Silencio en la cordillera de los omóplatos al devenir
de un índice que no escucha el quejido de un músculo
en su desliz azaroso por el mástil erguido de las vértebras.
El vientre que es un espacio lunar donde el apocalipsis
recrea en tatuajes lívidos las palabras de la destrucción
con la voz afónica de un ángel sin la piel de la infancia.
El largo jardín de los muslos y las corvas que se pliegan
como un guiño de flores impías en el sol de la tarde.
Y el volátil efluvio de tus caderas preñado por un aire
que dibuja en mi cielo las infieles pisadas de tu ausencia.
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