lunes, 29 de enero de 2018
La seducción
Como un aroma sin transitar, llega,
se posa, amanece. Ha nacido con la
sed del imán, espejea para no saberse
a sí misma -es lejanía-. A veces gesto,
otras voz sagrada, columpio que abandona
y vuelve entretejido en su oficio. Sabe
de las briznas que como polen arroja
hacia el miedo. Finge historias, le gusta
el perfume y su levedad, cautiva la añoranza
con un ósculo y una flor. Si te toca te convierte
en mensaje, en deseo, en tiniebla. Al alejarse
no escucha la deriva del silencio, el néctar
hecho veneno del olvido.
sábado, 27 de enero de 2018
Al final solo acecha el miedo
Es la armonía o quizá la fibra exacta
de un cuerpo en plenitud.
Se tensan los hilos invisibles
que me cosen al yugo
de un vientre que aflora.
Vibran los pájaros bajo el cielo innombrable,
solo la palabra se escucha débil
como un rumor de agua encendida.
Te visito en el lugar de las sombras,
allí hay una música de dedos cautivos
y un iris que me busca sin querer
y no sabe aún de la doblez
de una presencia célibe
que habitara su luz.
En los sueños las alas se alzan
sin importar el presente de una isla
o la inmensidad de mil océanos
sin destino.
Me besas cuando ríe la niña
junto al clamor de un cine,
y yo entiendo a tu corazón
y quiero ser el remo que navegue a tu lado,
la lluvia que corone tu silencio.
Es lo mismo que un principio sin final,
la historia de los viajes azules,
los trenes, los ríos, el horizonte,
las colinas en que tantos
crepúsculos resistieron.
Y el difuso transcurrir de dos olas
que, de pronto, no armonizan el regreso,
cuando los años escriben preguntas diferentes
en los labios y la lejanía
es la proximidad de un mañana estéril.
Somos, que lo sepas,
un candil que ilumina el devenir del hijo,
entre nosotros ya no existe más que el temor
y ese abrazo desnudo que en la noche nos damos
como náufragos de un ayer
que ya no descubre
la huella de su ceniza.
de un cuerpo en plenitud.
Se tensan los hilos invisibles
que me cosen al yugo
de un vientre que aflora.
Vibran los pájaros bajo el cielo innombrable,
solo la palabra se escucha débil
como un rumor de agua encendida.
Te visito en el lugar de las sombras,
allí hay una música de dedos cautivos
y un iris que me busca sin querer
y no sabe aún de la doblez
de una presencia célibe
que habitara su luz.
En los sueños las alas se alzan
sin importar el presente de una isla
o la inmensidad de mil océanos
sin destino.
Me besas cuando ríe la niña
junto al clamor de un cine,
y yo entiendo a tu corazón
y quiero ser el remo que navegue a tu lado,
la lluvia que corone tu silencio.
Es lo mismo que un principio sin final,
la historia de los viajes azules,
los trenes, los ríos, el horizonte,
las colinas en que tantos
crepúsculos resistieron.
Y el difuso transcurrir de dos olas
que, de pronto, no armonizan el regreso,
cuando los años escriben preguntas diferentes
en los labios y la lejanía
es la proximidad de un mañana estéril.
Somos, que lo sepas,
un candil que ilumina el devenir del hijo,
entre nosotros ya no existe más que el temor
y ese abrazo desnudo que en la noche nos damos
como náufragos de un ayer
que ya no descubre
la huella de su ceniza.
jueves, 25 de enero de 2018
Te necesito
Otra capa de horas, y yo callado.
Como filminas en un velo de agua
las Atlántidas de aquel misterio virgen
de los años sin edad.
El porvenir maquilla la singladura que afirmo,
la luz de un edificio, el mar gentil,
la asimetría de los paisajes
-lo nuevo-
y la mandrágora en la piel
o el cariño vestido de nubes,
quizá el aprecio que finge ser un árbol del paraíso
cuando es roca al trasluz del tiempo.
¿Las llagas?
no, el rosal de tus enaguas,
he ahí la catarata del ensueño
que se vierte en mis ojos
sin el dolor de las mentiras
ni la palidez de los silencios
que han naufragado en tu voz.
