En los eclipses de la vida la voz
del ángel resuena
con
timbales dulces, con la voz fingida de los cometas
palpitando
en los rostros que sorprenden los hábitos de la luz
en
los círculos plenos de fantasía, espadas y cánones
sin
el temblor de los espejos, sin la duda del amanecer
llagado
por los sentimientos estériles, aquella cicatriz
en
el vientre del tiempo ronda los misterios de la crueldad,
efemérides
inscritas en el cristal de las botellas vacías,
un
rosal equidistante de los polos del amor,
la
astucia del remordimiento en corales blancos
como
susurro de algas en la invernal canción de los sueños,
espíritus
que viajan por las concavidades del ser,
lágrimas
de rocío en las venas, agua de abril
por
el caudal oscuro de mis ejes,
la
voluntad inscrita en los óvalos,
en
los laberintos donde la música es arpegio de sol,
los
racimos de la quietud bajo las lápidas de lapislázuli,
procesión
de vástagos a través de las cornucopias
que
encienden el azogue con hachones de inmensidad.
Oh!
río de álgido fuego, resplandor en las acequias
de
una ciudad indolente, la química vieja de los ancestros
desramada
en hojas maduras, el fluir de las naves
sobre
los dédalos como serpentinas de color ocre
desnudándose
en las altas efigies de los capiteles púrpura,
un
delirio, la voz secreta de las amapolas,
la
caricia del albor que es una mano de dedos azules
que
me roza como si una madre pariera la luz
en
la intimidad de la semilla.
Así
oh! himno de los nombres, la aventura que no se recoge en los
epitafios,
la
ternura del idilio entre el clavel y el rumor que llega a los
acantilados de la noche,
con
fe de espigas al sol, con naturaleza de fronda,
con
alfiles de ensueño bajo los parpados,
con
la cicatriz antigua que florece en la ceniza
como
flor sin tiempo, como vereda sin fin
que
surca los hemisferios de la luz
hasta
el confín de la reverberación
donde
las palabras se repiten en los espejos neutros,
rostros
albinos, caras que seducen al edén brotado del polvo secular
que
ya no es recuerdo, hilo donde se posan las palomas transparentes
que
llevan en sus plumas los nombres heredados
por
los solitarios ángeles que crecerán bajo las axilas de los escudos,
hombres
y mujeres de una estirpe que es coro de amor
en
los altares de un árbol que luce en sus cabellos
hojas
un destino común que no marchitará la niebla mortal del silencio.