jueves, 29 de noviembre de 2018
Familia
Venid al tronco, a las ramas del olvido.
En la similitud de los rostros hay una huella de vida.
Cubre la piel morena un halo antiguo de membrillos y palmeras,
de acento meloso contra la luz que muere.
Y, después, nosotros en un lugar de lluvia
que anticipa inviernos fríos lejos de la palma y el cafetal,
del ingenio y de la zafra.
Nada conocimos de un país alegre,
allí nació padre(su fotografía de niño junto a un caballo de cartón,
en sus labios un habano y en su pelo el aroma indolente del azúcar).
Hoy vivimos en una orilla verde donde late el mar
y el viento rompe las esquinas con su canto de azufre.
Sus vástagos cruzan las calles, estudian, aman el silencio de una voz que se desviste.
Madre solo sabe reír, oculta el sinsabor bajo las pestañas
lo mismo que una nube y su hechizo.
Mis hermanas son hélices que no dejan de encumbrar el aire.
Mis hermanos fingen ser mis hermanos
porque al hablar solo se escucha un oasis interior que les nombra.
Solo queda el armazón de la casa con sus recuerdos de virginidad,
el misterio en los cristales, la caoba, el álamo de una tabla y su dibujo
carcomido por las horas que nunca han cesado de transcurrir.
domingo, 25 de noviembre de 2018
Cuidados intensivos(habitaciòn 19)
¿A quién le hablarás ahora que la sombra inhóspita crece?
La primera voz y el primer grito en la piel,
la luz en el iris imperfecto y las arterias que riegan el insomnio de una raíz núbil
(así describo el ayer).
Todo es un relámpago que deslumbra la insensatez
como un tren invertido que descarrila en un cielo sin alma.
Has llorado porque la caricia es un símbolo de vida
y los rompeolas fueron cruces sólitas que jalonaron las pisadas
hasta entender los misterios de la brevedad.
En el cansancio infinito descubres el orden mecánico de los calmantes,
la blancura sobada de las sábanas,
las rugosidades violentas de dibujos que imaginas en el gotelé de la pared.
A veces el silencio es un copo de nieve
y las luces de la bahía un archipiélago de fuego y sangre
donde muere una ilusión.
Y de pronto ves que en los metros cuadrados de esta habitación hay un epitafio de flores,
hay oasis que llaman al estío, que escriben agua en la sequedad del sarmiento,
que estallan en vómitos de luz al recordar historias
que no llegaron al cenit de la querencia o a la semilla nunca habitada.
Sé de las horas sin mensaje, las que siento en el ombligo,
las que atrofian la respiración de brujas fantasmales,
las que amó el súcubo que ríe antes de que también muera mi risa.
Asoma, al fin, el caballo albino hasta la claridad que antecede a la consunción
y gárgaras de tiempo y trampolines de infancia
o islas perdidas en una juventud de paraísos sin mar
lo reciben con la llave que abrió a los portales de la muerte un sonido de clarines,
un rumor de besos, una Atlántida donde aún vive el jaramago
la eternidad que sucede detrás de un sol que ya no reconoce tu candil.
La primera voz y el primer grito en la piel,
la luz en el iris imperfecto y las arterias que riegan el insomnio de una raíz núbil
(así describo el ayer).
Todo es un relámpago que deslumbra la insensatez
como un tren invertido que descarrila en un cielo sin alma.
Has llorado porque la caricia es un símbolo de vida
y los rompeolas fueron cruces sólitas que jalonaron las pisadas
hasta entender los misterios de la brevedad.
En el cansancio infinito descubres el orden mecánico de los calmantes,
la blancura sobada de las sábanas,
las rugosidades violentas de dibujos que imaginas en el gotelé de la pared.
A veces el silencio es un copo de nieve
y las luces de la bahía un archipiélago de fuego y sangre
donde muere una ilusión.
Y de pronto ves que en los metros cuadrados de esta habitación hay un epitafio de flores,
hay oasis que llaman al estío, que escriben agua en la sequedad del sarmiento,
que estallan en vómitos de luz al recordar historias
que no llegaron al cenit de la querencia o a la semilla nunca habitada.
Sé de las horas sin mensaje, las que siento en el ombligo,
las que atrofian la respiración de brujas fantasmales,
las que amó el súcubo que ríe antes de que también muera mi risa.
