domingo, 22 de diciembre de 2019
Leve como una pompa de jabón en la que estalla el infinito
Quién trazó la línea donde vive el tiempo.
En el espejo que soy amanece un rostro de piel llorosa,
quizá fue abril un año impar,
quizá en la casa aún no hubiera amanecido.
Como un relámpago la voz que seduce,
el temblor del aire en las hojas del abedul,
un murmullo de secretos sin ayer
escrito en las paredes de una habitación desnuda.
Quiere la memoria un jardín bajo el mar de los tritones
que gritan a las fieles aves del silencio;
allí están los dígitos del nacimiento y está la duda aclarada,
en el espacio que abandonan las hormigas de la juventud
crecen un padre y una madre, un trabajo,
la rutina como savia de un árbol caduco.
Alguna vez los horizontes que seguimos se bifurcaron en la niebla,
como rosas de azar los caminos,
como vientos sin color las azules aguas que soñamos.
Existió una ciudad de bruma, jaspeada de ocres,
tejida en un mosaico de teselas dormidas,
izada desde el carmín de unos labios sin paz.
Vi países que poblaron los bolsillos de los nigromantes;
me lo dijiste, sí me dijiste que había águilas junto a los campanarios
y ballenas de oro bajo los puentes
y brujas sin escobas que reían como crueles cornejas
en los engranajes de olvidados relojes.
No tenemos más patria que la luz,
escucha el corazón de plata de la estatua que soy,
te hablará de las hojas caídas, de los oscuros ejes
donde giran los recuerdos,
te dirá que el amor fue un simún cálido
que levantó las enaguas de un abril inmortal.
Yo sé que cuando duermes los planetas del paraíso se paran
porque habita en ti un universo de mitos
que te convierten en la ceniza de todos los fuegos
que quemamos juntos.
Ahora mírame y deja que el sol ilumine la faz de tu estatura,
tan frágil como una pompa de jabón que levita
y resplandece antes de estallar en su arco iris de fulgor.
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