Es un misterio la palabra que enhebra el tiempo.
Nombres ausentes, adjetivos que al pensarse
emiten un vaho dorado, el aura azul
de las personas que fuimos.
Se introduce en nuestra conversación un oscuro desliz,
una urdimbre que el aire de la voz, suavemente, rompe.
Estuvimos allí, en el entreacto de una canción-protesta,
en la obra proscrita por los curas negros,
leímos un libro sin hojas con la pupila común del instinto,
en un cine tu perfil sonreía al contraluz de un lienzo
en el que dos amantes adolescentes se besaban.
Recordar es poner alas al hastío,
fluyen las ciudades compartidas como imágenes en la piel
de la memoria, basta con deletrear su signo,
P-a-r-í-s,
a la vez,
con ese rumor de labios que seduce al silencio
en un presente sin luz.
Hoy hacemos pausas inútiles que rellenan el vacío de los vasos,
los ojos viven en su interior
la comedia insólita de los octubres florecidos,
los minutos igual que un rosal
que deja su aroma fugaz bajo la sed quebrada.
Enséñame la fotografía que nunca nos hicimos,
está en tu mente y está en la mía,
está en los sueños que enviudan del tiempo y del futuro.
Los sueños que son el motor intangible de la inocencia.
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