Así como soy carne, piel y huesos, sucesión de latidos,
viveza que languidece sin el oasis de la pausa, las cosas
en su densidad o en su fluir, en su testimonio donde
la indiferencia es opaca como una sombra que hubiera
renunciado a perseguir la luz móvil de un sol errante,
en el artificio de su posesión que es un sueño de imágenes
inasibles, aunque el papel o los números, el tacto que me da fe
de su realidad, la visión que las hace mías porque están
en la cruz de los iris como un testamento vital bajo el que transcurre
mi existir, el gusto amargo, dulce, salino, áspero o jugoso
del frutal y la verdura noble, de la magra carne y el húmedo pez,
del merengue o la almendra, del arroz amarillo y la legumbre fresca,
del plátano y la aceituna ácida, de la alcachofa amarga y el erizo
que conserva la sal de los océanos, con el oído que reconoce la voz
familiar, la sinfonía y el rumor del agua, la música y el trino
del pájaro, las palabras que forman esa red donde la razón
y el sentimiento son los versos de un poema sin retorno
para revelar su identidad entre hemistiquios que dividen
el suceder de los años, y el olor que llega ,nunca indiferente,
para que aspire la infinita esencia de lo que es puro y limpio,
también de la podredumbre y la putrefacción, el aroma de la flor
cuya raíz se alza sobre el fango de la decrepitud, me posean; todo seguirá
sin mi carne, mi piel ni mis huesos hasta el fin de mis latidos en tanto existan un sol,
una luna y unos nombres con que poder nombrar la perennidad de lo vivo.