Asoma, al fin, el caballo albino hasta la claridad que antecede a la consunción
y gárgaras de tiempo y trampolines de infancia
o islas perdidas en una juventud de paraísos sin mar
lo reciben con la llave que abrió a los portales de la muerte un sonido de clarines,
un rumor de besos, una Atlántida donde aún vive el jaramago
la eternidad que sucede detrás de un sol que ya no reconoce tu candil.
jueves, 22 de noviembre de 2018
Otro lugar, otra vida
Se pega el lagrimal de la nieve a mi cazadora gris
como un perdón de agua. Es la noche del principio
cuando los alguaciles del tiempo derraman una historia negra.
No finge navidad el cristal del comercio ni villancicos amables
rozan mi sien inhóspita. Creo que el reloj marca un enero sin jardines,
una fiebre de blancos ejércitos sobre la arena de la playa
o mensajes que nadie interpreta bajo el farol del olvido.
Mañana el tiempo será ola abierta en un tren que atisba su soledad.
Otra vida surge en los bolsillos como una planta de mar
que halló su cáliz entre chumberas y acentos dulces,
más allá del verdor, en los cráteres de una isla que muere
al sentir mi desazón de hombre perdido.
Pero hay voces y cuerpos, piel y un infinito cosmos de palmeras,
hay trinos de pájaros que no conozco y parques de flores tropicales
que revientan la luz. Desde el frío no se ve la cálida sombra del futuro,
me alejo para decir que siempre se abre un ojo de esperanza,
que nadie escribe epitafios de juventud,
que en la cruz del mañana se entenderá el soliloquio que fuiste
antes de entregar al viejo Caronte tu óbolo.
como un perdón de agua. Es la noche del principio
cuando los alguaciles del tiempo derraman una historia negra.
No finge navidad el cristal del comercio ni villancicos amables
rozan mi sien inhóspita. Creo que el reloj marca un enero sin jardines,
una fiebre de blancos ejércitos sobre la arena de la playa
o mensajes que nadie interpreta bajo el farol del olvido.
Mañana el tiempo será ola abierta en un tren que atisba su soledad.
Otra vida surge en los bolsillos como una planta de mar
que halló su cáliz entre chumberas y acentos dulces,
más allá del verdor, en los cráteres de una isla que muere
al sentir mi desazón de hombre perdido.
Pero hay voces y cuerpos, piel y un infinito cosmos de palmeras,
hay trinos de pájaros que no conozco y parques de flores tropicales
que revientan la luz. Desde el frío no se ve la cálida sombra del futuro,
me alejo para decir que siempre se abre un ojo de esperanza,
que nadie escribe epitafios de juventud,
que en la cruz del mañana se entenderá el soliloquio que fuiste
antes de entregar al viejo Caronte tu óbolo.
lunes, 19 de noviembre de 2018
El camino inverso de los elefantes
Los recuerdos campan entre horarios vacíos
o visitan el agosto donde renace la luz.
Para mí los juegos de la escuela, para ti las calcomanías bajo el agua,
las estampas de universos en un álbum dorado.
Mil y una canicas suenan en el rubor del día,
el balón cruza relámpagos de algodón dulce.
Mira como avanza el tren eléctrico hacia la aurora,
su elipse es un don de mariposas ardientes.
Todo era música sin querer,
la navidad que irrumpía lejos de la nieve entre salmodias y pajaritos,
portales y arena, camellos ocres de ojos lánguidos.
Hay rodillas que son arpegios infinitos,
la voz que callas y los céspedes que lucen amapolas inmortales.
Al morir el deseo surge la ceniza,
en los horóscopos la tinta negra ya no escribe
cuando la aguja del reloj inclina su testuz hacia el miedo.
¿No ves la hondura de su tajo rebanar el silencio que una vez fue paraíso?
Hacia atrás caminan los elefantes cuando quieren conocer la noche.
o visitan el agosto donde renace la luz.
Para mí los juegos de la escuela, para ti las calcomanías bajo el agua,
las estampas de universos en un álbum dorado.
Mil y una canicas suenan en el rubor del día,
el balón cruza relámpagos de algodón dulce.
Mira como avanza el tren eléctrico hacia la aurora,
su elipse es un don de mariposas ardientes.
Todo era música sin querer,
la navidad que irrumpía lejos de la nieve entre salmodias y pajaritos,
portales y arena, camellos ocres de ojos lánguidos.
Hay rodillas que son arpegios infinitos,
la voz que callas y los céspedes que lucen amapolas inmortales.
