Sabéis, algún día seremos estatuas o fotogramas
o un recuerdo que perdura en la voz de un familiar
o de un amigo. Pero qué perdón hay en la distante luz
de los ojos, del misterio, del chispazo que un día sin nombre
encendió en ti la imagen nunca olvidada, los hechos
anacrónicos sobre el columpio infantil en el que descubriste
cómo reía la vida. Yo soy estatua de carne, me recordarán
en algún lugar, porque siempre lucí como un corazón entregado,
aunque también fui el último al que todos miran en una fotografía
de celebración, quizá alguien sueñe conmigo y sea su fantasma
o la pesadilla que pronto quisiera olvidar. Nuestro paso
efímero ama la confusión, se cría en el silencio
y no reconoce jamás la flores ni las tumbas.
Como un idiota me busco en el gesto de mármol
de las estatuas, en la multitud de las fotografías grupales,
en la nada que provoco para no ser recuerdo.
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