Sal a la lluvia y finge ser un poema triste.
Esas gotas llevan un nombre dentro,
el nombre del olvido, agua vertida en la luz.
Es una canción el murmullo del manantial.
Borbotea el corazón como jardín entregado
a la húmeda risa de Tláloc.
En el cristal las lágrimas viejas se parecen a las lágrimas nuevas,
el juego del delfín en la orilla del vidrio traslúcido.
Ahora ya conoces lo que es la tenacidad de la marea,
la que los charcos ambicionan al rebosar su celo
sobre la árida faz de una calle.
Piensa en la geometría,
su artificio dibuja nubes poliédricas,
desvaídas sentencias del álgebra,
incógnitas perfectas en los nimbos,
ecuaciones ortodoxas en los misterios del agua.
Quien ha visto llover un sueño no esconde jamás su amargor.
Mis hombros buscan el fruto secuencial de la lluvia,
el amante don que roza la piel con su voz líquida,
el dique donde muere el silencio que acompaña
el vértigo de mis pies; estos pies que salpican al azar
con la alegría infantil de los condenados.
*Tláloc, dios de la lluvia azteca.
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