Por tu latido de luz insomne se guía la luna
bajo el tenebroso silencio
del mar, veleros
que ven el ojo de un dios
amarillo proyectarse
en círculos como un haz
que traspasa la piel
de la tiniebla, un alfil
que en la testuz luce
corona de misterio, vigía
que ha visto el crepitar
de las olas cuando las
noches salvajes eran un negro
leviatán, la zozobra del
galeón entre el fragor de la espuma
y el aire que levanta muros
con crestas blancas, elevándose
como un potro enloquecido
sobre la raíz líquida
de un océano que levanta
su voz de animal moribundo
entre olas que no vuelven
al seno de la quietud;
tú que no satisfaces el
ambicioso botín de los acantilados,
tú que nos alejas de la
columna rocosa del manto submarino,
tú que nos adviertes, sin fin, de la
atracción suicida del litoral,
sé un dedo de luz que nos lleve hasta
el puerto antiguo al que arriban
los navíos que regresan
del confín ignoto al refugio de la dársena,
allí donde el espigón
calma los arrebatos de este mar omnívoro.