Lo que verás es tu ayer en la ola fugaz de la playa.
Qué pide la noche al silencio, qué ansia tu cuerpo
perdido en la hojarasca de un parque sin lujuria.
Te abrazo con el osario alegre. Soy el orden de las estrellas
en un hemistiquio de luz, soy la pregunta que la nieve
rechaza en su dormida efigie de manto y agua azul.
Me atrae un equinoccio que ronda la semilla de tu piel,
la flor de un tatuaje, la noche en la almendra virgen del ataúd
que llevas bajo la axila, deuda y misterio de los ojos húmedos.
Has subido, encarnada y frágil, hasta la red híspida del palomar.
Sobre los tejados el aullido que lanzas enfría la hoguera
que en los suburbios es un fanal o un carmesí aventado
por el miedo. ¿Escuchas cómo el invisible raíl, la cicatriz
inmortal de los trenes sin alma te responde en la negrura,
te convierte en hambre de exilio o en océano sin islas?
Solo tres o cuatro palabras equivalen al cerrojo o a los espejos
que invocan la fragilidad del pasado. Si no crees en la hoja
herida, entrégame el perfil de la mañana, el ruiseñor que surge
para ser canto en mi centro, en el justo espacio donde habitan
la ruindad y el frenesí de los orates.
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