Papel pintado y moqueta de los años del baby boom.
No es bastante el papel para esconder la pajarita blanca del reloj,
la cómoda de palosanto,
con los rostros como gárgolas en su frente,
el rechinar de las puertas
que almacenan los rastros de la conmemoración.
El salón guarda palabras invisibles,
las paredes con su reflejo de comidas y cenas,
la lluvia del televisor en la convivencia del círculo.
Hace frío incluso entre las faldas del brasero.
Alguna vez me fijé en el dibujo de las fuentes
que decoraban los insomnios.
Búcaros altivos, el azul de la pérgola,
un estallido en los bordes como carne viva de la porcelana,
y la mínima estatura del sofá, fulgente por los cuerpos
igual que un nido iluminado por el tubo catódico del color.
Hay un elemento que trastorna la armonía,
así la abuela desde el cuadro oscuro,
torres inmoladas, los hombros alzados,
el bozo imperceptible,
la morena sed de la inmortalidad.
Solo un recuerdo permanece inmortal,
la atardecida cuando la ausencia es un dios
y yo me estiro sobre la alfombra
mirando el techo perfilado,
sin que sepa que a ese día seguirá otro día
hasta que deje de ver la arquitectura amorosa
de este hogar que fue volátil espejo
de una vida perecedera.
miércoles, 31 de julio de 2019
martes, 30 de julio de 2019
La ciudad que fui
De pronto me escupe el aire inclemente del invierno.
Azotan el sur del faro las olas bravías del atlántico,
todavía la luz no surge entre los cirros
cuando los vagabundos y los jóvenes
golpean con su rostro las quimeras de la madrugada.
Me visto con la palabra en los bolsillos
porque hablo cada minuto con las calles que son sangre mía,
porque la crestería de los tejados
refleja la sombra que voy tejiendo
en los intersticios de este mosaico que llaman cuadrícula,
urbano acontecer como flor de herencia que yo recojo
en la filigrana de mi cuerpo.
Ya estuve aquí, mucho antes de ayer vi el haz de la torre,
pisé las orillas de una playa fugitiva,
vislumbré el huso de una península que flota
como un buque acrisolado entre bahías dulces.
Soy hijo de la sal, de los oficios y la red,
de las barcas que asoman gráciles en la dársena
de cristales ebúrneos.
No hay golondrinas ni su mensaje de locura,
hay gaviotas que rondan como murciélagos diurnos,
su osadía acecha el mirar inocente de los niños.
Yo conocí la solemnidad de la piedra
en monumentos que nadie visita,
pausas de amigos en las plazas
donde los castaños huelgan como señores de la historia.
Hoy vive aquí el mercurio del dinero,
un fetiche, puestos engalanados,
falacia en el presente,
enseñan los ritos del Medievo en horas de enjambre
bajo las parras que ocultan el verano.
Todavía sueño con la ciudad que fui,
la que siente la humedad de las aceras,
la que se esconde en los bares, en la secuencia del mar,
la que resiste en la ternura que ahora mismo siento
al recordarla.
lunes, 29 de julio de 2019
La nieve encendida
Es tarde para espiar en la oscuridad.
Entra por el ventanal un eclipse nocturno,
la luna ensombrece a la muchacha que sonríe
a la hora en que el supermercado
desliza sus vértebras de metal para cerrar y morir de nuevo.
Hoy vi la kermés sobre la playa
e imaginé muñecos monstruosos durmiendo en las olas de julio.
¡Qué timbal me incita a decir lo imposible-invisible!
En el calendario yace la huella de los horarios viejos,
un duende se viste de azul cuando lo miras,
es como si mil océanos incendiaran a coro el mediodía.
Esta es tu habitación y aquí no habita el salitre del tiempo incómodo.
Tú me susurras que en los vinilos solo hay círculos concéntricos
y que alguien miente cuando habla de la inmortalidad de la música,
por qué entonces el indómito instante que armoniza tu corazón
a treinta y tres revoluciones por minuto.
Hay un dios extraño que descubrí en la página final
de un prontuario que no conocía.
Él y su justicia me recuerdan los pasajes bíblicos
que invocan el fúlgido clamor de las hogueras,
siempre en guardia contra el rostro feliz de la inocencia.
