martes, 31 de marzo de 2020

Canta

Si no habitas en un sueño, dime qué forma le darás al silencio.
Si no ves el territorio de la luz, ni amas ni te entregas,
ni sufres por el dolor de los otros qué canción escucharás
cuando la luna llegue. Deja que vuelen los pájaros
sobre tu piel y canta, canta para que el olvido muera.

Ante el espejo

Ir adentro de las pupilas, surco abajo,
hacia el país invencible de la infancia,
alta la mirada del descubrimiento,
el mundo como una ola de amor
y el don de la claridad y la risa,
los juegos sin fin en las alfombras que vuelan,
la rubia sed de la inocencia, entregándose,
limpia como agua de manantial, flor imberbe,
capullo vivo. Sube del estanque de los diez años,
escala las paredes de la juventud, te herirá el deseo
con su voz de plata, no entenderás el porqué
se vive entre las sombras, se adula al dinero,
se corrompe la ilusión. Será tu descanso
-esta línea no tiene riscos ni peldaños
ni recónditos espejos donde la vida te fustiga-
el labio que ahora besas, el cuerpo que se mece al son del tuyo,
el grito que destruye la realidad o el orden.
Prosigue la singladura, ya eres maduro, procreas,
trabajas sin preguntar, la costumbre te hace viejo
antes de ser viejo, y callas, resistes, piensas en el hijo
que pondrá sus alas en tu raíz marchita. Has salido del espejo,
de la sima a la cumbre la aventura es antigua,
tan antigua como la especie en que cicatrizas.
Pasaron, quizá tres minutos, y sigues aquí ante el azogue
recordando tus días y tus noches, tus noches y tus días.
Cuando al fin elevas el rostro solo ves un testamento
que no te gustaría firmar. Si apagaras la luz comprenderías
que tu destino es esa imagen que de pronto, ennegrece.



domingo, 29 de marzo de 2020

El tiempo gime y tú lo oyes

Es horrible el silencio.

Habla con las aguamarinas de mi frente,
confíame el rincón de tu suburbio,
el frenesí y las aceras rotas
-quién apagó el candil que iluminaba la insolencia-
cuéntame porqué la lluvia no amaneció en tus ojos
ni abril en tu memoria,
ni los linces en el sueño salvaje del amor.

Ahora dibujas corazones en los párpados
y un hospicio verde puebla tus pupilas,
inventarás un dulzor en la palabra
y dirás solo adjetivos pletóricos de senectud,
hojas verdecidas por el rocío de la ausencia.

¿Recuerdas el automóvil que envolvía los kilómetros en un sudario alegre?
El calor del verano se escapaba por las ventanillas
y las camisas azules refulgían al sol
como banderas de la luz.

Era la cal en las fachadas una piel de mar,
espuma breve en la comisura de tus labios,
ola que viste el hastío de la lengua
y le da color,
escamas
y sirenas fugaces.

Solo la sombra de tu cuerpo en el blancor fugitivo,
la toalla húmeda sobre el vientre
y un paso frío
alejándote del cristal,
próxima a mí como un felino en armas.

Compartimos una vez el púlpito de lo efímero,
cada bar con su látigo de pudor
dejaba cicatrices de pecado en los hombros
-la noche vibró igual que un músculo de metal,
obstinada en su insistencia por descubrir
el símil de tu voz-.

Hoy
el tiempo gime y tú lo oyes,
los minutos escapan ávidos de muerte,
proscritos de felicidad.

