Algunas veces la lluvia no escoge ser gota de bendición
sino restallar de látigo que encharca el corazón de la tierra;
la lluvia es también un ojo de lacrimal perpetuo que riega
la piel de los hombres desvalidos ante el mundo de las almas
aleves; la lluvia y el arco iris que roza la faz de las nubes con el lápiz
multicolor del ensueño movido por un sol que abreva su sed
de luz entre las cortinas de un agua virgen; la lluvia y el aljibe
en el que ocultan los ríos de la gratitud su mortaja abisal, allí
los peces del día son pétalos que flotan como ceniza de rencor
que se diluye en negra pez; y es la lluvia al verter su perdón
en los adoquines de mi calle una cicatriz de charcos borrosos
donde se escucha el sonido de un adiós sin el altavoz ausente
de una metáfora abrumada por el caudal de los desencuentros.
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