Es fácil, yo quiero un ojal
donde mi lengua no roce las esquirlas de un ayer de espinos,
quiero los enjambres que laboran el presente,
la columna en que mi tronco se apacigüe
como un pobre clamor de vida.
No creo en el círculo perfecto de los relojes,
mi sed galopa hacia los mundos invencibles
de tu abrazo.
Por eso te rondo
y al salpicar de fiesta tu designio,
yo escribo estas palabras contra la huída;
al saberte enciendo el fanal que guía el arrojo
de las noches sin desliz, sin tiempo ni retén,
solo el estallido que ya no recuerda su origen
podría, igual que un pájaro nómada, olvidarte.
Como filminas en un velo de agua
las Atlántidas de aquel misterio virgen
de los años sin edad.
El porvenir maquilla la singladura que afirmo,
la luz de un edificio, el mar gentil,
la asimetría de los paisajes
-lo nuevo-
y la mandrágora en la piel
o el cariño vestido de nubes,
quizá el aprecio que finge ser un árbol del paraíso
cuando es roca al trasluz del tiempo.
¿Las llagas?
no, el rosal de tus enaguas,
he ahí la catarata del ensueño
que se vierte en mis ojos
sin el dolor de las mentiras
ni la palidez de los silencios
que han naufragado en tu voz.
Es fácil, yo quiero un ojal
donde mi lengua no roce las esquirlas de un ayer de espinos,
quiero los enjambres que laboran el presente,
la columna en que mi tronco se apacigüe
como un pobre clamor de vida.
No creo en el círculo perfecto de los relojes,
mi sed galopa hacia los mundos invencibles
de tu abrazo.
Por eso te rondo
y al salpicar de fiesta tu designio,
yo escribo estas palabras contra la huída;
al saberte enciendo el fanal que guía el arrojo
de las noches sin desliz, sin tiempo ni retén,
solo el estallido que ya no recuerda su origen
podría, igual que un pájaro nómada, olvidarte.
domingo, 21 de enero de 2018
Estos labios que unimos
Amanecer contigo y la lluvia,
en un paisaje varado
junto a la cúpula del mar
que llega como una lengua de amor.
Tacto y vientre,
luminoso el sencillo gesto de la aurora,
fiel la costumbre del tránsito
con su risa de cristal
y su manso reloj infantil.
Así mi corazón
que madura y siente el calor de los espejos,
la palabra que susurra un lugar común,
los minutos donde no existe
la cruz del infortunio.
Navegar entre las voces,
percibir el aroma de la familia
que va nombrando-o no-las cicatrices
y también el álgido festín de una conquista.
Y nada que subrayar
y nadie que juzgue el futuro,
ni la luz, ni la esperanza.
Como los pájaros
regreso al invierno,
miro la sobriedad de los árboles,
la estalactita perfecta bajo las cornisas
o la escarcha que brota en el silencio
de los automóviles sin luna.
Son macilentos los años para preguntar un por qué,
si el fulgor se ha vestido de nupcias
es posible que en la inmensidad de un crepúsculo
todas las constelaciones se junten en estos labios que unimos,
inconscientes de esa llama
que un día escribió su razón
en la vida que por un momento admiramos.
en un paisaje varado
junto a la cúpula del mar
que llega como una lengua de amor.
Tacto y vientre,
luminoso el sencillo gesto de la aurora,
fiel la costumbre del tránsito
con su risa de cristal
y su manso reloj infantil.
Así mi corazón
que madura y siente el calor de los espejos,
la palabra que susurra un lugar común,
los minutos donde no existe
la cruz del infortunio.
Navegar entre las voces,
percibir el aroma de la familia
que va nombrando-o no-las cicatrices
y también el álgido festín de una conquista.
Y nada que subrayar
y nadie que juzgue el futuro,
ni la luz, ni la esperanza.
Como los pájaros
regreso al invierno,
miro la sobriedad de los árboles,
la estalactita perfecta bajo las cornisas
o la escarcha que brota en el silencio
de los automóviles sin luna.
