Nunca nadé ni conocí el mar,
jamás escuché el canto dulce,
sonoro, líquido que danza sobre las olas
como un resplandor.
No intenté mirar bajo tu vientre
que en la tarde brillaba,
nácar, coral, que se agita
impasible.
Me dijeron que las sirenas se arrebolan,
coquetean, maldicen el rostro ajado de los hombres
antes de que la cópula encienda el grito,
mitad éxtasis, mitad muerte, en su voz.
Pero yo solo veo la carne pura, la sonrisa,
los gestos que seducen, un cigarrillo
que sostiene tu mano, el iris azul
que cautiva mi sed.
Bajo la mesa zigzaguea una cola perlada,
buscas el oro del mar en el aire,
fantaseas con océanos que desvirguen, eternamente,
tu traición.
Me hablas y te hablo.
Tú para mí eres la ninfa que conoció a Odiseo,
yo para ti soy el marino
que solo sabía nadar en sueños.
Quizá la noche
nos encuentre desnudos en una isla inventada.
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