Tu rostro adquiere el color desvaído de las banderas ajadas
al inclinar el mástil de tu cuerpo igual que un galeón azotado
por los aires impredecibles del azar, y es como si la derrota
futura que vendrá con la vejez iniciara un canto de pleitesía
ante el curso inclemente de los relojes; pero hoy estás ahí
sobre un puente borroso, a las puertas de una ciudad medieval
y hay en tu timidez un cariño triste de despedida no anunciada,
un secreto oculto en el mapa de tu corazón que desvelas
sin alegría con un rictus de ternura en los labios. Te veo
bajo la luz, quizá del atardecer, a tu alrededor los idiomas
revolotean como flechas sin destino; es posible que la lluvia
te espere al llegar a tu casa porque en tus ojos hay nubes
que dormirán contigo para derramarse en la tierra del sueño
igual que se derrama la vida en las fotografías de la infancia
cuando del futuro queda, tan solo, un presente ya fenecido.
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