En tus rizos el hambre de la noche con el resplandor verde
que ilumina tu iris, ardid de novia bajo la luna enamoradade la luz del candil, el ensueño de los jardines aún pronto, en el balcón
del amanecer una fuente sin caudal llora con lágrimas de frío,
y llega el insomnio del árbol, su hojas de cáliz ambiguo,
el ramo en el anaquel tras la ventana entreabierta,
pájaros en busca del equinoccio, y tú en la cruz del farol
con la memoria de la lluvia que empapa de agua tu atmósfera
viajera, tú sobre un tibio rayo de amapola como flor incauta
que tañe una canción de olvido, el crisol de tu largo beso
aúlla en la comisura de mis labios infantiles, de salina sed
la partícula que sella el ímpetu alado del fruto lascivo,
y en la huella y en el tacto la armonía de los pétalos
que se rozan con el abanico del aire, sonámbula estrella
de tu atardecer, báculo que empuña mi mano antes de la huida,
fantasmal la rompiente del haz contra la miel que lamo
en la curva de tu espalda, y un rumor de ángeles por la recóndita
efigie de tu carne, una ciega lumbre entre las pestañas que iluminan
la furtiva sombra que persigue el rastro vivo de tu casa, desnuda
como un animal triste en tu espacio insomne, nada hay
en este nido que avive el duelo solitario del que pierde
su abril en un río de invierno, cálida piel a horcajadas
de la noche mientras en tu vientre el frenesí es un pájaro
que no logra alzar su vuelo hacia el letal embrujo de la aurora.
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