluminara un verso
sin hemistiquios ni luna.
Yo quería que un adjetivo te cubriera la piel
porque el frío de la vida aún te hiere.
Nada dije de mi corazón febril
ni de las orquídeas de una frase que oculté en el bolsillo.
Fue muda la consigna por no herir a la noche,
fue ceniza el oro del deseo en tus labios azules,
fue duda el temblor de mis manos ahítas de silencio.
Tú solo mirabas más allá del tiempo,
a la desnudez de un farol sombrío,
al cristal oscuro de una habitación desecha.
Yo quería atarte con palabras de zafiro,
quería ser el felino que habitara tus pasos.
Sé-sabes- que la última verdad es la primera,
que el adiós es un disfraz que el ventrílocuo recita
en la penumbra o en el sigilo.
Ahora llueve en tus ojos
y, en los míos, una mirada
aún quisiera decir
te amo.
sábado, 7 de septiembre de 2019
La vida que fui, la vida que soy
Sin raíces la vida que fui.
Otra luz en el cristal, el aire cargado de signos
o de ecos susurrantes, las fachadas en cuál color:
arcilla carmesí, vidrio traslúcido,
hormigón azul, madera oscura.
Sin densidad va mi cuerpo, sombra en el río,
ola efímera en un mar olvidado. Tráfico de autos
por los bulevares, cláxones de voz común
igual que un silbido de pájaros en el bosque.
Tantas guaridas para un único esqueleto,
los idiomas me visten con sus arpegios sin futuro,
al cruzar el semáforo la silueta de una huida
persigue mis pasos.
En un rostro de mujer hay mil sueños de aventura:
su pelo rubio o castaño, su piel alba, mate, piel de seda,
piel musculosa, ojos verdeados, de tizne ocre, de azul celeste,
se han convertido en ángeles de un adiós difuso.
Menús del día en los bolsillos, tickets de metro,
lugares que olvidé nombrar
en el diario que nunca escribí.
Y, al final, la paz del árbol, mi identidad
como un infinitivo en flor entre las paredes de la casa.
Años de rutina y tránsito inmóvil.
Con raíces la vida que soy.
Otra luz en el cristal, el aire cargado de signos
o de ecos susurrantes, las fachadas en cuál color:
arcilla carmesí, vidrio traslúcido,
hormigón azul, madera oscura.
Sin densidad va mi cuerpo, sombra en el río,
ola efímera en un mar olvidado. Tráfico de autos
por los bulevares, cláxones de voz común
igual que un silbido de pájaros en el bosque.
Tantas guaridas para un único esqueleto,
los idiomas me visten con sus arpegios sin futuro,
al cruzar el semáforo la silueta de una huida
persigue mis pasos.
En un rostro de mujer hay mil sueños de aventura:
su pelo rubio o castaño, su piel alba, mate, piel de seda,
piel musculosa, ojos verdeados, de tizne ocre, de azul celeste,
se han convertido en ángeles de un adiós difuso.
Menús del día en los bolsillos, tickets de metro,
lugares que olvidé nombrar
en el diario que nunca escribí.
Y, al final, la paz del árbol, mi identidad
como un infinitivo en flor entre las paredes de la casa.
Años de rutina y tránsito inmóvil.
Con raíces la vida que soy.
viernes, 6 de septiembre de 2019
Estás solo, pero eres libre
Hay un alhelí blanco en tu cornisa.
No es el incendio de la luz, ni la voz del pájaro,
es el sigilo de la vida
lo que hoy, sin temor, contemplas.
Tanto asombro al salir del tragaluz,
qué razón te invitó a la noche,
en qué oídos dejarás la canción,
soliloquio azul de tu partida.
Te desnudaste para sentir las alas,
el vientre se alzó como bandera cóncava
hacia el lugar del sol y la lejanía.
Un rumor de río se acodó en la veleta,
el norte silba con címbalos rotos
desde la virginidad que llora en un portal oscuro.
Te has acostumbrado al renacer de los fantasmas,
esperas el clic de una llave,
el murmullo invisible de los gatos,
la pausa de la nube negra, el resplandor de los neones
como si ya no buscaras párpados de níquel
ni en tus ojos un surco de fantasía
encendiera el dominó de tu sexo.
¿Qué es lo que eres?
¿Eres la verdad de las plumas caídas,
un omoplato perdido en la desidia,
los labios de un pez que sorbe el viento de la luz?
¿Hasta cuándo el disfraz bendecido por los cristales,
hasta qué orilla conducirá tu rastro de gaviota,
en qué mar el naufragio de tu doblez
encontrará la brújula que le indique
la eternidad del último aliento?
Se ven relámpagos en tu interior,
las palabras insomnes han poblado los esquifes suicidas,
en la desembocadura de un río celeste
tu madre no habla, tu padre se aleja,
estás solo y ya no hay nadie
que te escuche.
Al fin, eres libre.
No es el incendio de la luz, ni la voz del pájaro,
es el sigilo de la vida
lo que hoy, sin temor, contemplas.
Tanto asombro al salir del tragaluz,
qué razón te invitó a la noche,
en qué oídos dejarás la canción,
soliloquio azul de tu partida.
Te desnudaste para sentir las alas,
el vientre se alzó como bandera cóncava
hacia el lugar del sol y la lejanía.
Un rumor de río se acodó en la veleta,
el norte silba con címbalos rotos
desde la virginidad que llora en un portal oscuro.
Te has acostumbrado al renacer de los fantasmas,
esperas el clic de una llave,
el murmullo invisible de los gatos,
la pausa de la nube negra, el resplandor de los neones
como si ya no buscaras párpados de níquel
ni en tus ojos un surco de fantasía
encendiera el dominó de tu sexo.
¿Qué es lo que eres?
¿Eres la verdad de las plumas caídas,
un omoplato perdido en la desidia,
los labios de un pez que sorbe el viento de la luz?
¿Hasta cuándo el disfraz bendecido por los cristales,
hasta qué orilla conducirá tu rastro de gaviota,
en qué mar el naufragio de tu doblez
encontrará la brújula que le indique
la eternidad del último aliento?
Se ven relámpagos en tu interior,
las palabras insomnes han poblado los esquifes suicidas,
en la desembocadura de un río celeste
tu madre no habla, tu padre se aleja,
estás solo y ya no hay nadie
que te escuche.
Al fin, eres libre.
miércoles, 4 de septiembre de 2019
Recuerdas
Recuerdas que no había pájaros
ni mar
ni olas
ni lluvia.
El instante del estallido paraliza el tiempo.
Un fotograma que sufrirás en tu lágrima imberbe,
el sexo que tiembla al rozar la piel desconocida,
las canciones que son fósiles de luz.
Y el rubor de la luna en mis bolsillos
y el alacrán entre los metales del deseo.
Noche de páramos cuando la memoria elige
el desafío de buscar un final
en el surco azul del relámpago.
Hay sueños tan volátiles como un apellido sin raíz,
en los ojos de la espuma
brilla la imagen de la última sirena.
El estío yace bajo una carcajada de viento y nieve.
En tu sudor el alba anuncia la voz rota del frenesí.
Es el lirio que has dejado de regar un símbolo de tu ausencia.
Recuerdas que no había olas
ni lluvia
ni mar
ni pájaros.
ni mar
ni olas
ni lluvia.
El instante del estallido paraliza el tiempo.
Un fotograma que sufrirás en tu lágrima imberbe,
el sexo que tiembla al rozar la piel desconocida,
las canciones que son fósiles de luz.
Y el rubor de la luna en mis bolsillos
y el alacrán entre los metales del deseo.
Noche de páramos cuando la memoria elige
el desafío de buscar un final
en el surco azul del relámpago.
Hay sueños tan volátiles como un apellido sin raíz,
en los ojos de la espuma
brilla la imagen de la última sirena.
El estío yace bajo una carcajada de viento y nieve.
En tu sudor el alba anuncia la voz rota del frenesí.
Es el lirio que has dejado de regar un símbolo de tu ausencia.
Recuerdas que no había olas
ni lluvia
ni mar
ni pájaros.
lunes, 2 de septiembre de 2019
Múltiples formas de perderse
Me perdí en el olivar frío que soñé de madrugada.
Me perdí cuando las cigüeñas volaron al norte de su locura.
Fue una pérdida descubrir el haz
que amaneció en la ola.
Perderse es un motivo para el odio de sí,
la pantomima y el sueño hallan el perdón
de un público en tinieblas.
Me perdí al cabalgar la luna,
me perdí en la risa y en los omoplatos perfectos de tu ausencia,
vi en la lejanía caminos bifurcados,
espejismos tan sólidos como un anuncio
en el vidrio de las marquesinas.
No saber cómo ni por qué el regreso,
el caminante concibe rasgos, huellas familiares,
reconoce la vendimia de los cuerpos,
saluda a su ayer, aquí mismo,
en el justo lugar en que pasa y repasa su vida.
Me perdí en la inercia de los pasos,
perdí la voz introspectiva,
aguja que orienta el insomnio de la cartografía.