Volveré, porque a los misterios que viven en tu hogar
solo un yo proscrito podría entregarles su cicatriz de invierno.
Lloverá nieve encendida igual que lágrimas de ardor
en la superficie de un silencio
acostumbrado a tu latir de lagartija.
Entra por el ventanal un eclipse nocturno,
la luna ensombrece a la muchacha que sonríe
a la hora en que el supermercado
desliza sus vértebras de metal para cerrar y morir de nuevo.
Hoy vi la kermés sobre la playa
e imaginé muñecos monstruosos durmiendo en las olas de julio.
¡Qué timbal me incita a decir lo imposible-invisible!
En el calendario yace la huella de los horarios viejos,
un duende se viste de azul cuando lo miras,
es como si mil océanos incendiaran a coro el mediodía.
Esta es tu habitación y aquí no habita el salitre del tiempo incómodo.
Tú me susurras que en los vinilos solo hay círculos concéntricos
y que alguien miente cuando habla de la inmortalidad de la música,
por qué entonces el indómito instante que armoniza tu corazón
a treinta y tres revoluciones por minuto.
Hay un dios extraño que descubrí en la página final
de un prontuario que no conocía.
Él y su justicia me recuerdan los pasajes bíblicos
que invocan el fúlgido clamor de las hogueras,
siempre en guardia contra el rostro feliz de la inocencia.
Volveré, porque a los misterios que viven en tu hogar
solo un yo proscrito podría entregarles su cicatriz de invierno.
Lloverá nieve encendida igual que lágrimas de ardor
en la superficie de un silencio
acostumbrado a tu latir de lagartija.
domingo, 28 de julio de 2019
Metamorfosis
Poco a poco me voy convirtiendo en nadie.
Una sombra corpórea que se diluye en los cristales,
lengua muda incapaz de comunicar el miedo,
pasos sin dirección por jardines de infancia,
voz en que la voz solo le habla al propio corazón.
Hay una libertad en el desprecio donde se alza la risa,
llora el anciano al desdeñar su vejez,
la indiferencia es un aguijón en la penumbra de los días.
Descubro las cortinas y la luz entiende
que sigo aquí
como un rosal que solo necesita
el cuidado amoroso de la claridad.
Una sombra corpórea que se diluye en los cristales,
lengua muda incapaz de comunicar el miedo,
pasos sin dirección por jardines de infancia,
voz en que la voz solo le habla al propio corazón.
Hay una libertad en el desprecio donde se alza la risa,
llora el anciano al desdeñar su vejez,
la indiferencia es un aguijón en la penumbra de los días.
Descubro las cortinas y la luz entiende
que sigo aquí
como un rosal que solo necesita
el cuidado amoroso de la claridad.
sábado, 27 de julio de 2019
María
Dijo lluvia imitando la voz ronca del chamán.
Dijo padre y dijo vida como una canción apenas audible,
los labios húmedos de escarcha,
en los ojos la sal del llanto,
en su rostro el agua fértil de la nube.
Hay un manantial transparente en el cielo,
la carne azul y el vestido de los cúmulos,
de la niebla, del nimbo sobre la cintura del sol.
La luz ebria se baña de sombra,
rebullen los canalones,
los ríos celebran su fluir caudaloso
con la música de los pájaros.
Y María, sin nadie, detrás del cristal.
Dijo padre y dijo vida como una canción apenas audible,
los labios húmedos de escarcha,
en los ojos la sal del llanto,
en su rostro el agua fértil de la nube.
Hay un manantial transparente en el cielo,
la carne azul y el vestido de los cúmulos,
de la niebla, del nimbo sobre la cintura del sol.
La luz ebria se baña de sombra,
rebullen los canalones,
los ríos celebran su fluir caudaloso
con la música de los pájaros.
Y María, sin nadie, detrás del cristal.
viernes, 26 de julio de 2019
La música
Mis zapatos son viejos, pero han caminado la luz.
Llega la noche, insurrecta. Escucho las pisadas
de mi vida y entiendo su música, la razón
que me sostiene. Hasta el final el estribillo
que me dice quién soy, en qué orilla
he construido mi casa.
Llega la noche, insurrecta. Escucho las pisadas
de mi vida y entiendo su música, la razón
que me sostiene. Hasta el final el estribillo
que me dice quién soy, en qué orilla
he construido mi casa.
jueves, 25 de julio de 2019
La bordadora
Cómo capturar ese silencio de luz.