Al morir el deseo surge la ceniza,
en los horóscopos la tinta negra ya no escribe
cuando la aguja del reloj inclina su testuz hacia el miedo.
¿No ves la hondura de su tajo rebanar el silencio que una vez fue paraíso?
Hacia atrás caminan los elefantes cuando quieren conocer la noche.
sábado, 17 de noviembre de 2018
Nuestros viajes fueron ráfagas de tiempo
La huella del viaje es la huella de la vida.
Espada de metal en un país del sur,
de nombre como uvas en sazón,
líquenes quemados por la luz.
Pueblos de casas blancas y fruta en los márgenes de los baldíos ,
parrales polvorientos y la sed del alcornocal sangrando corteza y tiempo.
Y allí el mar de plata, el faro, las arenas calcáreas ,
la música como un aire de guirnaldas o fuego.
En otro país de nieve un río recita la verdad de sus días,
-ya te dije que los puentes son cinturones de olvido
y las agujas de los campanarios un punzón destetado y febril-.
Ciudad donde cruje la historia y sobrevive la carcajada de la guerra,
la identidad perdida por ser eje de multitud.
Pero habitamos también la calidez de las rosas
y el acento suave de los mercados.
El perfume de las flores baja como un trino de parterres encantados
hacia los peces de bronce que adornan el estuario.
Quisiste embriagarte con el eco del amor,
murmullos al borde del Sena,
una canción al pisar la magia de las calles
y la cúpula blanca del misterio igual que un tótem de mármol.
Y, al fin, el músculo del idioma en la pulcritud insomne de los autobuses rojos,
la secuencia de un castillo negro,
aquella noria sobre el vientre de las aguas como la dentellada de un dios inútil.
Son viajes dentro de ti
porque tú ya sabias que la alegría habitaba el sueño
antes de atisbar el tacto simple,
la quietud de los ojos que contemplan el frenesí de vestir por un segundo las ciudades
con la memoria que fueron y nunca han dejado de ser.
viernes, 16 de noviembre de 2018
Como un pájaro
Recordaré el mar, el mar en mí.
Y la línea última de los cipreses bajo la bruma.
A menudo la luz se refugia en tu axila.
Un tren con alas vuela incansable hacia el horizonte.
Todos los pájaros regresan del sur para regresar al sur.
Me preguntas si te quiero, si te querré siempre.
Siempre es una palabra que no conocen los pájaros.
martes, 13 de noviembre de 2018
El espejo
Otra vez estoy ante ti, pulido eje del tiempo.
Es curioso tu don de infinita verdad, fotografía que huye de sí,
cosmos que vive en el cuadrángulo o en el círculo de tu pureza.
Ayer te vi o me vi a la hora en que sucedo,
la misma hora que se columpia entre los días y camina hacia la muerte.
Tu perfil de cornucopia y la luz amarilla,
la lisura de tu cara que es un reflejo de paz,
el orden estático del encuentro
-que yo busco como un alevín de la nada-.
Han venido los años supurando arenas y mercurio,
vuelvo a tu hogar de azogue, ciego y mudo por no hablarte.
Puedes ver que aún soy yo el que finge esta mueca del pasado
ante tu oro sempiterno que jamás se apiada.
Te guardaré junto al sueño, allí donde se pose mi rostro
y serás testigo de este silencio opaco
que es solo una forma de no volver a ti,
de ausentarme para siempre del mañana.
Es curioso tu don de infinita verdad, fotografía que huye de sí,
cosmos que vive en el cuadrángulo o en el círculo de tu pureza.
Ayer te vi o me vi a la hora en que sucedo,
la misma hora que se columpia entre los días y camina hacia la muerte.
Tu perfil de cornucopia y la luz amarilla,
la lisura de tu cara que es un reflejo de paz,
el orden estático del encuentro
-que yo busco como un alevín de la nada-.
Han venido los años supurando arenas y mercurio,
vuelvo a tu hogar de azogue, ciego y mudo por no hablarte.
Puedes ver que aún soy yo el que finge esta mueca del pasado
ante tu oro sempiterno que jamás se apiada.
Te guardaré junto al sueño, allí donde se pose mi rostro
y serás testigo de este silencio opaco
que es solo una forma de no volver a ti,
de ausentarme para siempre del mañana.
domingo, 11 de noviembre de 2018
El abrazo de otro
Una cicatriz ríe en el misterio.
Símbolos que nunca amanecen,
latidos perpetuos que son lágrimas de invierno.
