Por fin se aquieta el agua en el remanso
y se siente el fluido de la luz, la respiración
microscópica del alga, tras el silencio la letanía
en sombra de la memoria, junto a ti, junto
al fuego que calienta la carne envejecida
un soliloquio me acuna, palabras que alguien
gritó bajo la sed salvaje del aliento vivaz retornan,
imágenes que en la sangre son epitafio dulce;
vela mis ojos la savia que adormece la dureza
de mi corazón pétreo y en la distancia solo el eco
lánguido de un susurro que repica en mis labios
como una oración infantil al calor de unas llamas
donde los rostros ausentes siembran de luz unas pupilas
que lloran sin tregua por la magnitud insondable de lo ido.
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