Te alimentas con el agua del pensamiento,
esponja que absorbe las palabras, los signos,
los símbolos, las imágenes perennes de la vida.
Tú que vives la libertad desnuda del príncipe que es la libertad del ocio,
tú que entre los lirios de la noche no encuentras besos blancos.
Tú que, casi adolescente, conociste el silencio de la ciudad,
la melancolía de quien surca el cauce de un manantial
que acaba de brotar en orillas lejanas.
Tú que aprendiste a responder con la serenidad de un árbol joven,
fuerte ante los vientos que ya no quiebran tus raíces sólidas,
con el impulso de la juventud flotando en la efervescencia
de tu sangre como una lava roja de amor y frenesí.
Tú que en las aulas, con los ojos abiertos a la sed de vivir,
no te imaginas anclado a un oficio viril, a la realidad
de unos hijos que en nada se parecerán a ti,
al desencuentro que llegará con quien fue afluente de tu caudal,
compañera y madre de tus sueños; disfruta hoy
del esplendor que nimba tus días, pues en la lejanía
del mañana solo encontrarás junto a ti la memoria
de un jardín fértil que, sin previo aviso, ha dejado de florecer.
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