El cuello cóncavo levemente inclinado,
la mirada en el mapa del hilo, la plenitud del sol
en el bies de la mejilla. Enhebra un nombre,
un dibujo, una frase que no morirá, y todo
es serenidad en el mismo ser de un cuadro,
en la infinita quietud de la cómoda, en el pie
que no se posa hasta acabar la línea o la greca.
Puede que haya un dios oculto en el lino,
que los aros del bastidor sean herida de un corazón alegre,
su espalda se aproxima como queriendo una nube
hasta el resplandor de su obra, la voz de una guitarra
esperará la invocación del organdí. Ella sabe que las macetas
o el retrato son un coro que alaba el tejido exacto de la vida,
el misterio de un signo, la pausa que el pintor escoge
para definir el mundo.
*Cuadro de Georg Fiedrich Kersting
Viajeros habituales
Domingo, 15 de abril, en el vagón semivacío.
Ella tiene un nombre, pero yo no lo sé.
Solo conozco su cuerpo, su forma de andar,
la mirada insolente y, a la vez, esquiva,
su color favorito, los lugares que acostumbra.
La luz artificial niega su perfil en la ventana.
Treinta años después el tren sigue su camino,
dentro de mí, hacia una estación inexistente.
Ella tiene un nombre, pero yo no lo sé.
Solo conozco su cuerpo, su forma de andar,
la mirada insolente y, a la vez, esquiva,
su color favorito, los lugares que acostumbra.
La luz artificial niega su perfil en la ventana.
Treinta años después el tren sigue su camino,
dentro de mí, hacia una estación inexistente.
miércoles, 24 de julio de 2019
Última parada: Estación fraternidad
En la tumbona de la terraza se acuesta la drogadicta del cuarto.
La piscina sin agua
y las hojas del sicomoro
eternamente otoñales por el suelo.
Manuel barre con la escoba del chino
el portal.
El tráfico no se cobró ninguna víctima
pese a los pasos inseguros de los mendigos
que no se fijan en las luces
de los semáforos.
Hoy dan sopa en el albergue,
algún día mediré la hilera
porque creo que no para de crecer.
A la salida de misa se pelean dos mujeres,
alcancías vacías, por el mismo hombre.
Se olvidan de pedir, hoy no habrá vino barato.
Las prostitutas ocupan las esquinas,
los portales, hablan de sus chulos
o de los precios del alquiler,
los lunes los clientes son menos.
Este barrio huele a orines,
a vómito de semen, al hedor que filtran los cristales rotos.
Hay restos de basura
que no sé si es de ayer o de anteayer
o de siempre.
Una niña juega con su muñeca- tan sucia la muñeca-,
su voz es dulce, la acaricia con el mimo
que nadie jamás le dio.
Qué triste esta noche, qué dolor entre los grumos de la niebla,
qué corazón no podría sentirlo.
Esta es mi ciudad y la tuya, no lo olvides.
martes, 23 de julio de 2019
Como el árbol
En mis bolsillos ya no caben más hojas caídas.
Tengo el color del árbol, la sed de la raíz,
el trino en los brazos. También soy el pájaro
que en mí se posa y la savia que endurece la luz.
Como una estatua nunca lloro ni río, las hormigas
han descubierto que mi piel es un camino,
de arriba abajo, de abajo arriba.
Tengo el color del árbol, la sed de la raíz,
el trino en los brazos. También soy el pájaro
que en mí se posa y la savia que endurece la luz.
Como una estatua nunca lloro ni río, las hormigas
han descubierto que mi piel es un camino,
de arriba abajo, de abajo arriba.
lunes, 22 de julio de 2019
15 años
Es la tentación de bordear lo prohibido.
Señales nocturnas detrás del cristal
-mañana cazaremos ratas junto al dique-.
Ayer ganamos unas pesetas vendiendo cartones.
Me susurras, clandestino, que en las vías del tren
podemos conseguir alambre
y pedazos de hierro.
Tú quieres esconderte en el túnel
y taparte los oídos cuando silbe el mercancías.
La juventud es una isla hacia la que no hay regreso
-piensas-.Y nosotros, qué somos nosotros ahora.
