Concibe de ceniza la sal y de plata el corazón de los ciclos abisales
donde la negrura crece como un fluido de pez y ondas traslúcidas
entre los ecos misteriosos que emite la eterna voz del mar profundo.
Se alza un estéril clamor de tritones ciegos hacia la luz que el agua deifica
como un gran ojo de iris blanco que atrae a las extremidades del coral,
a la corriente circular que anega el estío del tiburón en busca de los hilos
de la sangre más roja, a la retícula que forman los peces viajeros
cuando no escuchan el canto de las islas que les llaman con susurros
de palmera virgen en la lejanía de este mar que ahora es llanto perenne
de nubes que se derraman sobre la piel anfibia de la eternidad. Mientras,
yo miro al cristal de tus ojos que también son de plata, como un océano
que hubiera sido amamantado por los pechos albos de la luna.
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