El tiempo sin tu agua es un árido transcurrir.
Yo te enseñé el mar,
el mar de mi infancia,
el mar que habita en mis ojos,
el mar salvaje que me ahoga.
Tú trajiste un río en calma, lento como un saurio en la duna,
imagen de ti y de tu sangre transparente.
Río y mar, agua dulce y salina sobre los cuerpos,
huellas en la arena, piel que desnuda otra piel,
un ángel compartido bajo la luz de agosto.
Juntos los sueños son un único sueño,
las ciudades se paran como relojes vencidos,
atardeceres de jardines sin sol,
barcas columpiándose con un rumor de sirenas en los remos.
Y siempre el agua que fluye por tus muslos,
ágil orilla de la edad,
cauce en que sumerges el miedo de ser.
Un día el manantial se agotará
como se agota la luz en la penumbra.
Ese día tú verás un lago quieto,
un lago de cristal
en el que nadará la memoria de la vida que fuimos.
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