Apareció uno mientras dábamos cuenta
de un par de trozos de empanada.
Fue en un área de servicio
camino de Zaragoza.
Iba en avanzadilla
como un valiente soldado
de otro tiempo.
Nos hizo gracia
y le arrojamos unas migajas.
Entonces vinieron los demás
como un ejército de pequeñas aves famélicas.
Y se dieron un festín a nuestra costa.
Quien iba a suponer
que, alejados de Galicia,
tuviera tal éxito
una empanada de carne
de apenas tres euros
y medio.
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