Caminaba por el paseo junto al mar
sin pararme nunca a contemplarlo.
Tampoco me detenía a ver
el resplandor del sol
en las vidrieras del puerto.
Ni el haz del faro, fugitivo.
Era muy joven
y no ignoraba
que mañana
seguirían ahí.
Igual que yo.
Hoy en cambio
apenas avanzo,
mis pies se paran
y paso mucho tiempo
observando el mar,
los reflejos del sol en las vidrieras
y por la noche
el haz del faro
con su elipse de oro.
Y es que resulta inevitable temer
que cada cada una de las veces
podría ser la última.
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