Y son las horas este viento que no cesa de marchitar el coloquio que inventamos,
en aquel oasis sin nombre al que te aferras
cuando vuelve a ti el deseo
como un resplandor estéril
en el mismo centro de tu ceniza.

viernes, 27 de marzo de 2020

Maldita tristeza

Fuiste tú la que puso un velo a mi rostro.
Fugaz amante de la niñez inhóspita,
voz que escucha el solitario en su orgía insomne.
Amiga que has llorado nieve en mis ojos,
confidente de la luna, arpía que canta en silencio
un réquiem sin música. Solo para mi sombra
que irá tras de ti, conjuro amargo, elixir,
pócima de verso triste en mi boca cerrada.
Apellido que nadie dice en la algarabía feliz
de la celebración, gritos y carcajadas y párpados
sedientos de luz y oasis en la blancura que odias.
Tú permaneces como un diamante, tan pulido,
tan yermo en su brillo opaco. Te desvistes junto a mí,
cada noche envidias en mi memoria la flor blanca de la risa.
Crees que me conoces, piensas que soy un soldado de tu latitud,
sientes el pulso del dolor, aquel que te encumbra hacia otro día,
un nuevo día sin mañana, con pesadas rocas en los hombros.
Entiende, de una vez, que mi nombre no es un fruto agrio,
que mi nombre lo tallé, al nacer, en el árbol de la alegría.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Esperando la salida de este tren que ha sido mi casa



¿A quién llama este tren si está dormido?
Osario de metal que supura una luz,
arcón sobrehumano donde el destino es un águila vieja
que recorre la mies con sus dientes de acero.
Tren que olvida la quietud, los hierros crujen antes del estertor,
la bruma es una lengua infinita en el ojo pálido de la locomotora,
chirrían los ejes del orbe y hay pájaros bajo las vías,
huéspedes de su aliento de humo y candelas blancas.
Tren que me llevas a una isla imposible, tren de adagios
y canciones sin idioma. Tren que inventas paisajes,
tren insomne que te citas con el espanto,
tren en mí que no soy tren ni mañana.
Recorro tus lunas y me veo transparente en el cristal,
duermo en tu llaga, percibo los latidos de las vías
-fuertes y proscritos como carroña-, huelo el licor
de las fotografías sin presente, el ritmo arcaico de un vals inacabable.
Tren donde he volado, deja que el fiel vagón
que me llevó a la ciudad maldita me acompañe otra vez,
déjame pintar en tu vientre una ecuación no resuelta,
déjame sentir que hay un destino que se parece a mí
cuando te sueño.





La casa viva

Tan ambarina la luz y tan próxima tu ceniza.

El hogar es un monstruo que ríe,
su vientre plácido,
mil ojos en la pared
y esa pátina de tiempo
donde viven las historias no dichas.

Qué susurro de voz, armas de cristal,
caobas y perfumes, el óxido virgen en los postigos
y el aroma de las palabras cruzando el fiel de las habitaciones.

Todos los azules de la infancia son un mar brillante,
en un jersey perdido hay ríos de sudor y olores de naftalina,
las fotografías igual que una cicatriz de oro gris
que fija su mirada en el adiós.

Pero hay también sombras que acicalan su misterio
y el grafiti de una ventana oscura
que esconde el marfil de los secretos tras un cedazo de virtud.

Altas las filigranas- gotelé, yeso, acantos-
infinitas las grecas de un mosaico vivaz.

Y los sábados de invierno, la dalia impertinente de la lluvia,
esa lluvia que golpea mi testuz,
esa lluvia como canción que llora,
esa lluvia que me recuerda a un equinoccio de alcantarillas
o al hilo de agua de una acequia que estalla en sunamis de dolor,
en huidas bajo la catarata que cae hacia el lugar
donde ya no estoy
y moja el silencio
y moja mi razón
y te moja con el resplandor de las urbes soñadas;
y nos elige, líquida sed, manantial que fluye
como un narciso en la corriente,
savia que algún día se volverá ámbar
para ser eternidad de nuestro árbol.


lunes, 23 de marzo de 2020

Soy árbol

Al amanecer llovía dentro de mí,
llovía como una plegaria,
llovía como un mar de colinas de agua,
llovía como un rocío sobre mi voz de náufrago.

Al despertar vi la sombra de un ángel en una chimenea blanca
y acudí a la memoria con el sudor frío de la edad
retándome
y sentí la caricia de una mano en tránsito
hacia otra mano que huye.