Señales nocturnas detrás del cristal
-mañana cazaremos ratas junto al dique-.
Ayer ganamos unas pesetas vendiendo cartones.
Me susurras, clandestino, que en las vías del tren
podemos conseguir alambre
y pedazos de hierro.
Tú quieres esconderte en el túnel
y taparte los oídos cuando silbe el mercancías.
La juventud es una isla hacia la que no hay regreso
-piensas-.Y nosotros, qué somos nosotros ahora.
domingo, 21 de julio de 2019
Humilde canto de amistad
Si yo caigo tú recoges mi caída,
si caes tú, pongo dos alas en tu espalda.
Quien se confiesa contigo es mi corazón entregado,
si el dolor se acerca a mí me cubres con tu serenidad;
si necesitas un apoyo, mi voz y mis actos estarán próximos a ti
como una sombra que te alivie del sol abrasador.
Me miras como si yo me mirara en un espejo,
antes de que mi mano enjugue una lágrima
lo hace la tuya, y entonces mi rostro sonríe
y agradece tu gesto de ángel.
Si eres feliz te acompaña mi alegría,
si la tristeza del infortunio asola tu vida
guardo para ti la palabra que consuela,
la ayuda que no voy a proclamar.
Conseguimos tejer juntos un abrigo común
y en la hora del adiós
yo te lo daré o tú me lo darás;
en él resonará para siempre
el eco de tu voz y de la mía.
si caes tú, pongo dos alas en tu espalda.
Quien se confiesa contigo es mi corazón entregado,
si el dolor se acerca a mí me cubres con tu serenidad;
si necesitas un apoyo, mi voz y mis actos estarán próximos a ti
como una sombra que te alivie del sol abrasador.
Me miras como si yo me mirara en un espejo,
antes de que mi mano enjugue una lágrima
lo hace la tuya, y entonces mi rostro sonríe
y agradece tu gesto de ángel.
Si eres feliz te acompaña mi alegría,
si la tristeza del infortunio asola tu vida
guardo para ti la palabra que consuela,
la ayuda que no voy a proclamar.
Conseguimos tejer juntos un abrigo común
y en la hora del adiós
yo te lo daré o tú me lo darás;
en él resonará para siempre
el eco de tu voz y de la mía.
sábado, 20 de julio de 2019
Nadie quiso ver el cadáver de James Dean
Aunque use ropa siempre va desnudo,
la brasa de un cigarrillo le sorbe el alma,
sus ojos se entrecierran de frío o de quemazón,
a veces de ternura. Es comprensible la lágrima
si se interpreta el dolor único de la identidad,
frágil el andar-los talones no pisan, pisa el envés
como un animal que prepara el salto-, los hombros
estrechos, los pulgares retorciéndose en los bolsillos,
una piedra lanzada contra la incomprensión del futuro.
Hay en sus ojos la tentación suicida del desafío,
una sonrisa es el prefacio de la palabra que hiere
porque quien sabe del desvalimiento sigue la estrategia
de la pantera. Sí, él ha vivido la pérdida por eso llora
cuando ríe y ríe cuando la muerte va en un descapotable
por las áridas llanuras de California.
viernes, 19 de julio de 2019
No dejo de oír los ladridos de la ausencia
Tú te acostumbras a la lluvia, yo en el taxi navego triste.
Es el adoquín la flor amable que brota. Un ojo gris
y el carmesí del hierro fulgente. Doblez en la esquina
que nos dibuja como un laberinto sin piedad.
Vendrá el ardor hasta mí, desprendido de tu sien,
obnubilado, desde el crepúsculo de la sinrazón,
frágil, rubio, dulce como el pan de los famélicos.
Quiero la química de la sangre perdida, el arcaico gen
de la medianoche, las jirafas muertas en la duna.
Tu sonrisa late en el aire de la madrugada, hay eclipses
en los verbos que no se dicen, las parejas acostumbran
a soñar con labios. Tantas promesas y su fantasmal huida,
tanto el insistir del oleaje, prorrumpe tu voz como un arpegio
de címbalos en el pub insomne. No dejo de oír los ladridos
de la ausencia, es insólita la permanencia del amor, los días
del hijo nonato, la memoria que eterniza la huella común,
el soliloquio eréctil de las palabras volátiles. Y de pronto,
un recuerdo cruza el haz de lo vivido y deja un jardín sin rosas
donde solo florecerá la quietud de los mosaicos.
Es el adoquín la flor amable que brota. Un ojo gris
y el carmesí del hierro fulgente. Doblez en la esquina
que nos dibuja como un laberinto sin piedad.
Vendrá el ardor hasta mí, desprendido de tu sien,
obnubilado, desde el crepúsculo de la sinrazón,
frágil, rubio, dulce como el pan de los famélicos.
Quiero la química de la sangre perdida, el arcaico gen
de la medianoche, las jirafas muertas en la duna.
Tu sonrisa late en el aire de la madrugada, hay eclipses
en los verbos que no se dicen, las parejas acostumbran
a soñar con labios. Tantas promesas y su fantasmal huida,
tanto el insistir del oleaje, prorrumpe tu voz como un arpegio
de címbalos en el pub insomne. No dejo de oír los ladridos
de la ausencia, es insólita la permanencia del amor, los días
del hijo nonato, la memoria que eterniza la huella común,
el soliloquio eréctil de las palabras volátiles. Y de pronto,
un recuerdo cruza el haz de lo vivido y deja un jardín sin rosas
donde solo florecerá la quietud de los mosaicos.
miércoles, 17 de julio de 2019
Lisboa
El olor marino y las escamas de plata del estuario.
El puente rojo como una puerta de luz. Cruje el hierro
en los tranvías engalanados-claveles del 25 de Abril-.
Desde el castillo de San Jorge la techumbre roja,
las plazas y bulevares, el mar brillante, el elevador
se desliza como un féretro arcano. La estatua ecuestre,
el prohombre vestido de historia, las palomas enflaquecidas,
los lamentos de Pessoa que ruega por el olvido. Tardes de fado
y sábanas oreadas, por la colina, diminutos, los turistas circulan
como espermatozoides furtivos. En la torre de Belém
un polluelo de gaviota. Si quieres orinar son treinta céntimos,
eso te digo.
martes, 16 de julio de 2019
El viaje
Parecía irreal el día.
La luz añil de las primeras horas
se reflejaba en los espejos de tus lentes
como un saludo del verano.
En el avión blanco y azul,
la ilusión del turista en los rostros,
el acento suave de las azafatas
y tu temor de paloma herida.
Ni a ti ni a mí nos gustó el hotel
-de estructura funcional, anodino-,
un hotel alejado del pálpito de esta urbe milenaria,
de su río lento y sus balcones sin memoria.
Aprendimos alguna palabra cortés
-dóbre ranó o děkuji-
en el metro la costumbre del silencio
y afuera gente tranquila, rubia, alta
como espigas de lúpulo.
Recuerdo la plaza del reloj,
los músicos tocando en las calles sombrías,
los puestos de fruta y verduras,
el agradable olor del pan recién horneado,
los libros antiguos expuestos al sol de agosto.
Desde las orillas del Moldava se veía la fortaleza,
gris, fósil como una nube de piedra.
Con lentitud cruzamos el puente
sintiendo que eran las estatuas un desfile marchito,
la torre a la espalda y el ruido imaginario de un cañón,
el clamor de las herejías, el tronar de los imperios
y el sueño de Kafka en las casas de colores.
Yo te sugerí que nos acercáramos al parque acuático,
hasta aquel bosque en la colina,
lejos del castillo y los comercios,
de la multitud que subía o bajaba sin tregua.
Y ya solo fue caminar sobre los adoquines seculares,
repitiendo con dulzura vocablos desconocidos
-Staré Mesto, Hradcany, Josefov-
como si así hiciéramos nuestro
algo de esta hermosa ciudad que es más ayer que hoy,
más historia que presente.
lunes, 15 de julio de 2019
Tempus fugit
El tiempo ya reclama en mí su precio.
Añoro el ángel iluso que se enfrentó al sol,
las caras del amor, el rebumbio de los juegos,
la raíz donde florece la vida.
Aún soy carne húmeda,
átomos rejuvenecidos por la lucidez de la memoria,
verano en el invierno crudo de la realidad.
¿Cuál es la deuda, el óbolo que pagaré
por las palabras prohibidas de la juventud?
Yo escribo auroras y es así como la luz crece en los hemisferios del ocaso.
