Puede que el día escriba un signo blanco en la herida,
puede. Está la luz de las horas, limpia como un árbol inverso
que asoma su raíz, está el viento adulto y su olor de flores
escarchadas. Tú quieres un río, el río de tu infancia,
lóbrego y gris, ausente de pájaros, vestido de niebla.
Yo quiero la insolencia del mar sobre un espejo de algas,
relampagueante, en su cenit de ola, el haz de un faro antiguo.
Nos buscan los laberintos que encubren el pavor de la araña,
también los rostros más viejos que atisban tu andar
bajo una lluvia impenetrable. Es curiosa la vida si lo piensas,
hija del agua y su transparencia, junco que brota en la arena de mi playa,
nunca supe que tú eras la ninfa de sal y yo el pez dorado
que se ancla a la corriente de aquel río tuyo
que ahora, por última vez, siento en mi boca.
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