Siempre serás mar aún entre la lluvia
que pone en las fachadas
el agua dulce de los cúmulos ahítos.
Al regresar de la noche el violeta de tu piel
busca las orillas de un archipiélago
cubierto de sol y pájaros de plumaje vivo,
esencia multicolor de la alegría
que puebla el misterio de la luz
con el dibujo tenaz de una red frágilmente volátil,
desliz de meteoros bajo el azul de la mañana.
No eres voz de exilio en la atmósfera gris de la ciudad interior,
escondes la artesanía de tu cola, los reflejos irisados
que se engarzan como fruto de espiga en el mural
que cubre tu vestido, tras el baile sin fin de tus pasos
que llegan a las plazas, que se yerguen
sobre las losas centenarias con andares de espuma
y reflejos de crisol en los espejos que son de nácar
como las perlas de un océano de azogue milenario.
Siempre serás mar aún entre la lluvia, aún sin la isla,
aunque nadie te llame en la escollera
ni sea tu reino de coral
ni te acompañen delfines acróbatas
por los caudalosos surcos de la infinitud.