Nuestro refugio, frágil como una oblea donde el aire
es mudo y los relojes no sobreviven a la fría quietud
de los cuadros; el inútil ejercicio de obviar la palabra,
solo así el corazón vuelve a las luces y a la música feliz
que emiten los sonidos del recuerdo, solo así recorre
el alma los dédalos que desempolva el silencio de la tarde;
oculta por los visillos del presente la raíz olvida la compañía
de los minutos que acariciaron diálogos de efímera edad, vagan
las sombras amigas en un carrusel que saluda a los noctámbulos
con el circunloquio de los lugares a donde nos lleva la sintonía
común de los espejos cóncavos, multiplicándonos desde la semilla
que extiende sus hilos sobre un tapiz familiar hasta las nubes
que aún no han brotado en la claridad como en la pared
diáfana brota el musgo de la duda con perfiles de ausencia,
con iconografía de vejez en los huecos que el silencio deja
en las esquinas de una casa en la que ya no se escucha mi voz
respondiendo con un canto alegre al trino indolente de los pájaros.
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