El día recordó mis huellas,
esta habitación es de mimbre y cristal,
saldré vestido de árbol
y tendré pájaros en las cejas
y robaré al sol su epidermis infinita;
y vendrás tú,
rubia
o trigueña,
en tu boca un tren de cercanías,
en tu pecho la raíz de la mandrágora,
el ojo triste de los números que te alejan de mí,
sucesión del vacío como interminables dijes en la nieve
o films entre tus párpados que yo adivino más allá del miedo
y de las pérgolas de tu casa.

También en el óvalo del soportal
la lluvia duerme como un río sin patria,
quizá octubre escriba en el cielo rompeolas de olvido,
quizá el musgo ya no crezca en mi cintura
-soy árbol lo recuerdas-
tal vez un parterre busque tu rosa en los suburbios,
allí donde las heridas renacen y descubren otra ciudad y otro país,
tan mío,
tan único
que ya ni tú lo reconoces.



domingo, 22 de marzo de 2020

Tu secreto

Hay símbolos tempranos,
hojas verdes en otoño,
rieles de óxido bajo el calor de las estaciones,
un colibrí sin alas
que, inesperadamente, se suicida.

Son presagios que luchan por ser tiempo,
eternidad que reluce en el ojo del amigo
o círculos que no acaban de pisar tus huellas,
relámpagos sin conciencia
que caen
y caen
como un signo.

En un día claro la nube baja
y rompe su aliento sobre ti
para que la luz vibre
y la semilla de todos los futuros escriba en tu piel
el rombo exacto que serás.

Desconoces por qué una palabra a gritos no la oyes,
te sorprende un cuerpo que soñaste inerte
y que hoy son huesos,
piel,
sonrisa
y desnudez.

Como si llevaras un hilo invisible entre las ingles
tira de ti la voracidad del águila;
el deseo que late entre las sombras,
la envidia que agita el puñal de su venganza
son reflejos en el perfil de tu locura.

Es extraño reconocer en cada ciudad que visitaste
un eclipse,
el que tú callas
como un secreto que jamás compartirás conmigo.

Hasta aquí los caminos azules de un solo trazo,
el nuestro, la conciencia de envejecer entre los árboles que nunca envejecen,
el canto del pájaro, sutil como un globo de helio
que viaja lejos,
viaja hacia el frío de los lugares que tanto temes
cuando te miras a solas en el silencio de la noche.



jueves, 19 de marzo de 2020

Poema de agradecimiento

* A todo el personal sanitario en estos difíciles momentos

Porque no me dejas sentirme solo,
porque en el interior de ese plástico que te oculta
se adivina la bondad.
Porque una lágrima cae de tu párpado sin querer,
porque te entregas y salvas la luz
y hay una sonrisa que imagino dulce
cuando te hablo de esperanza.
Porque tu dignidad es hermosa y así haces que sea hermosa la vida,
porque me curas sin conocerme
y vive en ti la humana fe.
Porque solo quiero darte las gracias en nombre de todos los nombres,
porque sin vosotros el futuro moriría.


La eternidad de un encuentro

Ahora que al fin nos vemos la palabra se vuelve ciega.

En el bar el humo es azul como un océano turbio.

El café y su espiral engullen mi razón,
yo escribo un horizonte y tú me devuelves la muerte de la luna.

Los adjetivos son así,
se cansan de flotar mientras el sustantivo dormita en una voz
que jamás se exhibe.

Es una pena compartir las horas de la melancolía,
encontrarse en las rutas inefables,
ser el candil que ilumina tus pasos
igual que un foco perdido.

En la ruleta del hoy este lunes sobrevive,
un himen que recordaré y que tu olvidarás,
bajo el mantel a cuadros mi fémur juega
con las golondrinas que rozan el espectro de una duda.

¿Qué segundo imagina un cosmos?
Si lo piensas bien el televisor es el mismo en todas partes,
el cansancio del camarero te hostiga,
los últimos africanos extienden en las barras su mercancía
de abalorios y néctar.

Escuché una vez que existen los instantes perfectos
y yo reí. Existen en la memoria como jardines cerrados
a la inclemencia de la vida.

Tú no volverás a este sueño que te enmarca,
yo regresaré porque aún eres mi manantial,
aunque te hayas ido, sin despedirte,
hacia las flores del silencio.







miércoles, 18 de marzo de 2020

Benditos ángeles

Benditos ángeles que pobláis los espejos,
salid como pájaros de un nido antiguo,
convertid vuestra forma en la forma de un hombre,
sed la palabra que susurra la verdad escondida.
Benditos ángeles sin dueño
es mi rostro el altar donde las máscaras sobran.
Desnudaros, ángeles míos, pues en la piel desnuda los ojos existen,
habladme del tiempo pasado que ya no crece en los jardines.
Tú, madre azabache, todavía riela tu voz de trino feliz
en los balcones. Tú, padre, encorvado en tu estatura,
docto como un dios altivo, ágil para no estar de nuevo
entre las sombras. Hermana que eres amor de cejijunta bondad,
te abres como una dulce caja de mármol, sensible a la ausencia
de las aves cantoras. Hermano yo sigo aquí para verte,
sales y en tu viento hay lágrimas de augurio, en otra estación
lloran los números que no consiguieron la luna.
Ángeles de la noche, vampiros azules que voláis como islas insólitas,
dejadme sentir todo el silencio que depositáis en estas manos
que os visten, para siempre, de fábulas y luz eterna.

lunes, 16 de marzo de 2020

Tu sombra bajo la lluvia



Esta ciudad de cuervos invertidos
no sabe que hay un reloj de horas blancas.

Amanecí en la lluvia, otra vez, sin sonido,
la lluvia muerta que cae como una gema de hielo,
cae etérea, cae en un resplandor,
ese resplandor ignorado por el río
o la fuente o el deliquio de caer,
indefinidamente, hasta la boca del hambre.

Llovía, y a lo lejos,
como un barco que hiende la niebla
tu columna viva,
la desfachatez cálida de tu cuerpo,
abrigada-tronco firme de un paraguas rojo-
bajo los remos de tus piernas, islas infinitas,
la ropa vencida por la música del aire
y un pensamiento que fluye como un dragón líquido
y estalla en la virginidad del cristal
o rocía de humus mis ojos,
perseguidores del astro en que he convertido tu singladura.

Ya sé
el agua solo deja su firma en la memoria de los bosques.

Sé que no hay una razón que justifique
la identidad del que se arroja al frenesí de la borrasca.

Es un día de invierno, gris y torpe,
mustio y ruin como una limosna primeriza,
mientras la hondura del silencio se interpone entre nosotros
y la lejanía es un río desbravado
recuerdo la proximidad de los balcones,
en otra ciudad, en la que fuimos niños,
junto a un mar que decía amor,
algunas veces,
muchas veces.

Qué fecha romperé en el almanaque cuando vuelva a casa
si ya no existo en los años
y la fuga de los días huele a piedra
o a cal bajo el dintel del olvido.

Disfrutemos de la lluvia y su alma entregada,
vida en los olivos y en el trigal,
en la modesta hacienda del labriego,
vida en tu piel cuando caen como cirios de lumbre las gotas
y se enredan en tu cuerpo, mariposas albinas del aire,
tan alegres de poblarte.

domingo, 15 de marzo de 2020

Confundir la virtud con el miedo

¿Y si dibujara un áspid rojo en el cielo?

Así el dragón de mi juventud.
El cuerpo, como si amase a la luna
hincha su verdor y sonríe bajo las cuencas de la plaza vacía.

Aprendí a ser sol cuando vi luz en mi sombra,
creí en unas medias intactas,
nylon negro que aprieta los muslos con su lengua fría y dúctil.

