sábado, 29 de septiembre de 2018

La casa en mi piel

Ya sé que vendrás, madre, con tu cabello gris
y tu voz de trino.

Amanece en esta casa de telarañas viejas,
quien ansía el fluir no escuchará el golpe del metal
sino la melancolía fugitiva de los instantes,
el azul en la tiniebla que crece.

Cada día escribe un palimpsesto
en las grietas de la caoba,
desde la esgrima de mi almohada
surcos de polvos mágicos
encienden el universo mínimo del existir.

Una ruleta dócil cuando llega el milagro
del sol con la elegancia de la noche interrumpida
y un clavel en su tierno pecho.

Se acurruca con la liviandad del auxilio
-sabe, conoce la alquimia de los duendes-
y gira o ejerce su baile de silencio
en la doctrina universal de la costumbre.

Tan fácil este cosmos de margaritas rojas,
de espejos en éxtasis,
de adornos que fingen un misterio para ser futuro.

Yo dejé una cola de episodios o secretos,
cada cuál vuelve a su memoria como un lince despierto
y mira y comprueba que hay signos de su paso,
máculas que nadie ve
en el resplandor desvaído de un nombre.


Separación

El que esperabas no era yo
-ahora lo sabes-.

Ayer de mariposas y columpios,
hoy de grietas y aguanieve,
mañana de árboles en otoño
como canciones de olvido.

Un beso de lluvia y mar

Habitar el aire, la bruma,
el frenesí del efluvio.

Una nube volátil el hoy.

Mi dios de lluvia junto al pecho,
tu labio en mí
humedad y sol.

Este resplandor de olas
que rompe en luz
y calla.



martes, 25 de septiembre de 2018

Lluvia en Santiago de Compostela



Ayer llovió y hoy llueve, media luz en que miro
el cristal desperdigado en inútiles gotas, prisma
que refleja la lisura, cúspide de un pararrayos
envejecido. Saldré con el corazón alegre, círculos
y enredaderas, botines y botas de goma blanca,
paraguas como setas invertidas en un límpido amanecer
de otoño. Pero yo camino sobre la canción de las aceras,
acosado por el silencio de los semáforos que en su mecánica
virgen penetran la sincronía del tiempo. Me acompaña la rosaleda
de espinos y árboles llorones, también la estatua
de dos viejas comadres sonriendo al espectador
como vengativos títeres del mal. Rezuma la noria
olvidada, los paseantes roban al sol el festín del día,
la tranquilidad recita la memoria de los balcones
completamente deshabitados de pájaros. Es feliz
este cuerpo que vuelve su cabeza hacia los bares,
no en misa de juventud, no en cantinela nocturna
de coro sin porvenir. Sí la voz alada de un hombre
mudo que vuelca su mirada en los soportales
resguardado de la humedad que tintinea
en las losas y acude al sonido intermitente de los pasos.
No hay un rostro que ame el brillo de la plaza,
amarillas la luces contra la oscura senda de la espadaña,
el caracoleo de las fachadas, iconos, reverberos, la altitud
del campanario, el sueño gris de los cofrades. Sé que tengo
un destino más allá de la noche acuática, como tritón,
como alga en lago de piedra, como un jardinero que suda
frenesí dejo que mi piel se adentre en la dorada quietud
de este apóstol sin voz para que nunca- nadie- vuelva a perturbar
el momento en que las orillas del tiempo se calcinan
y un solo vocabulario prorrumpe en olas de espiritualidad añeja.

sábado, 22 de septiembre de 2018

La culpa

Aquí,
aquí,
¡aquí!

Con mi noche,
mi vergüenza,
mi voz muda.

Mi silencio de aullido.

La llaga,
la llaga
y un clamor de huesos,
de garganta colmada de sangre.

Lloro, llora mi nombre,
carne de niño, carne en tiras del sueño,
lágrimas en ataúd, ojos opacos como luciérnagas de infamia.

lunes, 17 de septiembre de 2018

El café

Persiste en la memoria el aura de un bar.
Humo abandonado, palabras que dejaron
su sombra de cisne. Una mesa(pedestal sin luz)
y los rostros de perfil como monedas en los bolsillos
rotos.¿Por qué la cuadricula del mantel, el fuego
en los espejos, los ceniceros derrotados por la mentira?
Al hablar enormes criaturas se elevan sobre los labios
(podría citar tres deseos frágiles, incautos)llega el café
en la taza dorada y la espuma como una ola de ausencia.
Se cierran las puertas con su bambalina de amor.
La noche exige una pregunta que mi mudez calla.

domingo, 16 de septiembre de 2018

La seductora

Hay una fibra en mi fibra que es aliento,
soplo cálido de dragones
en el púrpura de tu visión.

