Soy el molusco de piel aceitunada, enredado en la luz
que, vertical, visita mi nuca, haz del faro, resplandor
mágico taladrado por la lluvia. Llegué como si otro
por mí dejara el cuerpo de ayer en el abandono,
aquí entre hibiscos, arena, tristes hormigas, nada
en la variopinta red de sus arcadias. Estoy,
desnudo y vestido, cíclope que mira la hostilidad
del mar, negrura de vómitos perlados, incontinente
sincronía de olas que la madrugada inventa bajo su luz,
rumores de voces en el áspero viernes de la caída,
gaviotas que traen en sus picos las espumas del océano,
muescas de barcos que se agitan en el vientre oscuro
del líquido infinito, lánguidos los muros que el agua forma
en lontananza, el brillo sobre el lomo de los arroaces
denuncia la masculinidad del imperio, qué mentira
sin son los pulpos los que elevan su calavera blanda
en las cuevas de los abismos sin paz, plantas que susurran
un idioma de peces, de crustáceos que giran sobre sí mismos
para espantar las nasas, el vampiro que teje epitafios
para la gula de las mesas cocinadas en rojo, conversaciones,
algarabía, obscenidad cuando los músculos de las bocas
tragan el alma viva de un animal que se impulsa entre las anémonas,
que arrastra el limo, las estrellas de mar, las rocosidades
en cuyas grietas asoma una luna, otra luna, luna de sirenas,
de Nautilus, de enormes cetáceos que han nacido muertos,
de cardúmenes en deriva hacia el suicidio, plásticos sin color,
húmedos, olor a sal marina, arrecia el hondo quejido de la noche,
el faro cumple su camino hollando el aire, la piel del mar,
el silencio de los pesqueros que ahora duermen mientras
yo vigilo que se cumpla la razón de la vida, el por qué
un hombre desde su soledad alza los párpados hacia el agua
infinita como si fuera un dios que quiere anunciar la ruta salvadora,
el regreso de la sima muerta.
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