Es como sobrescribir la luz en un nombre,
la imagen de una playa inhóspita,
el fragor infinito de los suburbios.
Aquella tarde húmeda solo éramos tiempo
-un cauce verde en la tiniebla llora la juventud de los diecisiete-.
Hembra fúlgida de luna, igual que yo y mi verso amargo,
lo mismo que el arpegio de la música en las galerías del humo.
Te acercas y siento el vértigo de la quimera.
Un fluido de canciones, de desnudez y palabras
invade el pensamiento y es la ciudad un libro de sombras
bajo el crepúsculo que viene.
¿Qué canción parpadea en ti, qué lees, cómo se nombra el signo que nos une,
en qué plaza un ruiseñor existe para nosotros?
Me anticipo a ti que no sucedes
o solo en el músculo de un río a la deriva cuando escoges el ardid de la fuga.
Quizá en el relámpago de conocerse vivió la incertidumbre del futuro.
Lo comprendo, comprendo que la llama del deseo
caduca cuando el abrazo de otro finge ser el mío.
¿Qué vendrá ahora que los mundos no giran?
Solo las estaciones, el rubor de la incógnita
y los cielos invertebrados que ensombrecen el corazón de los amantes.
Símbolos que nunca amanecen,
latidos perpetuos que son lágrimas de invierno.
Es como sobrescribir la luz en un nombre,
la imagen de una playa inhóspita,
el fragor infinito de los suburbios.
Aquella tarde húmeda solo éramos tiempo
-un cauce verde en la tiniebla llora la juventud de los diecisiete-.
Hembra fúlgida de luna, igual que yo y mi verso amargo,
lo mismo que el arpegio de la música en las galerías del humo.
Te acercas y siento el vértigo de la quimera.
Un fluido de canciones, de desnudez y palabras
invade el pensamiento y es la ciudad un libro de sombras
bajo el crepúsculo que viene.
¿Qué canción parpadea en ti, qué lees, cómo se nombra el signo que nos une,
en qué plaza un ruiseñor existe para nosotros?
Me anticipo a ti que no sucedes
o solo en el músculo de un río a la deriva cuando escoges el ardid de la fuga.
Quizá en el relámpago de conocerse vivió la incertidumbre del futuro.
Lo comprendo, comprendo que la llama del deseo
caduca cuando el abrazo de otro finge ser el mío.
¿Qué vendrá ahora que los mundos no giran?
Solo las estaciones, el rubor de la incógnita
y los cielos invertebrados que ensombrecen el corazón de los amantes.
viernes, 9 de noviembre de 2018
El pasado huérfano
Hasta el hueso tu amor.
Diez palabras tuyas vibran en mi memoria.
El ansia bajo los párpados de no sé qué invierno.
La piel contra la piel en un hostal sin nombre.
Dos manos entrelazadas como palomas heridas.
La ciudad desconocida que muere en tu iris.
Una cicatriz que se perpetúa en los ecos.
Y tú que no recuerdas lo mismo que yo.
Diez palabras tuyas vibran en mi memoria.
El ansia bajo los párpados de no sé qué invierno.
La piel contra la piel en un hostal sin nombre.
Dos manos entrelazadas como palomas heridas.
La ciudad desconocida que muere en tu iris.
Una cicatriz que se perpetúa en los ecos.
Y tú que no recuerdas lo mismo que yo.
miércoles, 7 de noviembre de 2018
Hijo del otoño
Un vendaval de hojas caducas llega a mi corazón.
El pálpito del frío en la piel y los ojos blancos
de preguntar, inútilmente, por la luz.
El ocre y la verdad de los números, el agua arrebatada
por la escarcha indómita, un sueño de humus en el vientre.
En el sur de los otoños vive la canción de los amantes
-niebla sobre los puentes, farolas de un amarillo sin color-
les vieux amants ,quizá, al recordar el verso de un acordeón sobre el río.
Mi voluntad en noviembre es un árbol dormido en abril,
mi cartografía la floración del bosque en la frágil madurez del helecho.
Otoño en las pupilas viejas, rotundidad de frutos en el amanecer de la bruma
silencio de ramas rotas junto a un cauce que brilla hasta morir.
Abrazo el tronco de muescas invisibles, aún le debo el orgullo
de saberme gloria húmeda de un confín perdido, fuente
que en su misma savia reluce como una lágrima de miel.
El pálpito del frío en la piel y los ojos blancos
de preguntar, inútilmente, por la luz.