Gotas azulinas sobre la frente curva,
pómulos humedecidos por el ardor invencible,
turgencia lábil como manantial
de innúmeros tactos.

Me dirás que la llama fue un ardid:
tú entre el deseo
y la fiebre de la aurora.

Amenaza el cenit con un sol despiadado,
antes del goce presumo el cáliz de un infierno sin perdón,
tu ansia que imagina la canícula
en las ingles de la virtud.

El sueño de Aracne



Escribo desde la telaraña del hogar,
ya marchito el eje de mi nombre,
acechando las olas del cansancio
en la cruz inmune de los días.

Vuelvo a la piel que inventé,
una piel sin hojas ni miedo,
un árbol a la intemperie
azotado por las caricias de este sol
que inclina su rostro hacia el cielo azul del invierno.

Han pasado los monstruos perdidos
como un girasol de máscaras en la urbe de las dormidas cicatrices.

La última vez tu palabra calló
ausente del neón,
surcada por un silbo o una metáfora que no pudo ser dicha.

La primera vez los labios sellaron tu saliva en la cúpula de los insectos
(sí, allí, cerca de la luz donde se alimenta el frío
con la llama, en el perfecto jardín de la flor celeste)

Yo no sabía que un paisaje duerme en las pestañas
ni quería otra razón que el deseo en mi cáliz de niño.

¡Qué infantil la curva que roza los dedos
y desata el nudo de los gavilanes,
ese cúmulo de pájaros que orillan
la latitud informe de los planetas!

Alminares que no busqué,
coral en los párpados,
una canción que la madrugada anota en sus vergeles
y la aurora repite con su almirez de bruja.

Antes de existir había ya rojas estelas con nombres de víboras
o alas transparentes agujereando la cúspide del silencio.

Esta vida pierde un horizonte al hablar,
aún me escucho en un soliloquio sin mapas,
sincronía de viento rubio,
líquenes en los ojos hasta el pútrido ejercicio
de, otra vez, las telarañas sobre mi frente,
en mi habitación abierta hacia el número exacto del trasluz
en que finjo ser yo y no la duda etérea del espejo.

sábado, 8 de septiembre de 2018

La pasión de los cuerpos vírgenes

Apenas el esbozo del intento.

Se filtra la luz en el cúmulo de la rodilla,
descubres el incendio de la noche,
el manantial de fuegos artificiales
que poblaron tu hondonada.

Acercarse con el latido en la sien y los dedos trémulos,
rozar ese intersticio que la dermis deja en la duda
al chispear el frenesí del rótulo azul.

Y acariciar los espejos ciegos con el labio imberbe
que sufre la quemazón de su candil.

Ya todo sábanas el rebumbio del ser,
cueva por traducir el aliento del perdón,
ósmosis de vientre y tactos,
de singladuras aciagas
o paraisos de virginidad.

Habrá color de sangre y pómulos rojizos,
habrá aurora en el parteluz de la ventana
y un amanecer del cuerpo hacia la vida
desde la naturaleza del sexo y sus recónditos
altares.

¿Es, tal vez, la pasión un caballo que se hunde en la niebla
como una lid en el oscuro enigma del himen?

Te recuerdo y no soy yo, solo eres tú entre mi sed y el misterio.


domingo, 2 de septiembre de 2018

Tan próxima, tan extraña

El rosal se vuelve mano y convoca a la luz.

Chispa sin futuro la fracción del encuentro,
una vez aire limpio, ciudad pétrea,
mar y aire que bendicen la piel.

Es una ilusión su faz en la terraza
que refulge como cristal
de helio azul.

Voy a entornar mis ojos
para ver de nuevo
el volátil visaje del amor.

Yo vigilo los espejos y cuando pasas tú
arrojo la sal sobre mi frente de calavera.

Sí, ya estoy junto a ti en el tren vacío,
humo poliglota, carcaj que aglutina los cuerpos
o su ansia.

Y fue labio la interrogación
y fue soledad el campo gris del atrevimiento.

En tu cercanía el aroma entreverado por la lana,
el silencio de la espiga
donde la voz sufre
el devenir exhausto de la premura.

Hay en la verdad de los juegos
rojos espinos de inconsciencia,
ya viene la ola que encontrará orillas de marfil,
de aura, de barniz
entre los párpados
míos.