Cada día y a la misma hora
espero la llegada del autobús de la línea 3.
Casi siempre,
si hay poco sitio
-y es lo habitual-
permanezco de pie,
aunque ya no sea joven
y con frecuencia esté cansado.
Se conoce gente sin conocerla,
conversaciones triviales,
móviles encendidos,
estudiantes que critican a sus profesores,
sudamericanas que van a trabajar
cuidando ancianos
o limpiando casas.
También hay muchas personas mayores
que no pueden o no saben conducir
o no tienen dinero para comprar un auto.
Por mi parte intento que me ignoren.
Pero sé que no es así, para los habituales soy
ese hombre que va solo
pensando en quién sabe qué,
cuya profesión no adivinan,
y que se baja siempre
-como ellos-
al llegar el autobús de la línea 3
a su última parada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario