viernes, 8 de noviembre de 2019

El despertar



Rompe la claridad en la ceniza del cuadro.
La mañana está pálida como un niño hambriento.
El silencio tintinea en los cristales con su seriedad
de pájaro que duerme. No hay cuerpos, solo las hadas
de la memoria y las risas que ahora son el tictac
de un reloj desahuciado. Los muebles desgastan su piel,
en su esqueleto la herencia íntima de los nombres,
el fulgor como una cicatriz en el rebumbio del azar.
Y los pasos, y las camas por hacer y el olor o la savia
de los rostros, la luna en el espejo invertido, la cómoda
vestida de plata, el crucifijo sobre el cabezal, la madera
y sus enanos verdes que jamás asoman.

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