Vagamente la lluvia, con la máscara taciturna de un aguacero
en la plenitud de la noche, cae en el redil de tu huella,
territorio de la lágrima colmada al pisar los corazones tendidos.
Y es como si en la armonía de tus pasos el resplandor de un sol
macilento quemara el susurro de nuestras voces que ahora
no son más que ceniza en los caminos hirientes de la falsedad.
Metamorfosis de una piel blanca bajo el carmín de la carne abierta
como alas de ruiseñor desplegándose en ramas de tul rojo,
lo mismo que las espigas de un vergel hospitalario entre olas carmesí.
Y un tizne de aventura sin regreso en el portal donde tu sombra
dejaba caracoles danzando en las venas del cristal.
Y más allá el fugaz destino de los trenes que escondían las enaguas
del pudor bajo el mudo existir de tus encajes de hierro
entre la música de los raíles y la historia de una catedral
donde la paz era un jardín proscrito por los cantos de aleluya
que sonaban tristes en tu boca, como suena triste la melodía
de este poema en los oídos mutilados del recuerdo.
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