Son macilentos los años para preguntar un por qué,
si el fulgor se ha vestido de nupcias
es posible que en la inmensidad de un crepúsculo
todas las constelaciones se junten en estos labios que unimos,
inconscientes de esa llama
que un día escribió su razón
en la vida que por un momento admiramos.
viernes, 19 de enero de 2018
Cautividad
El insomnio en las cortinas anuncia la
proximidad del año. Solo hay silencio
y muescas que aún brillan con su estela
de recuerdos y alcanfor. No pienses que
siempre de la duda surge una pregunta nueva,
abril se ensombreció demasiadas veces para
ser un faro. Elige el surco que deja una huella sobre
otra huella, así brotó el cántico de la esperanza.
Es hermoso este níveo espejo de enero, el frío
clama, el sol aúlla, y nosotros, nosotros, que
cautivos del ayer, anhelamos el mañana.
proximidad del año. Solo hay silencio
y muescas que aún brillan con su estela
de recuerdos y alcanfor. No pienses que
siempre de la duda surge una pregunta nueva,
abril se ensombreció demasiadas veces para
ser un faro. Elige el surco que deja una huella sobre
otra huella, así brotó el cántico de la esperanza.
Es hermoso este níveo espejo de enero, el frío
clama, el sol aúlla, y nosotros, nosotros, que
cautivos del ayer, anhelamos el mañana.
jueves, 18 de enero de 2018
La esperanza siempre presente
Estuvo allí
en los juegos y en la inocencia
como un latido que nadie soñó.
Hace tanto tiempo de la juventud
que su minuto huele a un ángel de olvido.
La esperanza, sí,
y sus nombres albinos,
la esperanza en las rodillas de Teresa
o en el labio agreste de María.
Mi razón-sin olas,
macerada por la edad-
escoge la ilusión de esos sueños impronunciables
que apenas se musitan después del alcohol
y de los suburbios de la noche.
Su candor elige una máscara dulce
y te la devuelve con la música del silencio
en un ataúd alado.
Siempre como una bandera hacia la que ir
cuando la tierra es magma
y la ilusión persiste con sus columpios incólumes.
Y yo igual que un astronauta de la vida
me fijo en su luz, me engaño
y tiemblo bajo su párpado
porque no quiero un mañana de sombras
sino una cinta que me recorra
y me abrace con la ternura de los niños
y el pálpito invencible
de su rumor celeste.
en los juegos y en la inocencia
como un latido que nadie soñó.
Hace tanto tiempo de la juventud
que su minuto huele a un ángel de olvido.
La esperanza, sí,
y sus nombres albinos,
la esperanza en las rodillas de Teresa
o en el labio agreste de María.
Mi razón-sin olas,
macerada por la edad-
escoge la ilusión de esos sueños impronunciables
que apenas se musitan después del alcohol
y de los suburbios de la noche.
Su candor elige una máscara dulce
y te la devuelve con la música del silencio
en un ataúd alado.
Siempre como una bandera hacia la que ir
cuando la tierra es magma
y la ilusión persiste con sus columpios incólumes.
Y yo igual que un astronauta de la vida
me fijo en su luz, me engaño
y tiemblo bajo su párpado
porque no quiero un mañana de sombras
sino una cinta que me recorra
y me abrace con la ternura de los niños
y el pálpito invencible
de su rumor celeste.
lunes, 15 de enero de 2018
Nunca supe decirte
Nunca supe decirte lo que quiero.
Tiembla la raíz de mi palabra
y no sé a qué conduce el estallido.
Pienso mi nombre y después el tuyo,
la verdad enciende un sol
que no ilumina mi caricia,
el pensamiento es un ave que olvida mi ser
y se anuncia en un crepúsculo de sombras.
Nunca he sabido del dulzor de una frase en tu seno,
mis llaves son preguntas,
mi selva cruje con los adioses muertos.
Quiero decirte que la noche no fue amarga,
al contrario, luces y cometas,
cristales encendidos iluminaron el instante
como luciérnagas de eternidad.
A menudo el acertijo de los dos cuerpos
se acompañó de una sílaba,
entonces el meteoro de un suspiro
levantó una vocal
hasta el equinoccio
donde viven los amantes
que una vez fuimos.
Mis versos se columpian
en la llaga ambigua de lo no dicho,
perdona esta herida
que en su reverso quisiera
un paraíso
o una piedad.
Te hablaré algún día
con la rosa de todos los silencios en mi lengua
para que te abras a mí
y los dos seamos un círculo perfecto
que se reescriba eternamente
en la memoria
de las huellas unívocas.
