Ha llegado oculto, agazapado, igual que un felino
que contiene el ansia hasta que la presa se abre,
húmeda y procaz al aliento y a la mordedura.
Es el primer lazo que se agita en las grietas
de la carne, busca y rebusca la horma que selle
un amor recién nacido, quiere juntar sus dientes
con los dientes de la amada y formar un muro de marfil
donde habite la pasión virginal de dos labios apretados,
el fragor que producen los cuerpos que abrazan
la materia del otro, el perfume de la vida,
la mirada en la mejilla enhiesta, los párpados
contraídos cuando la carnosidad de las lenguas
siente el gusto amargo de la excitación, el roce
de una nariz contra la piel levemente fláccida
del mentón, las manos temblorosas, los dedos suaves
posándose en los hombros, las palabras susurradas
en espasmos de sexo. Y se demora el desliz,
se ralentiza el tacto y se extingue al fin el beso lunar,
la cicatriz que unió los destinos. Ambos saben
que no habrá un frenesí igual al del primer rayo
que quemó con un destello fugaz la longitud sellada
de sus labios en una noche de inolvidable renacer.
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