Ven al desliz del agua cuando la lluvia mansa
se posa en los pináculos de la vieja catedral
y en su interior el baile pendular del botafumeiro
agita su tronco con humo de incienso sobre
la armónica serenidad de los cánticos seniles;
de dorado y marfil el ropaje de las santas vírgenes
desde su columna de caoba y tinta, el breviario
y la comunión con la lengua húmeda y el alma
de la hostia cayendo en el pozo abisal del cuerpo,
para darle espíritu y perdón, para sanar la culpa
y crecer en el amor, para que vuelvas a la inocencia
del niño y entre tus palabras sobreviva el nombre
de dios; y toca el órgano fugas y ángelus de místico
edén mientras los acólitos y los frailes, las beatas
y los jóvenes que no han perdido su fe, rezan
ensimismados, responden como ecos a la loa
y la dulce letanía que se extiende por la mudez
de las naves, por el rosetón que matiza la luz,
por el óvalo del ábside, por los angélicos retablos
de madera policromada, por el refectorio y la sacristía
donde la casulla recibe un beso de oración y éxtasis,
por el vino sagrado y las palomas en la ventana
ojival, y por mí y por ti y por nosotros, que también
quisiéramos morir y renacer como ángeles de la luz