Tiembla la raíz de mi palabra
y no sé a qué conduce el estallido.
Pienso mi nombre y después el tuyo,
la verdad enciende un sol
que no ilumina mi caricia,
el pensamiento es un ave que olvida mi ser
y se anuncia en un crepúsculo de sombras.
Nunca he sabido del dulzor de una frase en tu seno,
mis llaves son preguntas,
mi selva cruje con los adioses muertos.
Quiero decirte que la noche no fue amarga,
al contrario, luces y cometas,
cristales encendidos iluminaron el instante
como luciérnagas de eternidad.
A menudo el acertijo de los dos cuerpos
se acompañó de una sílaba,
entonces el meteoro de un suspiro
levantó una vocal
hasta el equinoccio
donde viven los amantes
que una vez fuimos.
Mis versos se columpian
en la llaga ambigua de lo no dicho,
perdona esta herida
que en su reverso quisiera
un paraíso
o una piedad.
Te hablaré algún día
con la rosa de todos los silencios en mi lengua
para que te abras a mí
y los dos seamos un círculo perfecto
que se reescriba eternamente
en la memoria
de las huellas unívocas.
sábado, 13 de enero de 2018
Hasta aquí has llegado
En qué lugar ese sur que nunca habitaste.
Siempre el camino trizado es un yugo,
siempre los ecos lían aludes en los brotes
que se alzan hacia la luz. ¿Y dónde estás tú,
si no te conoces, si tus pasos fueron pisadas
de pájaro en un alambre roto? Ha sido
largo el devenir hasta la consciencia de los
árboles de piedra y el silencio exhausto.
¿Qué es lo que vive en ti, sino el recuerdo
de las horas perdidas? No busques el pronombre
en una sílaba, es un azul el rostro ambiguo
de la pregunta aciaga. ¿Si hubiera vuelto el ayer
desde el hoy, no se anclaría, igual que una
voz sin alma, tu pensamiento, y al fin serías
el cisne que sueña con volar y no puede?
Siempre el camino trizado es un yugo,
siempre los ecos lían aludes en los brotes
que se alzan hacia la luz. ¿Y dónde estás tú,
si no te conoces, si tus pasos fueron pisadas
de pájaro en un alambre roto? Ha sido
largo el devenir hasta la consciencia de los
árboles de piedra y el silencio exhausto.
¿Qué es lo que vive en ti, sino el recuerdo
de las horas perdidas? No busques el pronombre
en una sílaba, es un azul el rostro ambiguo
de la pregunta aciaga. ¿Si hubiera vuelto el ayer
desde el hoy, no se anclaría, igual que una
voz sin alma, tu pensamiento, y al fin serías
el cisne que sueña con volar y no puede?
miércoles, 10 de enero de 2018
Mirar la nieve
¿Por qué su estructura tan núbil,
su beso que ama el silencio?
Se agota como un grito en la niebla,
no admite más que la armonía,
el vuelo displicente de un suspiro.
Morirá en la huida,
en el roce de la solidez,
en el callado gesto de esa brizna de sol
que renace.
Pero qué hermoso el adiós de su fragilidad.
Cuando miro la blancura tenue
me acuerdo de la imposible resurrección de nosotros,
el ángel níveo que fue un instante de luz
donde las palabras exhibieron un resplandor
y los labios, la proximidad y el deseo
nos traspasaron con su efímera canción
de solsticio.
Así la nieve que roza los mundos
y cae igual que un anillo de agua.
Nunca sentí otra voz que la piedra,
sin embargo hoy resucita en mí
toda la quietud añorada de saberme lucidez en el tiempo,
copo que no renuncia a ser meteoro
que se funde bajo las horas blancas del olvido,
como tú y como yo
en un ayer sin memoria.
su beso que ama el silencio?
Se agota como un grito en la niebla,
no admite más que la armonía,
el vuelo displicente de un suspiro.
Morirá en la huida,
en el roce de la solidez,
en el callado gesto de esa brizna de sol
que renace.
Pero qué hermoso el adiós de su fragilidad.
Cuando miro la blancura tenue
me acuerdo de la imposible resurrección de nosotros,
el ángel níveo que fue un instante de luz
donde las palabras exhibieron un resplandor
y los labios, la proximidad y el deseo
nos traspasaron con su efímera canción
de solsticio.