Me pierdo en las hojas de una libreta virgen,
en el desayuno ya bendecido,
en los saludos mecánicos de mi mueca de alabastro.
Perderse después de que la luz proponga una excusa,
oculto el don de este oasis donde la memoria es una esfinge,
mano que agita el aire polvoriento de los microbios amigos,
los que me recuerdan a ti
antes de perderte.
Me perdí cuando las cigüeñas volaron al norte de su locura.
Fue una pérdida descubrir el haz
que amaneció en la ola.
Perderse es un motivo para el odio de sí,
la pantomima y el sueño hallan el perdón
de un público en tinieblas.
Me perdí al cabalgar la luna,
me perdí en la risa y en los omoplatos perfectos de tu ausencia,
vi en la lejanía caminos bifurcados,
espejismos tan sólidos como un anuncio
en el vidrio de las marquesinas.
No saber cómo ni por qué el regreso,
el caminante concibe rasgos, huellas familiares,
reconoce la vendimia de los cuerpos,
saluda a su ayer, aquí mismo,
en el justo lugar en que pasa y repasa su vida.
Me perdí en la inercia de los pasos,
perdí la voz introspectiva,
aguja que orienta el insomnio de la cartografía.
Me pierdo en las hojas de una libreta virgen,
en el desayuno ya bendecido,
en los saludos mecánicos de mi mueca de alabastro.
Perderse después de que la luz proponga una excusa,
oculto el don de este oasis donde la memoria es una esfinge,
mano que agita el aire polvoriento de los microbios amigos,
los que me recuerdan a ti
antes de perderte.
sábado, 31 de agosto de 2019
El primer beso
Ha llegado oculto, agazapado, igual que un felino
que contiene el ansia hasta que la presa se abre,
húmeda y procaz al aliento y a la mordedura.
Es el primer lazo que se agita en las grietas
de la carne, busca y rebusca la horma que selle
un amor recién nacido, quiere juntar sus dientes
con los dientes de la amada y formar un muro de marfil
donde habite la pasión virginal de dos labios apretados,
el fragor que producen los cuerpos que abrazan
la materia del otro, el perfume de la vida,
la mirada en la mejilla enhiesta, los párpados
contraídos cuando la carnosidad de las lenguas
siente el gusto amargo de la excitación, el roce
de una nariz contra la piel levemente fláccida
del mentón, las manos temblorosas, los dedos suaves
posándose en los hombros, las palabras susurradas
en espasmos de sexo. Y se demora el desliz,
se ralentiza el tacto y se extingue al fin el beso lunar,
la cicatriz que unió los destinos. Ambos saben
que no habrá un frenesí igual al del primer rayo
que quemó con un destello fugaz la longitud sellada
de sus labios en una noche de inolvidable renacer.
que contiene el ansia hasta que la presa se abre,
húmeda y procaz al aliento y a la mordedura.
Es el primer lazo que se agita en las grietas
de la carne, busca y rebusca la horma que selle
un amor recién nacido, quiere juntar sus dientes
con los dientes de la amada y formar un muro de marfil
donde habite la pasión virginal de dos labios apretados,
el fragor que producen los cuerpos que abrazan
la materia del otro, el perfume de la vida,
la mirada en la mejilla enhiesta, los párpados
contraídos cuando la carnosidad de las lenguas
siente el gusto amargo de la excitación, el roce
de una nariz contra la piel levemente fláccida
del mentón, las manos temblorosas, los dedos suaves
posándose en los hombros, las palabras susurradas
en espasmos de sexo. Y se demora el desliz,
se ralentiza el tacto y se extingue al fin el beso lunar,
la cicatriz que unió los destinos. Ambos saben
que no habrá un frenesí igual al del primer rayo
que quemó con un destello fugaz la longitud sellada
de sus labios en una noche de inolvidable renacer.
viernes, 30 de agosto de 2019
Hijo de la guerra
¿Será posible el silencio?
La luz no es oro
sino moléculas sucias que danzan
como en una locura de aullidos.
Casi no hay muros ni cristales en el edificio desmembrado,
un quejido se repite entre ecos de estertor,
salmodia fúnebre en los labios últimos.
El niño se pregunta otra vez, ¿será posible el silencio?
Descubre bajo los escombros un juguete de madera
que le labró su padre un domingo de abril.
Su padre que ya está muerto,
como su madre y los otros hijos de su madre
sepultados por una bomba de azufre.
Recoge el pequeño objeto, un automóvil tosco de caoba,
sin ruedas, tintado con colores alegres: rojo, azul, amarillo.
