Disipo las nubes de la memoria para que el sol de la claridad
ice su corona de pámpanos y flores entrelazadas de luz.
Con mi bisturí de sueños desbrozo la selva de las heridas antiguas,
las del desamor y las de los satélites ilusos que navegaron por mis ojos
de mar esquivo donde ya no crecían las raíces de la ilusión soñada,
solo las mariposas que iban al encuentro de los arco iris nocturnos
con las pústulas del desencanto en las alas.
Hallé las caricias de la verdad entre símbolos azules de yeguas al trote
por los jardines de un castillo sin banderas blancas en sus lindes.
Conocí la serenidad de la lluvia transitando mis arterias
como un espejo colosal de lágrimas dulces
que mojaran el páncreas de mi juventud
lo mismo que un hisopo moja el perfil de los ángeles risueños.
En mi corazón dibujé las estrías del silencio con sus vértebras
besadas por la luna de los páramos en flor.
Y es al coser el mapamundi de mi piel bajo la luz de los nombres sin rostro
cuando siento el filo de la nostalgia transitar mis orillas.
Y, al fin, me curo al recordar en mi vientre las amapolas que un abril me regalaste
mientras mis dedos, al tocarlas, no intuían la sed oculta bajo el carmín de sus pétalos.
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