A ti omnipotente señor de las
esferas,
dime cuánto valen el alma, la
eternidad o el sol.
A ti que eres orgullo de cifras,
emperador de la materia,
alacrán de los pobres, monstruoso
faquir de la lujuria.
A ti que desconoces la bondad
y no vuelas con las alas del espíritu,
a ti que no podrás comprar a la
muerte ni poner juventud a tu vejez,
a ti que crees que la única
felicidad está en los bancos,
que desprecias la nobleza del
amor con billetes de silencio entre los dedos.
A ti dedico esta oración
porque me da pena tu podredumbre
vestida de lujo y joyas, de automóviles
y palacios,
de navíos y aviones que un
día caerán sobre tus huesos
formando una pirámide inhóspita
que cubrirá de óxido
la fósil sepultura de tu
nada.