Yo sé que las vértebras aguantan el dolor de la caída.
Sé que los fuegos no logran calcinar del todo
el voluntario enigma de sobrevivir.
Me duele el silencio de los labios
porque la voz apenas mana de la boca
y susurra un aullido hacia la luz
y vuela sobre las antenas de los tejados
como una brújula que señalase el secreto de la constancia.
Aquí, rodeado de noche,
recupero la fe en del devenir
para ser manantial que fluye por su cauce de agua mínima
junto a las horas longevas que reclaman un jardín perenne.
Añoro el ángel iluso que se enfrentó al sol,
las caras del amor, el rebumbio de los juegos,
la raíz donde florece la vida.
Aún soy carne húmeda,
átomos rejuvenecidos por la lucidez de la memoria,
verano en el invierno crudo de la realidad.
¿Cuál es la deuda, el óbolo que pagaré
por las palabras prohibidas de la juventud?
Yo escribo auroras y es así como la luz crece en los hemisferios del ocaso.
Yo sé que las vértebras aguantan el dolor de la caída.
Sé que los fuegos no logran calcinar del todo
el voluntario enigma de sobrevivir.
Me duele el silencio de los labios
porque la voz apenas mana de la boca
y susurra un aullido hacia la luz
y vuela sobre las antenas de los tejados
como una brújula que señalase el secreto de la constancia.
Aquí, rodeado de noche,
recupero la fe en del devenir
para ser manantial que fluye por su cauce de agua mínima
junto a las horas longevas que reclaman un jardín perenne.
Volar
sábado, 13 de julio de 2019
Algarve
Tú ya conocías los acantilados.
El bote de los pescadores arriba a puerto,
la viveza de las sardinas agonizantes
y la impaciencia de los turistas bajo los toldos.
Huele a viento salino, cabecean las barcas,
en la madera pintada las huellas del calamar
que se resistió a morir. Quejidos de fado en las cantinas,
tiestos de flores junto a la cal de los portales.
En un puesto de productos típicos
compramos un jarrón de cerámica y un vestido de hilo.
Las palabras dulces de este idioma atlántico
se parecen mucho a un canto de amor.
Esta noche soñé con la isla de Culatra.
jueves, 11 de julio de 2019
En mi casa entre cuadros, diálogos y calaveras
A veces, en las horas tardías, me fijo en los cuadros:
paisajes que exhiben la claridad de los cielos,
la mixtura del color,
bosques o colinas bajo la infantil luz del alba,
campesinos que esparcen, sin pausa, el heno.
Los retratos, a su vez, afilan la mirada,
se observan como duelistas,
mascullan un odio atrabiliario.
Yo paso, entre ellos, en silencio.
De reojo percibo su extrañeza
y busco, como retándolos, la perfección pulida de los espejos,
mi rostro y sus muecas,
el anverso delator del perfil,
la timidez de la escápula bajo una piel
que, jamás, recibe la luz.
Aquí, en esta casa de diálogos fantasmales:
el cuco restallando los cuartos,
los secretos de las niñas en la habitación de las muñecas,
la música excesiva que perturba a los vecinos,
el frenesí de las moscas al que no hallo lógica;
quien realmente habla es mi consciencia.
Ella me dice: "Ramón, siente en el hemisferio de cada segundo su fulgor,
deja que el reloj fluya en ti, sé cauce,
aire, brillo que adorna el silencio,
pájaro que vuela dentro de sí
hacia el lugar donde morirá la luz".
Me acerco a la ventana más grande, miro
y me doy cuenta de que la vida es como una flor
cuyos pétalos se alzan sobre las calaveras del tiempo.
paisajes que exhiben la claridad de los cielos,
la mixtura del color,
bosques o colinas bajo la infantil luz del alba,
campesinos que esparcen, sin pausa, el heno.
Los retratos, a su vez, afilan la mirada,
se observan como duelistas,
mascullan un odio atrabiliario.
Yo paso, entre ellos, en silencio.
De reojo percibo su extrañeza
y busco, como retándolos, la perfección pulida de los espejos,
mi rostro y sus muecas,
el anverso delator del perfil,
la timidez de la escápula bajo una piel
que, jamás, recibe la luz.
Aquí, en esta casa de diálogos fantasmales:
el cuco restallando los cuartos,
los secretos de las niñas en la habitación de las muñecas,
la música excesiva que perturba a los vecinos,
el frenesí de las moscas al que no hallo lógica;
quien realmente habla es mi consciencia.
Ella me dice: "Ramón, siente en el hemisferio de cada segundo su fulgor,
deja que el reloj fluya en ti, sé cauce,
aire, brillo que adorna el silencio,
pájaro que vuela dentro de sí
hacia el lugar donde morirá la luz".
Me acerco a la ventana más grande, miro
y me doy cuenta de que la vida es como una flor
cuyos pétalos se alzan sobre las calaveras del tiempo.
martes, 9 de julio de 2019
Evocación
Cómo describir el arco iris en un seno.
O la nube que macula los ojos,
el carmesí de un labio que se aleja,
la flora entre los índices que acarician la luz.
Hay cuerpos que no necesitan un nombre,
son columna o pedestal,
árbol que se alza como un geiser de aleluyas y magma.
Aquí su voz, sola y pulcra en la espera.
Tras de mí el resplandor de la carne,
viva su cerviz en mi retina virgen.
Solo admirar el eco de sus huellas,
el halo intrépido de la vaga partida,
los rebumbios que en mí
deja su fémur que huye.
¿Por qué el ritmo tan brillante de las alas,
el perfil erecto que baila un swing
en los oasis de la bruma?
Recuerdo la línea del mercurio que recorría sus muslos,
la tela breve como un beso furtivo
y el diapasón de las piernas cimbreando las calles.
Mis días son aullidos infantiles
o miradas que buscan el trasluz de un ángel
o la victoria sobre una isla soñada.
Hoy que recreo el sortilegio de su piel
aún vibro como un pájaro enredado en el tul de su vientre,
en la fugacidad de un don que fue cicatriz de dudas y hambre,
lánguido espejo que ya no refleja mi ansia.
O la nube que macula los ojos,
el carmesí de un labio que se aleja,
la flora entre los índices que acarician la luz.
Hay cuerpos que no necesitan un nombre,
son columna o pedestal,
árbol que se alza como un geiser de aleluyas y magma.
Aquí su voz, sola y pulcra en la espera.
Tras de mí el resplandor de la carne,
viva su cerviz en mi retina virgen.
Solo admirar el eco de sus huellas,
el halo intrépido de la vaga partida,
los rebumbios que en mí
deja su fémur que huye.
¿Por qué el ritmo tan brillante de las alas,
el perfil erecto que baila un swing
en los oasis de la bruma?
Recuerdo la línea del mercurio que recorría sus muslos,
la tela breve como un beso furtivo
y el diapasón de las piernas cimbreando las calles.
Mis días son aullidos infantiles
o miradas que buscan el trasluz de un ángel
o la victoria sobre una isla soñada.
Hoy que recreo el sortilegio de su piel
aún vibro como un pájaro enredado en el tul de su vientre,
en la fugacidad de un don que fue cicatriz de dudas y hambre,
lánguido espejo que ya no refleja mi ansia.
domingo, 7 de julio de 2019
Nocturnidades
Qué noche
la del metal en el agua.
Noche de semáforos sin color,
de esquinas rotas por la sed del mendigo.
Noche en la habitación de las arañas,
en la soledad del anciano,
en el éxtasis febril de los cuerpos que copulan.
Qué noche la del astuto que rumia su ardid.
Noche del adolescente que aún no sabe quién es.
Nocturnidad de los pájaros suicidas
que fingen ser un zafiro en el ojo de las estrellas.
Noche de hayedos, en un valle de luna y alfil,
en el mismo corazón de la sombra.
Noche que yo te di para que tú fueras luz en las noches de mi vida.
Noche de fulgor y pared desnuda,
el ansia de regresar al juguete, a la caricia,
al patio infantil donde los sueños son constelaciones.
Ya se fue la noche,
llega el alba.
martes, 2 de julio de 2019
Desnudando a Mona Lisa
Impávida ante la quietud del ojo de agua,
azul la crestería, al borde de los hombros
el surco-puente para qué. De meandro fósil
su perfil, hasta la delgadez del álamo.
Sin artificio el ribete, ya cesa el viaje en el cantil,
acostado su dorso en la silla taraceada,
se alza el tamiz del pintor hacia la luna de la frente,
el pelo levemente ensortijado, la desvaída faz entreverada,
la piel como voz de un filtro de aromas indelebles.
Su maquillaje el nudo de un espasmo, la mirada
no es mirada sino don de altos humos o briznas
que el aire transporta en su conveniencia de amor.
Un rostro y la comisura como el arpa dulce
que encandila la mortal querencia del suceso.
Triste o álgido misterio la misantropía del silencio,
te mira desde los recovecos adonde no llega la razón.
Descubre en la geometría de su nombre una sonrisa
de archipiélago, un cabo que trepa hasta su pecho
y desciende a la blancura de dos manos que se rozan
en la eternidad sin pausa de los siglos.
azul la crestería, al borde de los hombros
el surco-puente para qué. De meandro fósil
su perfil, hasta la delgadez del álamo.
Sin artificio el ribete, ya cesa el viaje en el cantil,
acostado su dorso en la silla taraceada,
se alza el tamiz del pintor hacia la luna de la frente,
el pelo levemente ensortijado, la desvaída faz entreverada,
la piel como voz de un filtro de aromas indelebles.
Su maquillaje el nudo de un espasmo, la mirada
no es mirada sino don de altos humos o briznas
que el aire transporta en su conveniencia de amor.
Un rostro y la comisura como el arpa dulce
que encandila la mortal querencia del suceso.
Triste o álgido misterio la misantropía del silencio,
te mira desde los recovecos adonde no llega la razón.
Descubre en la geometría de su nombre una sonrisa
de archipiélago, un cabo que trepa hasta su pecho
y desciende a la blancura de dos manos que se rozan
en la eternidad sin pausa de los siglos.
lunes, 1 de julio de 2019
La humanidad de Prometeo
Soy conmiseración, nostalgia humana del frío.
Os veo contra la oscuridad,
sombras que necesitan un ascua vibrante,
débiles las figuras en la caverna
como una geoda de infinita pesadumbre.
¿Es que la risa del dios necesita espectros de ala blanca,
carne herida, subterfugios para la crueldad?
Sí, el desafío hiela la virtud,
lo sé, sé que lo mortal no escucha el sonido de las estaciones
y sin embargo, cuanto amor en la caída,
en la muerte y en el desamparo.
Oí tu voz de trueno
pero no supe adivinar la estrategia escondida
en el ánfora del dolor.
¿Cuál su nombre? Hija del don que multiplica la lisura,
suave su voz cuando acaricia los belfos del hermano.
Toma, esposo mi dádiva-le dice-
mientras un aroma de narcisos se adueña de la noche.
¡Es tan fácil ahogar la dicha!,
¡es tan difícil presentir la ira que los dioses guardan
como nubes incandescentes de un azufre rociado!
El juego o el fuego,
solo son rimas de palabras que quiero desdoblar en artificio.
Se acerca la hora de la celebración,
miro este animal yacente, sus vísceras,
su carnívora finitud llevan la firma de un fiel exacto.
¿Qué elegirás si aquí hay unto y brillo,
y del otro la áspera y dura sensatez del calcio?
Yo esperaba el rayo o el trueno en mi inútil corazón,
anclado a la roca, entre el alba y el crepúsculo
espío al ave que devora mi desdén,
una y otra vez el aullido, una y otra vez la dureza del ansia.
¿Qué es ese aura que rompe el curso de los ríos,
que quiebra el rumor de la montaña
y en un ejercicio de manos desata el vuelo de mi condena?
Ya no importa si el futuro será rojo o azul,
hice de sol entre las espigas,
que las ramas del nuevo árbol escriban la historia
pues yo ya le di a los hombres un destino.
Desayuno
Lucía sabe que los domingos madrugo.
Un tazón de leche humea,
la mantequilla sobre el pan fresco,
el café se alza bravío como un volcán,
tras la ventana el aroma de los lirios en el jardín.
De un lado el mundo pasajero,
del otro la nostalgia del edén,
el fruto de la vida, el canto del color.
Un tazón de leche humea,
la mantequilla sobre el pan fresco,
el café se alza bravío como un volcán,
tras la ventana el aroma de los lirios en el jardín.
De un lado el mundo pasajero,
del otro la nostalgia del edén,
el fruto de la vida, el canto del color.
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