Acógeme con tu abrazo de caoba y espejos sin pulir.
Pulsa con tus teclas de falso violín mis arpegios que en el silencio
ocre de la infancia fueron la llamada al trino fiel de los pájaros nocturnos.
Dame tu calor de osa virgen mientras el frío extiende sus sábanas
sobre el mantel de la costumbre con que habitamos la cordillera de los días.
Escucha el ronquido de la luna que es para ti una máscara de luz
entre las sombras que acompañan el latir de tu corazón solitario.
Sé cárcel de mis sueños que vuelan por tus paredes con la gracia de un colibrí feliz.
Sé nido y límite de un útero que se esconde bajo las agujas de un reloj varado
para así concebir palomas que muerdan sin temor en el cristal de la añoranza.
Dibuja en tu piel el cobijo de una nube estéril para que no llueva sobre mí
el humo que arrojan los trenes de la vida al marcharse.
Sé, en fin, lo que yo no soy, un alma que sobrevive a la quietud de un cuerpo sin memoria.
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