Hay abriles de escarcha en la palabra.
Yo quería que el signo fuera carne
y, no, eufonía en mi voz.
Yo quería que en tus pupilas se iluminara un verso
sin hemistiquios ni luna.
Yo quería que un adjetivo te cubriera la piel
porque el frío de la vida aún te hiere.
Nada dije de mi corazón febril
ni de las orquídeas de una frase que oculté en el bolsillo.
Fue muda la consigna por no herir a la noche,
fue ceniza el oro del deseo en tus labios azules,
fue duda el temblor de mis manos ahítas de silencio.
Tú solo mirabas más allá del tiempo,
a la desnudez de un farol sombrío,
al cristal oscuro de una habitación desecha.
Yo quería atarte con palabras de zafiro,
quería ser el felino que habitara tus pasos.
Sé-sabes- que la última verdad es la primera,
que el adiós es un disfraz que el ventrílocuo recita
en la penumbra o en el sigilo.
Ahora llueve en tus ojos
y, en los míos, una mirada
aún quisiera decir
te amo.
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