miércoles, 30 de diciembre de 2020

El ósculo perdido

Yo solo busco desnudez, ningún traje ni ornato,

ningún abrigo de árbol, nadie que me dé sombra,

el desierto y el horizonte con la única flor de la vida.

 

Mi boca grande dibujó cúmulos en tu mapa,

mis hombros de analfabeto querían vocales omnímodas,

serpientes que enroscaran tu virtud,

un pábilo rojizo que nunca se extinguiera.

 

Pensé que mis orillas relampagueaban

como si en cada isla soles infinitos,

escarpias de luz, manzanos cósmicos,

criaran la aurora bajo la lengua y el humus de tu nombre.

 

Esperé ladridos en las venas,

mi corazón- rojo pómulo que tirita sangre-

trotaba como un caballo sin ancas,

volátil en el arco iris que, profundamente,

tracé en los capiteles de tu templo.

 

Vivir en el río árido,

de la humedad el don de los batracios,

de la jícara la atmósfera líquida

que te entrego con un ardid de madre vieja.

 

Falaz es la luz que se arrodilla en el puente,

nunca moramos en la raíz sin pronombres

de quienes halagan la fosforescencia del túnel

que solo ellos contemplan.

 

Estamos lejos del infinito, lo sé

porque las hormigas siguen tu cortejo de vírgulas negras,

insomnes cariátides que roban al candil un memorándum

o un ciclo astral de confites y pétalos abigarrados.

 

La luna vierte doce jinetes de alba sobre tu peca voraz,

allí hay suburbios y oasis,

lúgubres palmeras sin áspid,

gorriones ciegos que nadan entre las vértebras del súcubo,

jardín insomne de la agonía.

 

Y vendrás

a este lago de amapolas ambiguas

y pasará el tiempo con ceniza en los labios

y veré el ósculo perdido

cuando en las noches del albatros invoques a los mitos:

Ulises y el mar,

Ícaro y su tozudez,

Jasón y su vellocino infame,

Calipso y el Cíclope

en los hexámetros sin rúbrica

de aquel viejo soñador

que algunos llamaron

Homero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 28 de diciembre de 2020

Todo lo que soñé

 Quería para ti un orden de pífanos,

cantores en la cruz de los violines,

soñaba contigo en la ribera del río más caudaloso,

rumor de agua que deja música en tu vientre.

 

Ansiaba templos de alabastro en tus ojos

y círculos de antracita en el borde de tus pupilas,

pensaba que las aves sonreían ajenas al mundo

con guirnaldas azules en los picos, sin memoria,

sin el lago triste de la distancia cumplida.

 

Te contemplé en las orillas

y en el charco de las sombras,

me refugié en espejos que nunca te vieron

para olvidar la tez de tu rostro

cuando se gira hacia el confín del silencio.

 

Transité tus párpados de isla,

en los pechos híbridos besé las caracolas de las sirenas,

supe del resplandor de tus enjambres,

laboriosa tu voz en el marfil,

cúspide que roza el mercurio de los montes alados

como un perfume inmortal.

 

Navegué noches y días,

días y noches

sobre la espuma del recuerdo

-mar en calma, olas de espanto, viento en las jarcias alegres-

con este corazón en llagas,

inventé rosarios de conchas con bivalvos escarlata,

 un hilo de mimbre al cuello de tu nombre.

 

Vivimos en hospitales de amor,

sucumbimos a los palacios y al musgo de la tierra,

en carruajes perdidos recorrimos las rodadas del aire

en tartanas de azufre

con los jilgueros alerta como delfines núbiles.

 

¿Para qué el oro de la luminiscencia,

el teatro o el ardid de las bambalinas ecuestres?

 

Galopar sin miradas,

hostil como un argonauta

después de obtener la argenta en vez de la gloria dorada,

regresar al puerto de los atlas

donde vive la razón de la roca, y recorrer mis calles

igual que un hombre cojo

que una y otra vez trastabilla.

