y cisnes de alambre donde vi tu casa.
Había espejos de dientes verdes
y un sol de margaritas que sufre.
Era tu sueño un príncipe invertido,
desnudo y fértil como un avispero de luz.
Dijiste, caracol vertebrado, nutria de ojos blancos,
sierpe en el almendro que oscurece su sed
en un diálogo de bocas sin nombre.
Dibujé una colina y un mar en los desiertos de la luna,
sentí la fibra del musgo, caliente como un hilo de magma,
aquel caramelo que sudaba bajo el calor inútil de agosto.
Llevaba un carmín antiguo en los bolsillos,
las palabras del olvido, el agua incandescente de la derrota
y la mustia cicatriz del silencio.
Pero al alzarse el rombo de tus rodillas con veletas sin norte,
al existir círculos de fuego en el sintasol de tu casa,
al incendiarse los contornos igual que icebergs azules en un lupanar,
yo soñé una metamorfosis geométrica, perfilada,
rasgos que viajaran en el aire hasta mi pupila
como insectos laberínticos que revivieran al morir
tras el adulterio de ese vector que nos divide,
el que de pronto recorres con el pórfido del cantil,
firme sillar de los cuerpos
que devoran una milésima de quietud,
el instante en que los pistilos se encumbran,
trompetas del azar, arlequín oscuro.
Creció el alfil de los espejos,
la vida es un episodio donde los ángeles aman a las sombras,
la vida que seduce al témpano,
la vida que me busca donde existen las huellas del diamante,
el grito del jaguar, las anémonas multicolores
que habitan este océano reseco.