domingo, 20 de octubre de 2019

Dédalo se lamenta por la muerte de Ícaro




*Cuadro de Anton Van Dyck

No es fácil convertirse en pájaro
cuando el cuerpo es otro
y la experiencia solo conoce
el surco de la tierra o la ola del mar.

Esta aguja, este hilo, la pez, el sudor de la tela,
el plumaje suave con que vestí las noches de la amada
son ahora un germen de libertad sin límites.

Mira como se agita el armazón
y sorbe al aire
igual que un amante escucha
el susurro ambiguo de las mariposas.

Deja que se impulse la armonía de las alas contra el horizonte,
y verás que no persiguen un deseo, se acomodan a la luz,
simulan el recorrido o el peregrinaje de los albatros,
de las garzas marinas, de las gaviotas perdidas
entre la niebla.

Ciñe el cuero bruñido a tus hombros,
aprende del ágil enigma de los cernícalos,
no finjas ser un astro cuando solo eres la imitación de un sueño.

Yo te quería lejos del infeliz Minotauro.
Te quería hijo de una isla blanca
sin engaños ni venganzas
ni misterio.

Me acerco a ti cuando el sol me hiere,
como una lluvia de oro rocías las nubes con tu canto
y no presientes el calor
ni su mortandad azul.

Has caído como un títere roto.
Te recibe el aliento de la bruma
y un sudario de ninfas en el barniz de tu inocencia.

Quisiera ser tú y renacer en la memoria,
quisiera que tu hogar fuera el país donde crecen los frutales,
aquellos que de niño te alimentaron
antes de tu muerte, en la mitad de tu vida.

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