¡Es tan fácil que en un niño arraigue
de nuevo la ilusión!
Porque ahora viaja, sí,
viaja moviendo con sus pequeñas manos el aire,
asido al auto como a un brazo o a una liana que le lleva a otro país,
a otro tiempo, a otro lugar
lejos de la barbarie.
No ha comido en días, no se ha lavado,
sus ropas revientan de suciedad
y están tan rotas como su alma.
Al cerrar los ojos ya no vive allí,
ya nada le podrá hacer daño,
aunque suenen de nuevo las sirenas
y gritos de terror inunden las calles
y silben las balas
y los cañones escupan toda su miseria
en hospitales y escuelas.
Al niño no le importa
porque ha dejado de ser un cuerpo entre el horror,
porque en su imaginación juega en un parque
y hay paz y hay futuro
y, por fin, hay vida para las vidas.
La luz no es oro
sino moléculas sucias que danzan
como en una locura de aullidos.
Casi no hay muros ni cristales en el edificio desmembrado,
un quejido se repite entre ecos de estertor,
salmodia fúnebre en los labios últimos.
El niño se pregunta otra vez, ¿será posible el silencio?
Descubre bajo los escombros un juguete de madera
que le labró su padre un domingo de abril.
Su padre que ya está muerto,
como su madre y los otros hijos de su madre
sepultados por una bomba de azufre.
Recoge el pequeño objeto, un automóvil tosco de caoba,
sin ruedas, tintado con colores alegres: rojo, azul, amarillo.
¡Es tan fácil que en un niño arraigue
de nuevo la ilusión!
Porque ahora viaja, sí,
viaja moviendo con sus pequeñas manos el aire,
asido al auto como a un brazo o a una liana que le lleva a otro país,
a otro tiempo, a otro lugar
lejos de la barbarie.
No ha comido en días, no se ha lavado,
sus ropas revientan de suciedad
y están tan rotas como su alma.
Al cerrar los ojos ya no vive allí,
ya nada le podrá hacer daño,
aunque suenen de nuevo las sirenas
y gritos de terror inunden las calles
y silben las balas
y los cañones escupan toda su miseria
en hospitales y escuelas.
Al niño no le importa
porque ha dejado de ser un cuerpo entre el horror,
porque en su imaginación juega en un parque
y hay paz y hay futuro
y, por fin, hay vida para las vidas.
jueves, 29 de agosto de 2019
Confidencias
Es un misterio la palabra que enhebra el tiempo.
Nombres ausentes, adjetivos que al pensarse
emiten un vaho dorado, el aura azul
de las personas que fuimos.
Se introduce en nuestra conversación un oscuro desliz,
una urdimbre que el aire de la voz, suavemente, rompe.
Estuvimos allí, en el entreacto de una canción-protesta,
en la obra proscrita por los curas negros,
leímos un libro sin hojas con la pupila común del instinto,
en un cine tu perfil sonreía al contraluz de un lienzo
en el que dos amantes adolescentes se besaban.
Recordar es poner alas al hastío,
fluyen las ciudades compartidas como imágenes en la piel
de la memoria, basta con deletrear su signo,
P-a-r-í-s,
a la vez,
con ese rumor de labios que seduce al silencio
en un presente sin luz.
Hoy hacemos pausas inútiles que rellenan el vacío de los vasos,
los ojos viven en su interior
la comedia insólita de los octubres florecidos,
los minutos igual que un rosal
que deja su aroma fugaz bajo la sed quebrada.
Enséñame la fotografía que nunca nos hicimos,
está en tu mente y está en la mía,
está en los sueños que enviudan del tiempo y del futuro.
Los sueños que son el motor intangible de la inocencia.
Nombres ausentes, adjetivos que al pensarse
emiten un vaho dorado, el aura azul
de las personas que fuimos.
Se introduce en nuestra conversación un oscuro desliz,
una urdimbre que el aire de la voz, suavemente, rompe.
Estuvimos allí, en el entreacto de una canción-protesta,
en la obra proscrita por los curas negros,
leímos un libro sin hojas con la pupila común del instinto,
en un cine tu perfil sonreía al contraluz de un lienzo
en el que dos amantes adolescentes se besaban.
Recordar es poner alas al hastío,
fluyen las ciudades compartidas como imágenes en la piel
de la memoria, basta con deletrear su signo,
P-a-r-í-s,
a la vez,
con ese rumor de labios que seduce al silencio
en un presente sin luz.