Aquella boca la reconocí
-siempre confundo las bocas con los labios,
los labios con la palabra-
tan fina,
tan verbal
y púrpura.

Y habló con un deje triste
y yo imaginé su voz en el espejo
como una llamarada de cardúmenes sedientos.

Dijo: “la sed es un diamante húmedo,
en los ojales de mi vientre hay un volcán de serpentinas”.

La noche, quizá invierno, sólida,
reverberada en la desnudez de la piedra
sufría
porque la noche es prontitud, fuga o culmen,
no estática quietud de máscaras.

Y fue el latido del rojo en un vestido sin pudor,
y las botas altas que mordían la fe de las rodillas
cuando mi latitud soñaba con un puerto franco
entre sus columnas abiertas.

Confundir la virtud con el miedo
convierte el aire en un soliloquio antiguo
de lágrimas hostiles.

Su nombre son todos los nombres bajo un semen azul;
y vino la lluvia y ese frío danzante
como el muérdago recién nacido,
tan oscuro, tan mágico,
tanta su blandura al rozar la bienvenida de una piel entregada.



viernes, 13 de marzo de 2020

Tu color

Ala de albatros
y la luz, y la luz, silenciosa.
El color es crisol en un laberinto perlado por el ocre.
En la sima los ópalos amarillos,
el naranja de una hembra;
en otro lugar ruidos de lapislázuli,
doradas fíbulas sobre el catafalco de un rey,
rubís rojos en sus pechos de almíbar.
La gasa transparente y el cielo infantil,
los oráculos vírgenes y el resol en la nieve,
un círculo-sin color- porque la nada
adorna los satélites de la vida con su vacío de nube
y su eco volátil. Pájaro negro en la viña,
un sudor de arcoíris impertérrito,
los dibujos del azar como temblores fríos.
Y el rayo luminoso que entrega su candil al color que tú vistes.





La aurora

Solo un mar existe: la orla azul que siega el faro.

Es la noche fibra negra, la luna un alfanje de plata,
los peces átomos de noviembre que fulgen en la negritud.

Reviven las rocas con algas de infinito,
la arena relumbra como un jardín de nácar,
el palmeral se agita con el viento enmascarado.

Próximo a las nubes un cormorán hiende el horizonte,
el rayo feliz en mi ventana,
tu cuerpo, salino como la espuma,
es un resplandor de efervescencia láctea.

El amanecer escribe en el centro de tu piel una consigna:
que no sea ésta la última aurora que te abraza.

jueves, 12 de marzo de 2020

Versar la melancolía

Versar la melancolía con dos omoplatos tristes.

Lo que sueñas no cede ante la vida,
lo que sueñas es un resplandor de acantilados al alba.

En las horas amargas tu voz llega como un candil que alumbra.

Versar la melancolía con dos ojos alegres,
para que se encienda la luz y se apague la noche,
igual que un himno.

miércoles, 11 de marzo de 2020

Doble identidad

El ruido calla si dices, no.
Intimidad cuando la sangre lleva un nombre de piel y huesos.
Despertar a la vez y descubrir que la luz muere en ti.
Un ojal en tu vestido con el alfil escondido en la ternura,
la sensación de desnudez antes de hablar,
el pálpito del silencio amortajado por la música,
un perdón o la renuncia,
quizá el circunloquio al que llegan las voces azules y mudas.
Susurrarte una quimera, allí donde la flor de la nieve se suicida.
Decir que eres virgen si nunca cuentas los momentos compartidos,
las ciudades, los ríos, el blancor de la cal,
las paredes sucias que lloraron después del beso y la caricia.
En alguna parte galopan las frases húmedas del éxtasis,
las matizadas por el deliquio de una razón que busca imponer su noche.
Entre las sombras, escondido el ardid, naufragada la identidad del uno,
se elevan los cuerpos como halos invisibles y ya el crepúsculo es amor
y la orilla de este remanso nuestro un oasis de paz que desafiará a la muerte.

lunes, 9 de marzo de 2020

Genealogía

Este hilo que penetra la arquitectura de una raíz,
la semilla en andrajos, el polvo exacto donde la sangre se derrama.

