Esta ciudad son mis vértebras y mi sangre.
Tú quisieras una danza de días perennes
bajo el redil de mi sombra,
quisieras la raíz del futuro vestida de estandartes,
quisieras que el amor poblara tu corazón
con la fe de la eternidad.
Ahora intuyes que no hay golondrinas en los besos
ni barcos en los iris que viajen
hacia las islas de los duendes.
¡Es tan frágil la campana del tiempo!,
hoy tu carne vibra bajo la luz de un farol desahuciado,
gimen las palabras como si el azul cayera en nieve
sobre las copas vacías.
He visto un equinoccio encender la luz del recuerdo,
caminabas sobre el pretil del acantilado
y se abría el mar como un vientre de melancolía.
Tú y yo creamos un laberinto de plazas amarillas y cristal ambiguo,
supimos que la noche llama al fuego
como la virtud llama al pecado
de las costumbres mudas,
escribimos en el ojo de la lluvia
códigos sin patria que nadie entendió.
Pero la ciudad que conocí, es también tu sangre y tus vértebras
y si camino por los espacios de su piel hollo tu luz,
esa luz que me recibe insomne
a cada segundo que te pienso.
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