Así la nieve que roza los mundos
y cae igual que un anillo de agua.
Nunca sentí otra voz que la piedra,
sin embargo hoy resucita en mí
toda la quietud añorada de saberme lucidez en el tiempo,
copo que no renuncia a ser meteoro
que se funde bajo las horas blancas del olvido,
como tú y como yo
en un ayer sin memoria.
lunes, 8 de enero de 2018
Una vez fuiste tan joven como él
Ya no recuerdas el arco iris en tu vientre
ni la rebeldía como un títere que arrojara
fuera de sí su esclava inercia. Tu instinto de madre
se ha vuelto opaco, ejerces desde la altitud estéril
o desde las heridas que no has sabido entregar
al tiempo. Juzgas con la espalda encorvada
el giro de los alevines, sus cabriolas en el aire,
su necesidad de engullir a sorbos la vida para
así nadar en su raíz. Desnuda de ti la edad, vuelve
al seno de la juventud y, después, háblale al hijo
de igual a igual, los dos bajo la inocencia de
entenderse a la luz de las frágiles notas de una
felicidad fructífera que, juntos, aún podéis construir.
ni la rebeldía como un títere que arrojara
fuera de sí su esclava inercia. Tu instinto de madre
se ha vuelto opaco, ejerces desde la altitud estéril
o desde las heridas que no has sabido entregar
al tiempo. Juzgas con la espalda encorvada
el giro de los alevines, sus cabriolas en el aire,
su necesidad de engullir a sorbos la vida para
así nadar en su raíz. Desnuda de ti la edad, vuelve
al seno de la juventud y, después, háblale al hijo
de igual a igual, los dos bajo la inocencia de
entenderse a la luz de las frágiles notas de una
felicidad fructífera que, juntos, aún podéis construir.
martes, 2 de enero de 2018
La permanencia de las cosas
Tantas veces pasó mi cuerpo
junto a su estéril mutismo,
por qué la mirada escoge
el silencio de las aristas,
la dulzura insólita del cristal,
la madera sobre la que nadie escribió un nombre,
las sillas vacías,
cualquier vestigio que muestre las palabras olvidadas,
un acto de amor, el recogimiento de la duda,
de la inseguridad y del pálpito.
Mis cosas penetran el amanecer
con letras nunca escritas,
mis cosas se vuelven cicatriz de caracol
que asoma en el desprecio
como banderas falsamente arrumbadas.
Son los años el ave que picotea la estólida máscara
que día a día esconde una frialdad
ajena a los relojes,
a la fúlgida virtud del metal,
el insoslayable aullido de los recuerdos
que crían telarañas en cajones olvidados,
la representación que habita en las pupilas
cuando recorro con mis yemas oscuras
la luminosa faz del secreter.
Tan ajeno a mí
este soliloquio de plantas en flor,
la dulzura de los termómetros
que contradicen la vida y la muerte
tras este espacio mínimo en que los minutos se confunden
con la luz que se posa, insecto lúcido,
sobre el polvo blanquecino de las cómodas.
junto a su estéril mutismo,
por qué la mirada escoge
el silencio de las aristas,
la dulzura insólita del cristal,
la madera sobre la que nadie escribió un nombre,
las sillas vacías,
cualquier vestigio que muestre las palabras olvidadas,
un acto de amor, el recogimiento de la duda,
de la inseguridad y del pálpito.
Mis cosas penetran el amanecer
con letras nunca escritas,
mis cosas se vuelven cicatriz de caracol
que asoma en el desprecio
como banderas falsamente arrumbadas.
Son los años el ave que picotea la estólida máscara
que día a día esconde una frialdad
ajena a los relojes,
a la fúlgida virtud del metal,
el insoslayable aullido de los recuerdos
que crían telarañas en cajones olvidados,
la representación que habita en las pupilas
cuando recorro con mis yemas oscuras
la luminosa faz del secreter.
Tan ajeno a mí
este soliloquio de plantas en flor,
la dulzura de los termómetros
que contradicen la vida y la muerte
tras este espacio mínimo en que los minutos se confunden
con la luz que se posa, insecto lúcido,
sobre el polvo blanquecino de las cómodas.
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