Desvestir el guante y acariciar la paloma.
¿Has soñado con el ventrílocuo sin alma?
Esmerilado el cristal, roído de iconos en el trasluz de la mesa.
Tu índice me invoca como un laberinto de enigmas.
Raspan la suela de mis pasos el lomo de las culebras.
Si te hablo tu faz es un perfil, si callo
el volcán de tu labios me calcina, indomable.
¿Cuál el musgo que cubrió la palabra
de hongos verdes y estrellas azules?
Dos tazas de café que mueren, la música silabea
una hormona de luz, los vasos son diamantes en la bruma,
islas donde vive el recuerdo. Y conversamos, tú en tu desnudez,
yo desde el acantilado del tiempo y la memoria.
Qué suave el murmullo de este bar,
qué doblez en la pianola,
qué océano engulle hálitos de licor ausente.
No te le levantes, no finjas un don en las escamas
que siembran el misterio y los ojos de candil,
la estela de un rubor encanecido.
Te vas en ese camello de arabia, dócil como una sábana
que el aire orea, quizá las pompas de jabón
lleven en su vientre un nombre, quizá sigan vacías
la preguntas que no te hice.
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