Nada, ni humo, ni silencio, ni bocinas en los ojos.
Domingo estéril como un pájaro que cae tras el vuelo,
domingo de rezos invisibles en las solapas negras,
domingo de trenes agonizantes en el suburbio de un andén.
Tanto pedí a las horas que en un círculo de luz
durmiera tu seno, estación húmeda en la tarde de noviembre
con hilos de escarcha en la testuz de viejas locomotoras,
con la fe del gusano en los vagones de letras desleídas
y un rumor de ejes arcaico.
No esperaba tu presencia
porque yo era fiebre en un baúl de objetos sin edad,
era la prisión de los relojes
o el turbio destino de los mercancías
después de gritar su nube.
Pero te acomodaste junto a mi sombra,
perfil blanco en el cristal, el redoble del vagón
como un caballo herido entre tus piernas.
Y ya todo fue tránsito,
locura de arpegios en la quietud,
una estatua que llora
o se ensimisma
sin querer
perdida en los paisajes
y en el tiempo.
A menudo me recuerdas
a un gorrión que agoniza entre las vías
después de haber pasado
el último tren de la noche.
Un gran poema, Ramón, con un final espectacular:
ResponderEliminarSiempre es un placer degustar tu poesía, de alta calidad ética y estética.
Felicitaciones
Un abrazo grande
Ana
Gracias, Ana, eres muy amable. Mi agradecimiento, también, por pasarte por aquí y hacérmelo saber. Un abrazo grande.
ResponderEliminar