Resulta curioso que lo que más recuerde
de mi casa de infancia
sea el pasillo.
Era largo, estrecho, y sin luz natural
como un túnel.
Dos lámparas siempre encendidas.
En su mitad el único teléfono de la casa
como un tótem al que adorar.
Algún bodegón
o paisaje marino
en las paredes.
Y el retrato de una joven desconocida
de mirada oscura.
Creo que ella fue mi primer amor.
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