Se te cayó la nube de la infancia, un cristal
escondió tu cuerpo como un fantasma de la noche.
Te acercaste al Olimpo cotidiano con rubís en los ojos
y la felicidad recóndita de los últimos lobeznos.
El amor fue una lluvia de rosales sobre tu frente impúber.
Los años eligen su canción como la sangre elige
el cauce donde duerme la paz.
Si me miro en los espejos es mi sombra quien responde,
si te hablo susurro las palabras que creí mágicas,
aquellas que incendiaron tu risa. Hay un talud
que agiganta el misterio del presente. Yo lo sé
como sé que al caminar creo bosques de umbría
donde tú te abrigas, bajo mi pecho, bajo mis manos
que acarician sin pausa la sed de un corazón infausto.
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