Te nimba un halo de ángeles dormidos al frío de la tarde
junto al árbol de las manzanas de abril, y vas del lienzo
oculto por la bruma, caminante de los pasos invisibles,
hacia las cumbres del atardecer con las rodillas combadas
como velas que el atlántico aire hincha de pétalos y sal,
sin mirar atrás, paloma del reverbero y de las azules aguas
del color en el corazón de los molinos, danzas de mediodía
en el cristal con la multitud que entretejen las sombras distantes
como un oscuro silencio de pájaros en el atril de una rama,
como la serpentina que dibujan tus labios en la memoria
del perdedor, así llega la luna a posarse en tus mejillas con su luz
de transparencia y sus largos cabellos colgando de aquella
juventud que aún sigue grabada en la piel de mis fotografías.
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