martes, 31 de diciembre de 2019

El hotel que no sabía que era una isla

Su mar es el asfalto, la muchedumbre, el humo.

Como una gran orca de múltiples ojos
varada entre cláxones y semáforos ciegos
el estertor de la noche acuesta su luna
en el rubí de un cartel parpadeante.

Cada día hay una oración de desayunos que humean prontitud,
el cristal de las habitaciones eleva su párpado
para que el aire pueble las miasmas del deseo.

Cruzan los pasillos los mil idiomas del mundo
en rostros de piel húmeda, aún sin despertar.

Desde mi escondrijo veo un film que no desvirtúa la nocturnidad de los vidrios:
piernas en un gimnasio que trotan sobre una cinta azul,
el vaso de güisqui entre los dedos del comercial,
de madrugada el camión de la basura cruje
como un reloj mecánico.

El hotel quisiera partir hacia las islas del sur,
pero los nautas no ignoran que ya están en la isla que soñaron,
junto a la ciudad amante que hoy les abraza como un amigo feliz.

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