 

Pero tú ya sabes que todo lo que soñé sudaba nieve-

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 27 de diciembre de 2020

Feliz de ser nadie

 Se va lejos mi voz y retorna como un bumerán mudo.
A los que viven conmigo les parezco traslúcido, un nimbo,
un arcoíris blanco, una niebla sin rostro. Junto al paisaje
soy roca, mar, llanura, colina o urbe. Jamás firmo mis cartas
de amor donde hablo de una vida no vivida, las envío
al mapamundi de las direcciones rotas. Entre la multitud
me asemejo a la hormiga, a la abeja, al gentío. En las
conversaciones los cristales me ignoran, reflejan la risa,
el orgullo y la carne del mortal más próximo. No hay quien
recuerde mi aspecto, ni mi voz, ni la nomenclatura
de esa estirpe volátil de la que soy la última rama.

sábado, 26 de diciembre de 2020

Despertar

 Esta branquia del dulce polvo ambarino.
Mañana que pulula en el ventanal, se vierte
en el lomo de la caoba, transparencia de átomos,
claridad o sol de alas en mi habitación. Si fuera ciego
andaría sobre la nube de la luz, hasta la huella limpia
de la noche. Si fuera sonido de pasos haría de la música
un rondo de cabelleras, un juego de azabache, una canción
de moscas alegres. Puede la luz existir sin un nombre,
seda o tul del aire que roza tus enaguas, el marfil
y la plata, los libros y las cómodas, paredes vacías y llenas,
almanaques hostiles al tiempo, rectángulos o cuadros
que refulgen como niños albinos. Asoma el día con diez
golondrinas escarlatas, rompe los espejos, devora el carmesí
de las alfombras, muestra un rosal en la oscura quietud del rincón.
Y yo despierto, y tú duermes, con tus labios en la luz, como una hechicera.

viernes, 25 de diciembre de 2020

Salir al mundo

 Existíamos en una gota de agua sin frontera.

 

Fue un candil o un ojo que se abrió al futuro

con espadas libres que rasgaron la luz.

 

Un hombre amanece en la hospitalidad,

mira el perfil de otro país,

siente un aire distinto en su candidez,

absorbe el magma del tiempo

como un elixir.

 

Sabe que las alas del ángel son viajeras,

ha dormido en trenes azules,

conoce a todos los pájaros que viajan para no morir.

 

Tú, igual que yo, heredamos el surco, la muralla y el eclipse.

Hasta el límite donde las mariposas se vuelven ciegas

todo es fluido, simpatía rota.

 

En qué calendario las cintas de acero,

el músculo de la raíz empezó a crecer.

 

Verano con nimbos y collares de lapislázuli,

agosto que roza tu vientre con la lluvia mágica del mundo ensortijado,

día trece que viste de abalorios nuestra hambre,

horas sin murciélagos,

labios que nunca sacia la memoria,

voluntad de ser unicornios sin regreso

en el mapa del tesoro de la ficción hecha luz.

 

Y después la vida como un collar de dijes esculpidos

en ciudades sin primavera. Porque la primavera

va dentro, tu flor el estallido de columnas,

piedras, afluentes, océanos, plazas, adoquines seculares.

 

Y yo y tú, que caminamos bajo un sol de espinas,

oyendo vocales extrañas,

sin añorar nunca el nido madre

del que escapan los horarios de la costumbre

cuando la aventura es ciega

y el corazón una avispa

que sufre por no aguijonear lo ignoto.

 

 

 

 

 

jueves, 24 de diciembre de 2020

Fuera de sitio

 Me cuesta entender la sinergia

de una fila interminable.

 

No encaja mi sombra en el mapa de mi sombra

y soy un pájaro en un hombre,

un hombre en un pájaro.

 

Mi reflejo huye como una vocal encinta,

ni yo mismo escucho mi voz

cuando le hablo a tus ojos

y tú me miras con la incertidumbre vieja

de dos constelaciones separadas.

 

Si digo hoy

me miento

porque hablo con las cejas oscuras de mi padre,

si pienso en la luz que vaga en el camastro

donde el amor fue tu rostro

mariposas del sueño me buscan

para susurrarme el escondite

que guarda tu misterio funámbulo,

episodio repetido en las horas de mansedumbre,

carcaj en la trastienda de mi ayer.

 

Los que me ven ríen,

a los que no me ven les recuerdo,

vagamente,

a una huella perdida en el horizonte.

 

Yo quería que la ciudad me reconociera,

quería ser un parque con niños, una alameda,

una plaza al sol, un rumor de olas

cuya sílaba invocara mi inicial,

el nombre fluido que despide la luz.

 

Cuando vacío nuestra cama, al amanecer,

mi hueco me persigue y sé que para ti soy la ausencia,

una nube que escapara, insólita,

hacia la bruma de los calendarios negros.

 

Hay moldes de oro y figuras rotas,

hay mil televisores cuya nitidez escapa a la razón,

que no tienen memoria,

porque la memoria es como una piel borrosa,

un temblor abstracto de cometas que caen,

una polvareda que no distingue al párpado de la claridad,

un arroyo turbio donde crecen las plantas múltiples

que se confunden con el río, y son corriente,

un desfile interminable de idénticos cuerpos.