El ocre y la verdad de los números, el agua arrebatada
por la escarcha indómita, un sueño de humus en el vientre.
En el sur de los otoños vive la canción de los amantes
-niebla sobre los puentes, farolas de un amarillo sin color-
les vieux amants ,quizá, al recordar el verso de un acordeón sobre el río.
Mi voluntad en noviembre es un árbol dormido en abril,
mi cartografía la floración del bosque en la frágil madurez del helecho.
Otoño en las pupilas viejas, rotundidad de frutos en el amanecer de la bruma
silencio de ramas rotas junto a un cauce que brilla hasta morir.
Abrazo el tronco de muescas invisibles, aún le debo el orgullo
de saberme gloria húmeda de un confín perdido, fuente
que en su misma savia reluce como una lágrima de miel.
lunes, 5 de noviembre de 2018
Entre recuerdos
Un hombre se mira en el espejo y ve un soliloquio mudo.
Pero él sabe qué decir porque su voz es fuente de oro
que solo necesita del silencio para manar.
Pasea por los metros cuadrados de un piso sin luz,
escucha el crujir de las tablas, la tenacidad de la carcoma,
el gorjeo de los pájaros en el alféizar.
Quisiera hablar contra el cuarzo del ventanal,
decir: hoy ríe la vida con su gong eterno.
Abre un libro por la página mil veces leída,
aún queda el aroma de los veinte años sobre el papel usado.
No enciende el televisor, la radio le enseña que no es su tiempo el que escucha,
en la rosa del tiesto la alegría es un brote de diez pétalos huérfanos.
¿Quién le dirá de la lujuria cuando pasa junto a él un ave desnuda
de pechos inabarcables? Ya solo, perdido en la quietud del atardecer,
el retorno deja babas azules, así en la hoz del crepúsculo su sueño danza
entre las olas del recuerdo, y al fin es una isla su transcurrir
donde ya no viven los años que vendrán sino únicamente los que han sido.
Pero él sabe qué decir porque su voz es fuente de oro
que solo necesita del silencio para manar.
Pasea por los metros cuadrados de un piso sin luz,
escucha el crujir de las tablas, la tenacidad de la carcoma,
el gorjeo de los pájaros en el alféizar.
Quisiera hablar contra el cuarzo del ventanal,
decir: hoy ríe la vida con su gong eterno.
Abre un libro por la página mil veces leída,
aún queda el aroma de los veinte años sobre el papel usado.
No enciende el televisor, la radio le enseña que no es su tiempo el que escucha,
en la rosa del tiesto la alegría es un brote de diez pétalos huérfanos.
¿Quién le dirá de la lujuria cuando pasa junto a él un ave desnuda
de pechos inabarcables? Ya solo, perdido en la quietud del atardecer,
el retorno deja babas azules, así en la hoz del crepúsculo su sueño danza
entre las olas del recuerdo, y al fin es una isla su transcurrir
donde ya no viven los años que vendrán sino únicamente los que han sido.
viernes, 2 de noviembre de 2018
Aquel grito
La mirada busca los espacios pequeños que no cambian.
Los ritos, los hábitos, la memoria siempre encendida
y tu presencia de estatua
junto a mí.
El paisaje vela los ojos
y se reconoce el alba y el crepúsculo porque son hijos del tiempo
ya vivido.
Al caminar los pasos desandan los otros pasos más ágiles,
más ausentes de sí.
Todas las palabras se acumulan como sedimento
de frases ya oídas o dichas con el énfasis de la virginidad.
Lo nuevo en mí es el recuerdo con sus metáforas dulces,
cuando te arropo en tu cama envejecida
aún veo a través de tu piel
la crisálida del ayer,
tu juventud, la ilusión desperezada
y aquel grito del fuego sobre la nieve.
Los ritos, los hábitos, la memoria siempre encendida
y tu presencia de estatua
junto a mí.
El paisaje vela los ojos
y se reconoce el alba y el crepúsculo porque son hijos del tiempo
ya vivido.
Al caminar los pasos desandan los otros pasos más ágiles,
más ausentes de sí.
Todas las palabras se acumulan como sedimento
de frases ya oídas o dichas con el énfasis de la virginidad.
Lo nuevo en mí es el recuerdo con sus metáforas dulces,
cuando te arropo en tu cama envejecida
aún veo a través de tu piel
la crisálida del ayer,
tu juventud, la ilusión desperezada
y aquel grito del fuego sobre la nieve.
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