Levanto los ojos del pergamino,
el resol del mar refulge como un átomo de luz.
Yo crecí en otra isla, con un lenguaje de sílabas oscuras,
fronda de árboles, arena de oro, inmaculada.
Es el destino un ojal donde juguetea el hilo virgen del azar,
la Academia y el orden disciplinario,
la estrategia como un juego de alfiles
que estallan en la luminosidad de los campos,
mi ambición y mi orgullo calcinan la corona real
de quien desea retornar de la nada.
Pronto comprendí que hay águilas en el cielo
y palomas en la tierra, cualquier país es un nido vacío
donde el pájaro feraz deposita los huevos del triunfo.
La península larga, itálico marfil,
como una pierna desnuda
esperaba mi artificio, el resplandor
que dejan los caídos al sol de la llanura.
“Soldados, de vosotros nace un cáliz
que se derramará en sangre de conquista,
alzaos y caminad hacia la gloriosa noche”
El amor duerme en un cutis oscuro,
la cortesana incita, coquetea,
escribe versos con su pluma roja,
es dulce como un labio de azúcar,
su nombre no lo diré.
Qué grandiosidad encubre un desierto de altas pirámides,
sus templos lloran por un pasado de arena y miel,
su imponente faz ensombrece las márgenes de un río donde crece el loto.
Yo quería ser un lazo que ahogará la sed de un imperio insular,
quería batallas sobre un cielo rojizo,
quería la hombría de Albión
sepultada bajo el fuego de mis cañones.
Un cónsul dirige el mundo como un corsario su galeón de plata,
barcazas en la mar, perdidas como estelas de muerte.
¿Y si pongo un bozal a los perros de la guerra,
ladridos que brotan junto al océano de Lusitania,
cuál es el puente sino la Iberia amiga?
Qué orfandad la de este pueblo,
cuántos niños crecen bajo el sabor de la incultura.
Creía en el despertar a la luz del humilde.
Me equivoqué.
Ahora es Alejandro, zar de zares, el que no me escucha,
mi ejército gallardo recorre las estepas del Cáucaso,
huye el astuto rival, arrasa las mieses,
en Moscú el fuego chispea como lluvia roja,
el retorno es un clamor de nieve,
frío que castiga la sinrazón de mi delirio,
yacen los cadáveres filiares enterrados bajo un cúmulo blanco.
Hubo connivencia en los círculos del odio,
todos los países contra un solo país, no me permitieron urdir
un halo de civilización, pesó más el yugo de su poder.
Estoy unido al destino de las islas,
Elba prisión de jaras y abruzos,
de pájaros multicolores, de grillos incansables,
de ganado triste.
Sé que en el corazón de Francia aún susurran mi nombre,
huido como paloma torcaz
llegué con mis fieles a una costa sin vigías.
Bastó con una palabra, fue suficiente el ardor de grandeza,
el inmenso cáliz de una pasión
para conquistar de nuevo las colinas de París.
Era yo contra el mundo, lo supe,
pero avancé hacia los valles del oeste
con la fe del ungido que no traiciona su misión.
Aún vuelan los buitres sobre las cenizas de Waterloo,
veo perderse en la lejanía un galope de corcelessu victoria clama, mi derrota hiere.
Escribo estas letras desde un chamizo,
mi salud es precaria, mis sueños están rotos.
Volaré sobre las nubes como un cóndor feliz,
más allá del horizonte, en el seno del mar,
siento el latido de Córcega en mis sienes.
Nunca me arrepentiré de haber querido ser un dios.