Hoy hacemos pausas inútiles que rellenan el vacío de los vasos,
los ojos viven en su interior
la comedia insólita de los octubres florecidos,
los minutos igual que un rosal
que deja su aroma fugaz bajo la sed quebrada.
Enséñame la fotografía que nunca nos hicimos,
está en tu mente y está en la mía,
está en los sueños que enviudan del tiempo y del futuro.
Los sueños que son el motor intangible de la inocencia.
miércoles, 28 de agosto de 2019
Salir a la calle
Hay una herida sin fondo en cualquier portal.
Sombras que habitan la singularidad del tiempo,
pisos invertidos que ocultan su horror y su tiniebla.
El que sale a la movilidad insípida de una mañana húmeda
recibe el constante discurrir de las gotas en su frente ajada,
su faz recoge el cargamento virginal de la lluvia
bajo la cornisa que, brevemente, le cubre.
Ropa sin bordados en julio, jeans, camisas blancas,
un pantalón mutilado orna las piernas velludas,
los pechos insinuantes en blusas de licra o de algodón,
telas limpias como una oblea
antes de rozar la promiscuidad de los labios.
Y si es la noche de diciembre la que viste la calle
yo me altero y escribo en los muros
que mi corazón esperaba la ceniza de la luna
o proclamo que este aire, ansioso y frío, pone flores en mi piel,
flores punzantes de agujas de hielo.
Y siempre el mar o la palidez de los jardines
y más allá-en la febril bocanada del estío- los bares últimos,
las sonrisa de las estatuas, la paz de las gaviotas,
el escupir ordenado de los focos
en la actuación musical que no cesa.
Y siguen mis pasos a unos pasos de mujer,
sin quererlo, inercia, tal vez, de un ánimo solitario
que quiere escuchar como repica en los adoquines
el secreto de la belleza y el temblor;
la vanidad de una mirada en el cristal insomne de un comercio
y el mutismo del anciano que fue en su juventud
el primer atleta de su clase.
Sombras que habitan la singularidad del tiempo,
pisos invertidos que ocultan su horror y su tiniebla.
El que sale a la movilidad insípida de una mañana húmeda
recibe el constante discurrir de las gotas en su frente ajada,
su faz recoge el cargamento virginal de la lluvia
bajo la cornisa que, brevemente, le cubre.
Ropa sin bordados en julio, jeans, camisas blancas,
un pantalón mutilado orna las piernas velludas,
los pechos insinuantes en blusas de licra o de algodón,
telas limpias como una oblea
antes de rozar la promiscuidad de los labios.
Y si es la noche de diciembre la que viste la calle
yo me altero y escribo en los muros
que mi corazón esperaba la ceniza de la luna
o proclamo que este aire, ansioso y frío, pone flores en mi piel,
flores punzantes de agujas de hielo.
Y siempre el mar o la palidez de los jardines
y más allá-en la febril bocanada del estío- los bares últimos,
las sonrisa de las estatuas, la paz de las gaviotas,
el escupir ordenado de los focos
en la actuación musical que no cesa.
Y siguen mis pasos a unos pasos de mujer,
sin quererlo, inercia, tal vez, de un ánimo solitario
que quiere escuchar como repica en los adoquines
el secreto de la belleza y el temblor;
la vanidad de una mirada en el cristal insomne de un comercio
y el mutismo del anciano que fue en su juventud
el primer atleta de su clase.
lunes, 26 de agosto de 2019
La playa nocturna
Abre los ojos antiguos de lengua viva
y corazón radiante. El ósculo vendrá
con las lágrimas del viento aleve.
Surge del ovario el amor, el incienso de una barca en desafío,
cabe un dedo en la muerte y otro en la resurrección de los espejos.
Pálida razón en la vigilia del marino, canto en la amura de sal encendida.
No es vesania el haz insomne del faro ardiente
ni el proclive cardumen deja sombra en las colinas del mar,
un color se abre como alas de iris sobre la sinrazón de las nubes.
Pienso en ti al volver mi cara en la arena,
suda tu cuerpo hoy perdido al sol inclemente del verano.
Qué me dice el azul de tu seno,
la areola marca tu piel en el bañador tatuado,
sin pausa soy hombre que se arroja al ayer
como un náufrago que viera imperceptible en la niebla
la deriva hacia el país de los mitos,
hacia el luminoso espejismo de las islas donde vivieron los sueños
que creí posibles, el impulso de la juventud
en el friso verde del océano.
Esta es la hora en que un corazón escucha su latido y calla,
la hora en que vive el sediento eclipse de la ternura,
el trasluz que ilumina el murmullo de una voz
que ha dejado de ser mía.
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