Este hilo que lanzo al albur de un cuerpo,
buscando latitudes, una sombra que me habite,
el flujo inabarcable de una sima.

Reconocí la piel bruna, apenas bendecida de claror,
la frente como un tótem hacia la interrogación de un diálogo,
los ojos perdidos en bronce, fragua que forja el carácter del extranjero.

Y el interior como un camino que recorre los pómulos con ijares de batalla,
la altivez infantil, con las pérgolas y el caballo de cartón,
el habano y el balancín de la mucama.

Eran rostros de isla entre vestidos blancos,
eran los músculos de mi faz sobre un carámbano de luz.

Heredé una comisura alegre y fui un iceberg insondable.

Ante el espejo me sentí un árbol que recoge sus ramas,
tantos los brillos, tantas las hormigas que transitan mis cabellos,
surcos de paz, lívidas ojeras, la nariz febril,
la boca muda de tanto hablar en silencio.

Podría describir los puentes, las marañas de cristal, los jardines en la niebla;
fotografías como petroglifos amantes, hojas caídas que tiznan mis labios,
el sin fin de mínimos gestos, la risa heredada,
el telar donde la estirpe continúa su dibujo
en el aire fugaz y, a la vez, eterno.

sábado, 7 de marzo de 2020

El retrato

No es posible llenar el hueco de la mandrágora.

Aquí, en el perfil de tu nombre, la mesa como un signo,
con la fiebre danzante de una música insólita
es un misterio la palabra que yo leí en tu vaso oscuro.

Lloras porque dices que el pintor murió joven
y que tú vivías en el rostro de aquella mujer sin tiempo,
susurras el pasado como un artilugio imberbe
o una herida que brota de tu corazón dócil.

Observo que brilla en el ventanal la flor de los espacios,
esa flor que imagino tierna igual que la quietud cuando tú me abrazas.

Te pregunté por el país de los eclipses,
por el bosque de dalias negras, por el surco
y el agua de un río infantil.

Qué cristal te amó,
en qué pátina,
de qué cuadro tu firma es un adiós
y tu carmín el ojo triste de la noche.

A menudo los murciélagos gritan
y las palomas encienden una hoguera de plumas,
así las calles que no son regreso, los puentes
que maldicen tu bondad,
las esferas que huyen como galgos locos
al trasluz de la nostalgia.

jueves, 5 de marzo de 2020

Los muebles

La celosía en el corazón,
allí el terrible enjambre de las horas.

Tú no desconoces que los muebles
hablan en un idioma blanco
como un suspiro de nube.

Se dicen cosas que pasaron ayer o que pasarán mañana,
sueñan con el temblor de los dedos sobre su piel bruñida:
la caoba miente, el cristal es un ojo vuelto del revés,
los cuadros un epígono
o un trasluz
o la victoria dibujada en rostros,
paisajes
o naturalezas muertas.

Vive tu voz en un espejo,
antes de la sombra que dejarás,
madre canta sin que el tocador la escuche,
en el búcaro un clavel de cartón se arruga
como un testamento antiguo.

A ti te gustan los armarios porque pueblan tu cuerpo:
el pantalón, la blusa, diez camisas plisadas,
la naftalina y el olor manso de los minutos
entre las ropas que duermen.

Eras un niño y ya pensabas en la geometría de los suelos
como laberintos y bosques, canales sin agua,
espesura donde la araña esconde su paciencia y su hilo,
su negritud y su acechanza.

Es invierno, ahora esgrime el aire zarpazos insomnes
contra el vidrio desportillado,
el mar enhebra la testuz de la ola
que se derrama inmortal contra el dique exangüe.

Ayer vi las ratas buscando coral entre las piedras,
al bajar la marea, son grises como un cielo prohibido,
se mueven con la lentitud del que viaja hacia sí
y ya conoce el camino.

