Sin raíces la vida que fui.
Otra luz en el cristal, el aire cargado de signos
o de ecos susurrantes, las fachadas en cuál color:
arcilla carmesí, vidrio traslúcido,
hormigón azul, madera oscura.
Sin densidad va mi cuerpo, sombra en el río,
ola efímera en un mar olvidado. Tráfico de autos
por los bulevares, cláxones de voz común
igual que un silbido de pájaros en el bosque.
Tantas guaridas para un único esqueleto,
los idiomas me visten con sus arpegios sin futuro,
al cruzar el semáforo la silueta de una huida
persigue mis pasos.
En un rostro de mujer hay mil sueños de aventura:
su pelo rubio o castaño, su piel alba, mate, piel de seda,
piel musculosa, ojos verdeados, de tizne ocre, de azul celeste,
se han convertido en ángeles de un adiós difuso.
Menús del día en los bolsillos, tickets de metro,
lugares que olvidé nombrar
en el diario que nunca escribí.
Y, al final, la paz del árbol, mi identidad
como un infinitivo en flor entre las paredes de la casa.
Años de rutina y tránsito inmóvil.
Con raíces la vida que soy.
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