La lluvia lleva en sus hojas líquidas mi nombre derramado.

Aquí estoy como un árbol moribundo
mientras el tiempo destruye el resplandor
de esta miríada de segundos que, inevitablemente, se alejan.

Tres palabras

Tres palabras me habitan:
amor, sentidos, esperanza.
Amor para vivir en tu luz.
Sentidos porque la vida es un don.
Esperanza de que crezca el jardín
que sembramos juntos.

martes, 3 de marzo de 2020

Los caminos del azar

Me estoy mirando desde el espejo inverso,
desde la orilla desleída y los arrabales,
desde el matiz o la pátina del dulce eclipse de un reloj.
Me miro bajo el líquido naciente, líquido fugaz
en la fosa madre, líquido que me dice: piel, incendio,
cobijo, latitud. Soy esta copa que el viento agita
del árbol que murió vivo, soy la pregunta sin devenir,
el largo exilio de un nombre. Hay en el cristal hábitos de flor,
arenas en los ojos y un surco amante de lágrimas rojas.
En los noviembres parpadea la otoñal querencia de la luz,
y si es agosto un fulgor de alas deja su sombra en barbecho.
Azulea, sí, tu vestido, y en la comisura de la inocencia
ríe la palabra con dos párpados de sal. Te habité
bajo un mosaico que verdea, te hablé de las noches sin ciudad,
también de los guetos de la huida. Fuimos un ruiseñor mudo
o un cáliz de piedra, no dejaremos auroras detrás
ni incienso en los portales, quizá solo vivamos
en la memoria de esos mundos que se encuentran
por una casualidad, inconcebible.

lunes, 2 de marzo de 2020

El rayo verde



Sé bienvenida flora y roca negra.

Sé aire cálido en mi penumbra y ardor en mi silencio.

En mi corazón late el perfil de la isla
y sus ombligos exhaustos.

Siempre fui extranjero en los pechos de madre,
bajo la columna o el pórtico que cada día atrapaba mi sombra,
siempre un lobo entre la arena, siempre la golondrina que huía del cielo.

Pero hoy me recojo en este ovillo
donde el frío es costumbre y los dioses claman beatitud.

Tengo un nombre que murió entre las olas
y un pasado hermafrodita,
crisálida multiforme en el alambre del cristal.

Me visitan los trenes que buscan destino
y los amores que arden en un sueño,
me pierden los colores imperfectos,
tal vez los eclipses de luz que imagino en tu rostro.

Es un perdón infinito saberse vivo,
supuran las llagas de la adolescencia,
roen las semillas no sembradas,
pululan como buitres las derrotas en los latifundios de mi horror.

Por eso la calidez gira y se desnuda en ti con un abrazo de enredadera.

Y ya eres un árbol milenario
o una playa artificial
o un volcán que en su letargo desprecia el sonido de la muerte,
sus amapolas de sangre.

En la isla los acentos crujen al rozar la curva de los labios,
la piel es tersa y morena,
una lámina húmeda en los pómulos.

Perdí los bosques, la furia del mar,
el vientre de una ciudad anclada en un faro,
me entregué a la luz y a las flores tropicales,
al palmeral y a los acantilados blancos,
a las piedras enfebrecidas donde la ola escupe su amargor,
a los ojos de la sirena que llegó hasta mí con un mensaje de Ulises.

Y ya soy el esqueleto vestido con el perfil de la araña,
moriré aquí,
siempre supe que mi patria era un amanecer
y un crepúsculo sobre la línea de un océano desmemoriado.

Solo espero la perfecta simetría donde nace el rayo verde.


*El rayo verde es un fenómeno óptico atmosférico que ocurre poco después de la puesta de sol o poco antes de la salida del sol, en el que se puede ver un punto verde, normalmente por uno o dos segundos, sobre la posición del sol hundiéndose o emergiendo del océano.